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La gesta de Ferrándiz, el español que revolucionó el imaginario de la Navidad del siglo XX

La gesta de Ferrándiz, el español que revolucionó el imaginario de la Navidad del siglo XX

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Juan Ferrándiz, fue –a años luz de los demás– el ilustrador más difundido de la España del siglo XX.

Gran creador de una personalísima iconografía navideña y de las tarjetas de comunión, ha sido su impronta religiosa, poco afín a los tiempos que corren, la que ha frenado su merecido reconocimiento.

Además su valor trascendió el ámbito artístico para entrar en la esfera de la etnoantropología. Sus imágenes navideñas están totalmente ligadas a un tiempo y a un espacio en el que las familias españolas escribían tarjetas de felicitación y articularon el imaginario de la Navidad de todos aquellos que fueron niños en las décadas centrales del siglo XX.

La gesta de Ferrándiz, el español que revolucionó el imaginario de la Navidad del siglo XX

La Navidad en el imaginario de la infancia

La psiquiatría conductista subraya la importancia de las vivencias y retazos visuales de la infancia en el corpus mental de las personas. La huella indeleble de los primeros años de vida ha sido también una constante literaria. Clásicos como Rilke o Baudelaire o escritores contemporáneos como Ramiro Fonte, han señalado sin ambages que «la infancia es la patria del hombre».

Y dentro de este imaginario habría que destacar las especiales connotaciones emocionales que adquieren en la infancia las costumbres navideñas, que suelen quedar grabadas en la memoria durante el resto de la vida. Incluso en la madurez, cuando se acercan estas fechas, hay un cierto revival, y los adultos sienten emociones encontradas. Se recuerdan con añoranza las navidades vividas de niño, en la que los ausentes se hacen más presentes. Y otros vuelven a revivir con ilusión a través de los ojos de sus hijos y nietos lo que ya se ha denominado el «espíritu navideño».

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Origen y desarrollo de las tarjetas navideñas

En la España de mediados del siglo XX, existieron costumbres y ritos que, pese a su aparente intrascendencia, jalonaron episodios imborrables. Y por ser imposible su retroacción, es decir, que vuelvan, trascienden al campo de la etnografía. Entre ellos, algo tan entrañable y cotidiano como el rito de escribir felicitaciones navideñas y que vendrían marcadas por la extraordinaria impronta de las iconografías creadas por el artista catalán Juan Ferrándiz.

El invento de las tarjetas navideñas suele atribuirse a Sir Henry Cole, director del museo Victoria and Albert de Londres. Pero una década antes, los operarios españoles de diferentes oficios ya felicitaban en papel las Pascuas con la nada disimulada intención de obtener una propina, llamada aguinaldo en 1831. Servidores públicos, peluqueras, panaderos, modistas, lecheros, electricistas, aprendices, barberos, repartidores de periódicos… posaban ataviados de gala o atuendo de faena, desempeñando las actividades propias de su oficio. Y acompañándoles aparecían alimentos y bebidas típicas navideñas como turrón, pavo, uvas o champán y escenas religiosas de navidad.

El sereno felicita las Pascuas navideñas

El sereno felicita las Pascuas navideñas

A principios de siglo XX, junto a las tarjetas de oficios, las empresas y organismos también enviaban sus felicitaciones. Pero no fue hasta mediados de siglo cuando en todas las familias españolas se normalizó esta costumbre. Fue impulsada por el avance de la técnica cromolitográfica y sobre todo por el gran éxodo rural, efecto de la industrialización. Las familias se dispersaban, las comunicaciones no eran fluidas y las conferencias telefónicas eran carísimas. Escribir estas tarjetas se convirtió en la toma de contacto anual para conocer el devenir de los parientes, amigos y felicitar a «compromisos» varios.

Las tarjetas domésticas y los ritos infantiles

A mediados de los 50, las postales navideñas comenzaron a llamarse vulgarmente «crismas»… palabra que hasta la fecha solo había sido un sinónimo de «cráneos», y que solía utilizarse para advertir a los niños traviesos de una posible rotura, («Te vas a romper la crisma») pero que era sencillamente la versión españolizada del sajón Christmas Card. Desde comienzos de diciembre, semanas antes de la Navidad oficial, los niños ansiaban con ilusión revisar el correo cuando volvían del colegio para encontrarse con las primeras tarjetas navideñas.

Llegaban las vacaciones y las casas se llenaban de dulces, no se madrugaba, ni se iba a clase, se escribía la carta a los Reyes Magos, y se podía ver en persona al cartero, que solía portar un maletón de cuero grueso y recurtido, que llevaba colgado en bandolera, que traía decenas de cartas con postales navideñas.

