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Cristóbal Colón tomando posesión del Nuevo Mundo

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Una Hispanidad para el siglo XXI: genealogía novedosa de un término

Desde la propuesta de abrir el concepto a una tercera hispanidad para el S. XXI que integre el hispanismo norteamericano y de otras latitudes, se aporta la novedad de que el autor del término «hispanidad» no fue Unamuno sino Marquina

Cuantas más estatuas de Colón, de Isabel la Católica, o de san Junípero Serra se derriban, cuanta más tergiversación histórica se difunde desde la «leyenda negra», cuantos más desplantes al rey de España –y por extensión a los españoles–, más se observa el fenómeno creciente de una nueva hispanidad. O quizá se trate de la hispanidad de siempre, pero renovada ante los ataques injustos de las desmemorias históricas nacionales, internacionales y globales. Pareciera como si un virus infeccioso hubiera provocado una convalecencia en el organismo hispano, de la que está recuperándose con nuevos anticuerpos y renovados bríos.

Una muestra testimonial de ello es el éxito de autores y asociaciones que defienden formas renovadas de hispanidad, o que combaten a nivel cultural la leyenda negra, como los Roca Barea, López-Linares, Patricio Lons, Ferrer Dalmau o Marcelo Gullo, siendo legión los youtubers que lo hacen en las redes sociales, incluso bajo curiosas propuestas de reunificacionismo, como la de Puerto Rico.

La Hispanidad, entendida como alianza fraterna entre los países hispánicos, ha tenido dos momentos históricos fundamentales, que parten del S. XV y del S. XX, respectivamente. Pero defendemos que en la actualidad se hace necesario abrir el concepto a una tercera hispanidad, entendida tanto en el sentido cronológico de una hispanidad del S. XXI, como en el sentido espacial, de una hispanidad que integre el hispanismo norteamericano y el de otras latitudes distintas de la española e hispanoamericana.

Pero, ¿de dónde viene esto de la «Hispanidad»? Hagamos un poco de memoria histórica, pero de la memoria buena. El concepto de hispanidad tiene unas raíces históricas bastante antiguas que enlazan con la hispanitas romana y visigótica –brillantemente estudiada en la obra de Santiago Cantera OSB, Hispania-Spania–. De esta hispania proviene España, pero también el concepto más amplio de la Hispanidad.

Así lo entendieron desde la época de la «monarquía hispánica» los Reyes Católicos, quienes buscaron una recuperación o restitución imperial de esa vieja Hispania animada por el ideal de la Cristiandad. Pero gracias en buena medida a ellos, y por supuesto al almirante Colón, ocurrió por entonces un hecho que cambiaría la historia española y mundial: el descubrimiento de América, un 12 de octubre de 1492.

De tal modo que el viejo ideal de la Hispania se vería incrementado por los reinos castellanos de ultramar, las Indias occidentales, dando lugar a virreinatos, como el de la Nueva España. Estos reinos y virreinos se entendieron como una parte de «las Españas», precisamente como una «Nueva España», y no como «colonias», término que solo empezó a usarse en la etapa despótico-ilustrada de Carlos III. Las Cortes de Cádiz, en cambio volvieron a referirse a las tierras de ultramar, como «reinos» de España, por lo que estos contaron formalmente con diputados en Cortes, de manera que puede considerarse «la Pepa» de 1812 como una constitución hispánica.

Desde estas raíces en el S. XV, llegamos al actual término político de «Hispanidad» en el S. XX , ya expresado en castellano y como sustantivo abstracto. También hubo un uso gramatical de «hispanidad» anterior al S. XX, pero no hace al caso. Pues bien, respecto al uso pionero de este concepto político de «hispanidad» en el S. XX, durante un tiempo se consideró al obispo Zacarías de Vizcarra creador del término, por así indicarlo Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad (1934). Aunque el propio Mons. Vizcarra reconoció repetidamente que él no era autor del término, sino en todo caso de su divulgación.

Con anterioridad, Unamuno había publicado en 1910, en el diario bonaerense La Nación, un artículo titulado Sobre la argentinidad, donde aludía a la «hispanidad» (11.III.1910). En dicho artículo, Unamuno empleaba el término junto al de «españolidad», pero sin precisar su significado.

Sin embargo, y a pesar de que se repite hasta la saciedad desde hace décadas que Unamuno fue el primero en emplear el término político de «hispanidad» en dicho artículo de 1910, en realidad no fue así. Por un lado, existe una versión poco conocida según la cual el obispo ovetense Martínez Vigil habría sido el primero en usarlo públicamente durante la inauguración de la basílica de Covadonga en 1901, si bien no hay ninguna constancia escrita de que así fuera, ni testimonios directos.

Pero según hemos podido averiguar, otro autor español se había adelantado algo más de un año a Unamuno en el empleo escrito del término «hispanidad». Se trata del escritor modernista Eduardo Marquina –y autor de una letra del himno nacional en 1927– en un fragmento del que no hemos visto referencias respecto a este uso precursor del término. Marquina se anticipa a Unamuno en un breve artículo en La Actualidad (14.I.1909), titulado Crónica y dedicado a su amigo Valle Inclán, en el que indica: «Valle Inclán quiere una reconstitución en hispanidad de toda España» –además, lo subraya en cursiva–. Marquina identifica la «hispanidad» de un Valle Inclán en fase carlista con la necesidad de una «españolidad» más profunda, y ubica a Valle entre los «apóstoles avanzados de hispanidad» al practicar una «reconstitución nacional».

