El romance «feminista» de la Infanta Urraca
Lo que hoy les traigo para esta serie es el romance a ella dedicado. Un romance propio y no un cameo en el de Mio Cid, sino el suyo, que por los caminos de Santiago, de León, Burgos y Toledo, cantaron los juglares
El ir conociendo la Edad Media conlleva continuas sorpresas. A cada paso se va cayendo un velo y nos vamos encontrando con un paisaje, un paisanaje, unos modos, maneras y hábitos muy diferentes a los que nos habían contado.
Ni era tan oscura, ni la lúgubre ni tan opresiva y embrutecida como nos sale de continuo por las pantallas. Claro que había pestes y hambrunas, guerras y miserias, crueldades y desvalidos.
Pero no escatimaban la música y tampoco los cantares, ni las cortes cristianas eran sucias pocilgas, ni sus Reyes y Reinas era los unos tan brutos ni ellas vivían tan enclaustradas. No faltaban las fiestas ni los juglares, momentos para el jolgorio y la diversión y si se llenaba la panza pues ya saben, «de la panza sale la danza».
Quizás lo que más perplejos nos dejara fue la permisividad de las costumbres, y entre ellas las referentes al sexo y la coyunda.
Mas de tres se quedarían con la boca abierta pues, en ese sentido, eran mucho más permisivos, la Iglesia y el clero incluidos en la ecuación, de lo que luego acaecería siglos más tarde donde se volvieron mucho más mojigatos y prohibidores.
En cuanto a trasgresiones mejor que echen un ojo a lo que eran sus «carnestolendas» ante lo que los actuales carnavales se quedan en naderías.
Por ello se me ha ocurrido para hoy traerles al cuento un romance que por si solo le pega una bofetada a esa imagen preconcebida.
Un romance que así de un pronto alguna al leerlo ahora lo consideraría a buen seguro la primera proclama «feminista» de la historia.
Que no lo era tal y como ahora se concibe ni estaba tal cosa en el imaginario de la dama a la que se atribuía el lance, pero ahí quedo para los anales. Ella era nada menos que doña Urraca, la Infanta, la hija mayor del primer Rey que lo fue al tiempo de León y de Castilla, que hasta entonces era sólo condado, Fernando I.
La Infanta Urraca de Zamora, nos ha pasado a la historia y la leyenda por aquellos tiempos del Cid, contemporáneo suyo y hasta con quien se le atribuyeron amores no correspondidos cuando quien hizo de Rodrigo fue Charlton Heston.
Historia con mayúsculas y trascendente sí que tuvo la dama y mucha. Fue decisiva en el desenlace de la batalla entre sus hermanos, Alfonso, su favorito y Sancho, el que la rodeó y pereció bajo sus murallas de Zamara.
Fue ella también la primeras de las hijas y hermanas de reyes en acceder a los Infantados, concesiones de mucha enjundia de tierras, ciudades, monasterios y rentas que les eran legadas de por vida con la condición absoluta de no casarse ni procrear pues de hacerlo lo perderían todo.
Urraca y su hermana pequeña, Elvira, gozaron de ellos y permanecieron por siempre célibes. Las obras de Urraca siguen hoy presentes y donde mejor puede sentirse su huella es en el panteón de los Reyes de San Isidoro de León. No sé a qué esperan si no lo conocen todavía.
Su carácter y su impronta también puede que quedaran impresas en su sobrina, Urraca I de León, la Temeraria, a la que educó de niña. La primera mujer Reina de pleno derecho de España y de Europa que llevó su mismo nombre, entonces el muy de las más altas cunas y ahora ya desaparecido por completo.
Hace unos años falleció la última mujer que en España que llevó a cuestas. Aquel personaje de los tebeos al que se lo pusieron tuvo bastante culpa en ello, aunque puede que en cualquier momento a alguien le dé por ello y se lo pongan tres influencer de esas y se esté de nuevo de moda en ves del de Jesica, por ejemplo.
Lo que hoy les traigo para esta serie es el romance a ella dedicado. Un romance propio y no un cameo en el de Mio Cid, sino el suyo, que por los caminos de Santiago, de León, Burgos y Toledo, cantaron los juglares.
Se van a quedar bizcos cuando lo lean e incrédulos de que una mujer del siglo XI pudiera decir tal cosas, proclamarlas encima ante el lecho de muerte de su padre y que fuera tan descarnada y carnal su amenaza, concretada en estos dos versos: «Mi lindo cuerpo daría a quien bien se me antojara/ a los moros por dinero y a los cristianos de gracia».
Pero mejor, disfrútenlo entero. Resulta maravilloso leerlo y aunque anónimo es un verdadero genio el que lo compuso. Toda una novela y una profecía quedan condesadas en esas líneas, que acompañadas por un laúd y una cítara seguro que dejaban embelesados a todos. Fuera contado y cantado en los soportales porticados de una plaza, en un rincón de una feria o en el patio de un castillo.
Mandastes las vuestra tierras a quien se vos antojara:
diste a don Sancho a Castilla, Castilla la bien nombrada,
a don Alfonso a León con Asturias y Sanabria,
a don García a Galicia con Portugal la preciada,
¡y a mí, porque soy mujer, dejáisme desheredada!
Irme he yo de tierra en tierra como una mujer errada;
mi lindo cuerpo daría a quien bien se me antojara,
a los moros por dinero y a los cristianos de gracia;
de lo que ganar pudiere, haré bien por vuestra alma.
Allí preguntara el rey: -¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo: -Vuestra hija doña Urraca.
-Calledes, hija, calledes, no digades tal palabra,
que mujer que tal decía merecía ser quemada.
Allá en tierra leonesa un rincón se me olvidaba,
Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero, del otro peña tajada.
¡Quien vos la quitare, hija, la mi maldición le caiga!
Todos dicen: «Amen, amen», sino don Sancho que calla.