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El texto de las tarjetas acostumbraba a escribirlo el que tenía mejor letra de la casa y, una vez concluido, se iba pasando a todos los miembros para que firmaran. Hoy resulta muy conmovedor constatar cómo convivían en el mismo espacio las letras inmaduras de los niños, las más redondeadas de los adultos, junto a las picudas de los más ancianos… Si había prisa, algunas veces se hacía trampa y la madre firmaba por todos imitando la letra de los distintos miembros, aunque muchas veces «se notaba».

Varias firmas en una felicitación de 1972

Varias firmas en una felicitación de 1972

El mensaje solía ser estándar: «Feliz Navidad y próspero año nuevo»; los más lacónicos: «Felices Fiestas», el hoy olvidado «Felices Pascuas» y otros incluían mensajes personales o informativos de la situación familiar. Muchas empezaban: «Espero que al recibo de ésta estén todos bien. Nosotros bien, gracias a Dios…». Algunos se salían un poco de lo normal: se escribían torcidos en ascendente, en la cara opuesta, o incluían una participación de lotería o algún billete, pero todos terminaban con palabras más o menos afectuosas dependiendo de la proximidad del destinatario: «Os quieren», «No os olvidan, «Con cariño», «Recibe nuestro afecto»… o incluso el hoy incomprensible y cuasi feudal «Su más humilde servidor». En muchos casos, como hemos dicho, era la única toma de contacto anual entre parientes y amigos de localidades distantes.

Sellos con la cara de Franco

Sellos con la cara de Franco

Las tarjetas se enviaban dentro de un sobre franqueado por un sello. Para pegarlos, aunque en muchas casas había una especie de esponjita en un pequeño envase redondo que se mojaba con agua, los niños solían preferir hacerlo con el básico método del lametón, aunque dejara mal sabor de boca y a veces los sellos así pegados quedaran un poco torcidos.

Esponja con agua para humedecer los sellos y pegarlos

Esponja con agua para humedecer los sellos y pegarlos

Los sellos (hoy elementos casi desconocidos para aquellos menores de 25 años) tenían la cara de Franco y más tarde de Juan Carlos I y también tenían su atractivo para los niños, ya que eran elementos codiciados… Aun usados, se aprovechaban para fines solidarios (aunque antes no se llamaban así y se preferían las palabras «caritativos» o «humanitarios»). Se recogían en todos los colegios religiosos y en gran parte de los públicos. Aquellos niños que los llevaban se sentían importantes o se les daba cierto reconocimiento en el aula por su contribución… Se decía que eran «para los negritos» (hoy expresión políticamente incorrecta), o «para las misiones». «La Santa Infancia» o la curiosa «los paganitos», como les llamaba Ramiro Fonte en su trilogía Vidas de Infancia o Frank McCourt en Las Cenizas de Ángela.

Bajo el rostro puede leerse 'Ayudad a las misiones'

Bajo el rostro puede leerse 'Ayudad a las misiones'

Echar las cartas al buzón

Después venía el broche de oro: ir a Correos. En la mayoría de las ciudades españolas, eran edificios con cierto empaque. Abundaba el estilo ecléctico y los brillantes «neos» y regionalismos refulgían en sus construcciones. A la puerta principal solía accederse por una escalinata que, con las dimensiones de los niños, asemejaba a una escalera palaciega. También eran habituales las puertas giratorias de madera –hoy desaparecidas en la mayor parte de ellos o sustituidas por las de burdo aluminio– que hacía las delicias de los más pequeños, quienes solían aprovechar para dar más vueltas de la cuenta a modo de gratuita atracción infantil.

Un niño deposita una carta en un buzón

Un niño deposita una carta en un buzón

Otro hito del ritual era el hecho físico de echar las cartas al buzón, que casi rozaba lo mágico… Como solía estar a cierta altura, los niños eran cogidos en brazos, aupados, y ellos mismos las depositaban en las aberturas diseñadas para ello, que en algunos casos eran nada menos que grandes fauces abiertas de majestuosos leones de bronce.

Ante los leones, los niños sentían gran curiosidad por aquella boca terrible que presagiaba un gran abismo, y cierto miedo inconfesable de introducir la mano; de hecho, todos la quitaban muy rápido –por si acaso– cuando depositaban allí las cartas.

El hecho, casi un acontecimiento, les daba un protagonismo en el proceso y la gran satisfacción del deber cumplido, aunque también surgía cierta incertidumbre agridulce de si las cartas llegarían o no felizmente a su destino.

