El tatuaje del último Zar de Rusia, el recuerdo del viaje que casi le cuesta la vida
El intento de asesinato no se olvidó fácilmente, y supuso un frenazo en las relaciones diplomáticas entre ambos países
Antes de convertirse en el último zar de Rusia, el joven Nicolás II realizó un viaje que dejó una marca imborrable tanto en su piel como en su destino. En 1890, Nicolás Aleksándrovich Románov, que por entonces era el heredero al trono, emprendió un viaje por Asia con el objetivo de mejorar las relaciones diplomáticas con varios países y conocer de primera mano el mundo oriental. Sin embargo, este periplo a modo de «Erasmus» imperial, estuvo a punto de convertirse en una tragedia que llevaría a un conflicto internacional mucho mayor, incluso la guerra.
El recorrido empezó en Grecia, donde visitó a la familia real griega, que estaba emparentada con los Románov. De allí pasó a Egipto y visitó las pirámides de Guiza, los templos y el Valle de los Reyes, al igual que tantos otros nobles habían hecho antes cuando realizaron en Grand Tour. A principios de 1891 pegó el gran salto hacia Asia. Su primer destino asiático fue la India, que era una colonia británica, después viajó a Ceilán, (actual Sri Lanka) y a Siam (actual Tailandia). Desde allí la comitiva se trasladó a China y recorrieron parte del inmenso país pasando por Hong Kong y Shanghái, y su última parada fue Japón.
En abril del mismo año llegó a la ciudad portuaria de Nagasaki, que por entonces era un puerto importante de cara a las políticas de aperturismo que estaban implantando. Nicolás y su séquito se trasladaron después a ciudades como Kobe y Kioto, que había sido la capital imperial de Japón hasta hacía pocas décadas. Durante el viaje se adentró en la cultura nipona, descubrió sus templos, santuarios y lugares emblemáticos como el Gran Buda de Nara.
El tatuaje del zar
Tras conocer toda esa cultura, no se sabe bien cuáles fueron sus razones, pero el zarévich decidió hacerse un tatuaje, algo bastante raro para cualquier aristócrata o gobernante de la época. Nicolás eligió un diseño de un dragón imperial japonés, que en la cultura popular es visto como una criatura benevolente, justa, portadora de buena fortuna y riquezas. Este gesto que podría parecer solo una curiosidad o propia de una aventura juvenil, cobró un tinte más oscuro pocos días después.
El 11 de mayo de 1891, el heredero ruso se encontraba recorriendo la ciudad de Otsu cuando un oficial de policía japonés, Tsuda Sanzo, se arrojó contra él con una catana y cortó al joven en la cabeza. El intento de asesinato fue impactante, pero gracias a la intervención de su escolta, que también era japonés, pudo salvar la vida. El atentado desencadenó una crisis diplomática entre Rusia y Japón.
Para remediarlo las autoridades niponas pidieron disculpas oficiales y otorgaron regalos al heredero ruso. Tsuda fue condenado a cadena perpetua, pero murió en prisión poco tiempo después, sin que se sepan las causas de su muerte. Siguiendo la espiritualidad japonesa, tal vez el tatuaje del dragón, como portador de la buena fortuna, salvó al zarévich de un trágico final.
El intento de asesinato no se olvidó fácilmente, y supuso un frenazo en las relaciones diplomáticas entre ambos países, pero al mismo tiempo agilizó los esfuerzos de modernización que se estaban desarrollando en Japón, que pasaban por la desaparición de la figura del samurái, que simbolizaba un Japón tradicional que los líderes del momento querían dejar atrás. Por su lado, y a pesar de todo, el futuro zar regresó a Rusia habiendo vivido uno de los mejores momentos de su vida. Desde entonces las dificultades para su familia y su nación no dejarían de acumularse. El último zar de Rusia tuvo que enfrentar la llegada del comunismo, la revolución bolchevique y su propio asesinato y el de su familia que puso fin, por medio de la sangre, a la monarquía en Rusia.