Dos grandes hazañas poco conocidas de la Infantería española
El patronazgo de la Inmaculada Concepción sobre los infantes españoles hunde sus raíces en el Milagro de Empel, acaecido entre el 7 y 8 de diciembre de 1585 durante las guerras de Flandes
A lo largo de la historia, los infantes españoles han protagonizado extraordinarias gestas en los cinco continentes. Son bien conocidas las arrolladoras victorias de los Tercios. Las batallas de Ceriñola, Garellano, Bicoca, Pavía, Mühlberg, San Quintín o Gravelinas, constituyen algunos ejemplos. Durante la guerra de la Independencia, la Infantería española demostró una enorme capacidad de sacrificio frente a los ejércitos franceses, los mejores del mundo en aquel momento. La guerra del Rif fue escenario de numerosas hazañas épicas de los infantes, muchas de ellas protagonizadas por legionarios y regulares.
En esta ocasión queremos atraer la atención del lector sobre dos episodios históricos poco conocidos en los que la participación de soldados españoles fue determinante.
El primer sitio de Viena
Tras su acceso al trono en 1520, el sultán Solimán el Magnífico comenzó una triunfal campaña militar contra las potencias cristianas en Europa Central y el Mediterráneo. En un año los otomanos se habían hecho con Belgrado. Rodas cayó en 1522-1523. El ejército de Hungría fue destruido en agosto de 1526 en la batalla de Mohács. Solimán consiguió anexionar a su imperio gran parte de Oriente Próximo, incluyendo Bagdad y amplias zonas del norte de África. La flota otomana dominaba los mares desde el Mediterráneo hasta el mar Rojo y el golfo Pérsico.
Así las cosas, Solimán fijó su atención en Viena, capital del archiducado de Austria. La caída de esta estratégica ciudad dejaría expedito el camino para la invasión de toda Europa occidental. El 26 de septiembre de 1529 las tropas otomanas iniciaron el asedio de Viena. Solimán marchó con un ejército de unos 120.000 hombres, 28.000 camellos y 300 piezas de artillería. Los defensores contaban únicamente con cerca de 20.000 soldados y unos 70 cañones.
Francisco I de Francia, aliado de Solimán, aprovechó la ocasión para atacar los territorios españoles de Italia y así frenar la respuesta de Carlos I de España. Es oportuno recordar que el rey francés había sido derrotado cuatro años antes en Pavía y capturado por los españoles.
Aun así, llegaron tropas de refuerzo a la ciudad sitiada: mil lansquenetes alemanes junto a setecientos arcabuceros españoles. Fueron enviados por la reina viuda María de Hungría. Su consorte, Luis II, rey de Hungría, Bohemia y Croacia, había muerto durante la batalla de Mohács. Los arcabuceros españoles, que habían atravesado media Europa por territorios hostiles, protagonizaron una heroica defensa de la ciudad.
Defendieron sin descanso las zonas más vulnerables de las murallas que protegían la localidad, repeliendo uno tras otro los intentos de asalto de los otomanos. Participaron también en varias escaramuzas contra el enemigo, consiguiendo impedir que los otomanos se estableciesen en las vegas del Danubio próximas a la ciudad.
A mediados de octubre escaseaban los víveres y el tiempo empeoraba, por lo Solimán decidió cargar a la desesperada contra los muros de Viena. Los atacantes fueron machacados por los arcabuces españoles y las alabardas de los lansquenetes. Algunos autores indican que 20.000 otomanos murieron en dos horas de fallido asalto. A Solimán no lo quedó otra opción que retirarse. El fracaso del asedio marcó un punto de inflexión en la expansión otomana, consolidando la defensa cristiana en Europa central.
El asedio de Buda
La estratégica ciudad de Buda, actualmente Budapest, estaba desde 1541 bajo control otomano. En 1684 la Santa Liga decidió llevar a cabo una campaña en suelo húngaro para expulsar a los otomanos. Aunque las tropas consiguieron algunas victorias, se vieron frenadas en Buda.
Dos años después, la Santa Liga volvería a marchar sobre Hungría, aunque en esta ocasión se unieron tropas españolas al mando de Manuel Diego López de Zúñiga, duque de Béjar. A pesar de que España no se había unido formalmente a la Liga Santa, unos 12.000 voluntarios españoles respondieron al llamamiento del Papa. Era indudable el deseo de derrotar a los turcos, uno de los peores enemigos de España desde mucho tiempo atrás. El asedio de Buda daría comienzo el 1 de julio de 1686.
Pocos días después, López de Zúñiga lideró un ataque nocturno por sorpresa contra los otomanos. Se trataba de una «encamisada», una de las operaciones que caracterizó a los Tercios. Cincuenta voluntarios participaron en el ataque de una empalizada defendida por los soldados de élite del Imperio Otomano: los jenízaros. La exitosa operación permitió el avance de los atacantes.
Pocos días más tarde la artillería asaltante consiguió abrir una brecha en las murallas. Trescientos soldados españoles encabezaron la penetración de las tropas de asalto. Su valor, rayano en la temeridad, no dejó a nadie indiferente. El duque de Béjar, siguiendo la tradición de los Tercios, había reclamado formar parte de la vanguardia del ataque. Era considerado un honor. Los españoles encontraron una tenaz resistencia que les causó numerosas bajas. Entre ellos el propio López de Zúñiga, quien resultó gravemente herido de bala. Murió tres días más tarde tras una dolorosa agonía.
El 2 de septiembre se inició el asalto final, una vez más con los soldados españoles encabezando el ataque. Buda fue retomada por las fuerzas cristianas tras prácticamente dos meses de asalto. Pest caería una semana más tarde. La participación española, una vez más, había resultado clave en un hito de la historia militar.