Uno de los leones típicos de los buzones

Uno de los leones típicos de los buzones

La decoración navideña

En la mayoría de los hogares, los christmas se convirtieron en importantes elementos decorativos. Junto al espumillón, bolas y nacimientos, algo más tarde llegarían los abetos que se unirían a la decoración navideña… En algunos salones pudientes, los christmas se situaban encima de la chimenea, que parecía ser su lugar natural, pero, como la mayoría de los hogares urbanos no tenían, se ponían sobre el televisor, en la mesita de la entrada o en algún otro lugar destacado. Normalmente se colocaban abiertos por la mitad para que se mantuvieran de pie. Cuando era una cantidad importante, existía un orgullo inherente en exhibir lo que simbolizaban: la demostración fehaciente de tanta gente que se había acordado de ellos en esa época, consecuencia del gran afecto y consideración del que gozaba la familia.

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En el núcleo familiar se solía comentar lo bonita que había sido la de Fulanita, se echaba en falta la del que siempre solía felicitar y este año no se había recibido, o se comentaba la diligencia de Zutano, siempre el primero que llegaba al buzón. En ambientes destacados política o socialmente solía presumirse de recibirla nada menos que del «mismísimo Caudillo», y más tarde de la Casa Real.

La temática de las tarjetas

Las tarjetas, en un principio, eran reproducciones de cuadros clásicos de tema navideño… La Adoración de los Magos era muy recurrente, al igual que escenas nevadas de pintores flamencos de carácter solemne y regio.

Pero todo cambió cuando, en 1952, llegaron a las ciudades españolas las tarjetas de Ferrándiz, un ilustrador catalán que revolucionó por completo este ámbito introduciendo sorpresivamente unas escenas «monísimas» protagonizadas por unos personajes desproporcionadamente cabezones. De ojos casi diminutos –siempre achinados y muy separados–, narices casi anecdóticas y rostros mofletudos, que iban acompañados de un amplio espectro de animales de rostros expresivos y humanizados. Ovejas, bueyes, vacas, conejos, pajarillos varios, perros callejeros, gatos y ratones que convivían con ángeles… y que empatizaron rápidamente con el público de todas las edades. En algunos hogares eran los niños quienes elegían las postales en las papelerías, y las de Ferrándiz se convirtieron en las favoritas. A veces también se seguían comprando unas cuantas tarjetas «serias», según quienes fueran a ser los destinatarios.

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Ferrándiz: la revolución de la iconografía

Porque, aunque los organismos siguieron mandando las felicitaciones clásicas, el éxito de Ferrándiz en el ámbito doméstico fue tal que podría decirse que fue el principal artífice del gran revulsivo que popularizó hasta lo inimaginable esta costumbre de escribir los christmas. Logró la implicación de toda la familia y se convirtió en un símbolo icónico que acompañaría durante décadas la celebración de las fiestas…

Ferrándiz inundaba los escaparates

Llegaba la Navidad y las papelerías y los escaparates se llenaban de las caras de Ferrándiz, como anuncio de las felices fechas que llegaban en unos años en que la vida era dura, sin apenas dispendios y con pocas celebraciones, pero en la que, para muchos, los sentimientos se vivían más a flor de piel. Junto a Ferrándiz, la lotería, la música de los villancicos, escribir y echar la carta a los Reyes Magos y visitar los belenes eran hitos de la Navidad de los niños.

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Pocos entonces conocían el nombre de Ferrándiz, aunque firmaba todas sus tarjetas en mayúsculas, y hoy posiblemente lo sigan desconociendo. Pero puede afirmarse con rotundidad que nadie que fuera niño, y no tan niño, en estas décadas pudo olvidar este universo de imágenes y escenas beatíficas que quedaron grabadas en el imaginario colectivo de las navidades de antaño para no irse jamás. Se convirtieron en parte inherente de los recuerdos navideños de un siglo, de una manera silenciosa e inconsciente… pero asombrosamente nítida en la memoria.

Juan Ferrándiz Castells y su estilo

El ilustrador, dibujante y escritor Juan Ferrándiz Castells (Barcelona, 1917-1997) estudió en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. Durante unos años se dedicó a la realización de dibujos animados y películas educativas, donde perfeccionó el dominio del dibujo de animación. Ferrándiz se consideraba artista, y, aparte de la ilustración, en los años 50 publicó medio centenar de cuentos en catalán y castellano, poemas e hizo alguna incursión en la escultura.

Obtuvo un gran éxito en las decoraciones de cuentos troquelados (Mariuca la castañera, El urbano Ramón), pero fue en su iconografía de la Navidad donde alcanzó cotas de popularidad nunca vistas. Las claves de su gran aceptación fueron su gran originalidad, su perfección técnica y su facilidad para idear variaciones inagotables del mismo tema.