Se trata de un significado en realidad poco alejado del que Unamuno le daba en su artículo de 1910, ya que por entonces defendía la necesidad de «españolizar a España» pues «mi batalla es que cada cual, hombre o pueblo, sea él y no otro», y no era muy partidario de «bullangeras uniones iberoamericanas» sobre una raza hispánica, sino de una hermandad basada en la lengua común, «sangre del espíritu».

No obstante, y a pesar de las reticencias unamunianas, el 15 de junio de 1918 el rey Alfonso XIII firmó, a propuesta del presidente Antonio Maura, un decreto por el que se denominaba «Día de la Raza» a la fiesta nacional española que se venía celebrando, a propuesta de Cánovas, cada 12 de octubre desde su inicio en 1892, como conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento americano.

Pero la iniciativa de bautizar a la festividad como «Día de la Raza» provino en realidad del político Faustino Rodríguez San Pedro y de su Unión-Iberoamericana en 1913, extendiéndose pronto a diversos países hispanoamericanos, como Argentina, que incluso la oficializó legalmente con esta denominación un año antes que España. Sin embargo, también recibió críticas esta denominación «racista» desde la propia Argentina, por parte de personajes como Ricardo Monner, que en 1918 propuso como alternativa «Fiesta Hispanoamericana», ya que los pueblos hispanoamericanos no constituyen una raza sino más bien una «gran familia».

A pesar de ello, el «Día de la Raza» fue la designación oficial de la fiesta nacional entre 1918 y 1958, así como en muchos otros países hispanoamericanos. Pero las críticas a la idea de raza por parte de autores como Vizcarra, Maeztu y del propio Unamuno, dieron lugar a su progresiva sustitución por el de «Día de la Hispanidad», cuya denominación comenzó a celebrarse pública, pero oficiosamente, el 12 de octubre de 1935, durante la II República española.

En este caso, sí que podía atribuirse a Mons. Vizcarra la propuesta, desde 1929, de que se sustituyera la denominación «Fiesta de la Raza», por la de «Fiesta de la Hispanidad», proposición que enarboló el propio Maeztu en su discurso ante la Real Academia de 1935, ya que concebía la hispanidad en un sentido más cultural y espiritual que biológico o racial. Pero hubo que esperar hasta el decreto de 10 de enero de 1958 para que se cambiase el «Día de la Raza» por el «Día de la Hispanidad».

Esta propuesta estuvo motivada por el proyecto del ministro de exteriores Alberto Martín-Artajo de crear una «comunidad hispánica de naciones» -título de un libro suyo y término que aparece en el decreto de 1958-, desarrollado luego parcialmente por su amigo y sucesor Fernando Castiella desde el Instituto de Cultura Hispánica y el ministerio. Sustituían la idea imperialista-falangista de hispanidad por una más humanística-cristiana.

Asimismo, una vez que España llegó a la democracia, el Día de la Hispanidad se declaró oficialmente la «Fiesta Nacional de España y Día de la Hispanidad» a través de un real decreto de 1981, ya durante el gobierno de Calvo Sotelo.

Por tanto, el «Día de la Hispanidad» ya se había festejado –oficiosamente– durante la II, pero su oficialidad pasó a ser netamente democrática al refrendarse legalmente después de la Transición Española. Pero no acaba ahí la historia de esta festividad, ya que, por ciertas presiones nacionalistas, a partir de la ley de 7 de octubre de 1987, España prescindiría en adelante de la referencia a la «Fiesta de la Hispanidad», restringiendo su denominación oficial a la de «Fiesta Nacional», a secas, que es la que actualmente está vigente de modo legal.

Por otro lado, el término hispanidad es anterior a Maeztu, ya que Marquina, Unamuno, y una larga lista de autores españoles e hispanoamericanos lo emplean con anterioridad desde los más diversos planteamientos ideológicos, incluido el socialista, por parte de un Luis de Araquistáin, o el liberal, por parte de Dionisio Pérez, y desde Hispanoamérica por un sinfín de autores.

Como conclusión, aprovechemos la centenaria festividad hispánica para reivindicar la necesidad de articular una nueva hispanidad para el S. XXI, que, asumiendo su legado, sepa renovarse en su aplicación a la actual coyuntura histórica. No obstante, sería ingenuo pensar que estamos en un momento propicio para proponerla abiertamente. Supongo que no hará falta explicar por qué no es un buen momento para hispanidades el de la actual coyuntura española, especialmente en términos políticos. Así como tampoco lo es en diversos países hispanoamericanos, con una parte importante de su población que sigue desojando la margarita de la leyenda negra, cuando no comprando su discurso, bajo la seducción de falsos cánticos indigenistas. Más bien, se hace necesario proponer esta «nueva» Hispanidad en un plano social y cultural, y como cultivo para el futuro.

Como no hay buena praxis si no ha habido antes una buena teoría, quizá sea el momento de aplicarse mucho más en estudiar y divulgar la Hispanidad de siempre, filtrando sus aportaciones actuales, pero sin dejar de reflexionar y soñar con la Hispanidad del futuro. No es un mal comienzo de todo ello festejar la Hispanidad socialmente –como viene haciendo la Comunidad de Madrid–, así como reivindicar nuevamente la recuperación legal del «Día de la Hispanidad» en el lema de nuestra fiesta nacional –cuyo decreto cercenador de 1987, por cierto, no llegó a derogar el de 1981–. Y por supuesto, encomendemos a España y a los países hermanos de Hispanoamérica a la Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad.

  • Pablo Sánchez Garrido: es director del Centro CEU de Patrimonio Cultural Español
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