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Las figuras de Ferrándiz irradiaban humildad, sencillez, e, inexplicablemente, carecían de rasgos de cursilería, que sin embargo sí tuvieron sus centenares de plagiadores. Sin recurrir a complejas técnicas gráficas, lograba transmitir ternura, calidez y humanidad a sus animales y a sus populares pastorcillos de mirada pícara y vestidos con pantalones llenos de remiendos de colores. También a sus ángeles descarados, a sus vírgenes niñas maravillosas de caras ladeadas o a sus etéreos «Niños Jesúses».

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Sus escenas parecían inspiradas por una varita mágica que lograba imbuirlas de un aura mística. Su especial captación ambiental anímica y emocional venía potenciada por una hermosa luz dorada que inundaba las composiciones. Sus composiciones verticales de parejas de rostros –normalmente Virgen y Niño– fueron de una exquisitez infrecuente en este tipo de tarjetas. Este esquema vertical lo llevaría posteriormente, y asimismo con un éxito sin precedentes, al mundo del recordatorio de comunión, convirtiéndose también en este campo en el ilustrador más estimado y reconocible.

Ferrándiz habituaba a dibujar con un lápiz corriente marca Staedtler y una goma de borrar de nata Milán. Perfilaba las caras con pequeños trazos, buscando potenciar esas expresiones tan características con sus miradas de ojos achinados. Aquellos dibujos, sin técnicas de animación, adquirían el don del movimiento y lo más difícil, la transmisión de sentimientos. «Dentro de mí siempre ha latido un sentimiento profundo de comunicación hacia los demás. Quería expresar conceptos como paz, justicia, ternura, fraternidad…», afirmó en unas de sus escasas declaraciones. Después del dibujo, coloreaba a la acuarela.

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Ferrándiz falleció en agosto de 1997 a los 79 años, y nunca alcanzó un reconocimiento personal paralelo a su éxito comercial, aunque su figura sí tuvo entonces cierto eco internacional. Fundó, junto con otras personalidades, el primer comité de la Unesco en España, y en 1992 se le condecoró con la Cruz de San Jorge de la Generalitat.

Diez años después de su muerte, Correos, que tantos beneficios colaterales obtuvo con sus creaciones, emitió un sello con una ilustración de su autoría. Hoy, una página web, Memory Ferrándiz, pone a disposición de todos artículos relacionados con sus ilustraciones.

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La huella de Ferrándiz

Jamás se le cita en los libros de arte y no existe más bibliografía que un libro recopilatorio La Navidad de Ferrándiz, que rescató parte de su legado. Los únicos análisis, artículos y conferencias sobre su obra corresponden a quien suscribe estas líneas.

Libro 'La Navidad de Ferrándiz'

Libro 'La Navidad de Ferrándiz'

Dado su apabullante éxito, fue plagiado hasta la saciedad. Y el mundo de la juguetería dejó ver su huella, muy acusada en la marca Famosa y en la mismísima Nancy, o en las cartas de familias de Fournier, en la papelería y decoraciones de habitaciones infantiles.

Como curiosidad, su influencia llegó hasta en el ámbito militar… Miles de jóvenes que hacían «la mili» adquirían muñecas «ferrandizadas» ataviadas con uniforme para regalar a novias y madres o postales en la misma línea.

Varias de las muñecas con uniforme

Varias de las muñecas con uniforme

El fin de los christmas

El sino de los tiempos acabaría con la costumbre de escribir felicitaciones en tarjetas navideñas, que parecía tan arraigada que jamás desaparecería. La generalización de las tarjetas de Unicef, marcaron el inicio de su decadencia. Luego llegaría la laicización de la sociedad, el abaratamiento de las conferencias telefónicas y, por último, la llegada de la mensajería móvil e internet que, junto a las redes sociales, acabarían de darle la puntilla.

Juan Ferrándiz, fue el ilustrador más difundido en el siglo XX y el artista más importante de la intrahistoria infantil española. Su gesta fue lograr que, durante décadas, generaciones de niños personalizaran con sus imágenes el espíritu de la Navidad.

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Revisitar hoy sus ilustraciones es toda una experiencia, un viaje entrañable a un pasado que desvela que aquellos «crismas» aparentemente intrascendentes, eran parte de un ritual mágico, todo un acontecimiento cargado de sentimentalismo.

Y si es cierto que lo que uno ama de niño se queda en el corazón para siempre y que el cielo se encuentra a alrededor de nosotros en nuestra infancia… ese cielo, fue, sin duda, el cielo de Ferrándiz.

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