Picotazos de historia
Cuando MacArthur, el general más laureado de Estados Unidos, temía encontrarse con su primera esposa
«En febrero de 1922 me casé, pero no fue un éxito y terminó en divorcio por incompatibilidad de caracteres», escribió el general en sus memorias
Prácticamente todo el mundo ha oído hablar del general Douglas MacArthur (1880-1964), el comandante supremo del área del sudoeste del Pacífico (1942-45) durante la Segunda Guerra Mundial, comandante supremo de las fuerzas de ocupación aliadas en Japón y comandante de las fuerzas de las naciones unidas durante la guerra de Corea. Si el general MacArthur fue un individuo brillante es algo que está fuera de toda duda –hay una magnífica película, interpretada por Gregory Peck, sobre su vida – pero también fue un ser humano con una gran cantidad de claroscuros.
Hijo de un héroe de la guerra de Secesión norteamericana, condecorado con la Medalla de Honor (máxima condecoración al valor en combate), quien metió a machamartillo a su hijo la idea de que su obligación era continuar con la gloriosa tradición militar de su familia, y de una madre ambiciosa, dominante y necesitada de reconocimiento, que le vistió de niña hasta los cinco años de edad y que le acompañó, para vigilarlo, aconsejarlo y dirigirlo, durante toda su estancia en la academia militar de West Point.
El joven Douglas terminó graduándose como el primero de su clase, algo que claramente no acabó de satisfacer las aspiraciones de su madre. Toda esta compleja situación familiar y emocional afectó al muchacho que desarrolló una personalidad narcisista, egocéntrica, teatral, de vanidad exagerada... Vamos, un trastorno de personalidad narcisista de libro. Pero también tenía grandes virtudes: una buena capacidad militar (pero no la genialidad de la que se creía bendecido), tenacidad, astucia, fuerza de voluntad, etc.
Como mencioné antes, tienen ustedes la película de Gregory Peck, en la que de manera apologética se muestra al personaje a partir de la invasión japonesa de las Filipinas, en 1941. Ahora me gustaría hablarles de la persona que se convirtió en su bête noir, la mujer a la que el pluricondecorado general y vanidoso pluscuamperfecto tuvo verdadero pavor toda su vida. Me estoy refiriendo a la señorita Henrietta Louise Cromwell.
Esta señora era una conocida socialité (alguien que se apunta y vive para todos los saraos y actos sociales, siempre los más selectos), hija de padres millonarios y recién separada del multimillonario Walter Booth Brooks.
La ex-señora Brooks era una mujer de armas tomar. Una señora que se tomaba todos los derechos y libertades que le negaba la sociedad y la época y que bebía la vida a grandes tragos. Una rabiosa representante de los llamados «locos años veinte», con una personalidad capaz de imponer su voluntad y su capricho a una sociedad que la contemplaba atónita.
En el año 1921 Henrietta conoció al joven MacArthur, según las malas lenguas en ese momento ella tenía al general Pershing comiendo de su mano, rendido ante sus evidentes encantos, mientras ella se beneficiaba de las prestaciones que le daba el ayuda de campo del general. Como fuera, la separada y con dos hijos conoció y se metió en el bote al pobre Mac.
En enero de 1922 estaban formalmente comprometidos y la boda se perpetró el día de san Valentín de ese año. En septiembre la joven pareja partió hacia las islas Filipinas, nuevo destino que Pershing había designado a MacArthur.
Un rasgo de las personalidades narcisistas es su tendencia a la paranoia, basada en el temor que tienen de que se hagan públicas sus flaquezas, sus debilidades. El narcisista teme ante todo el ridículo. No puede soportarlo. Le produce una herida que no deja de supurar.
Ahora volvamos al joven matrimonio, cuya vida en común les permite empezar a conocerse de verdad. Y lo primero que descubrieron es que eran dos personalidades muy marcadas y nada dispuestas a someterse a los dictados del otro. Durante los casi tres años que estuvieron viviendo en Filipinas, la vida social de la pareja se convirtió en un infierno para MacArthur.
Este era vapuleado socialmente por una esposa mucho más ingeniosa y brillante en los salones y actos sociales, que además no tenía reparo alguno en hacer públicas las intimidades del matrimonio. Existe al menos una carta en que la esposa del general explica a su hermano, el alpinista y escalador Oliver Eaton Cromwell Jr., que «mi marido será general pero en la alcoba es un desastre».
A medida que la tensión aumentaba en el matrimonio y las discrepancias se hacían más y más evidentes, la ofensiva de la señora MacArthur contra su marido fue aumentando en crueldad, incidiendo en aquello que sabía que más le dolería y le exponía a lo que más temía: la burla. «Douglas no sabe qué hacer con su pene, excepto pipí», comentaba en los salones mientras hacía un descriptivo y gracioso gesto con el meñique de su mano.
En 1925 la pareja se instaló en una casa propiedad de ella en el estado de Maryland. Para entonces el matrimonio prácticamente estaba roto y Douglas no tardó en vivir más tiempo en los cuarteles y oficinas que en su casa. En 1928 volvió para Filipinas, como comandante de las fuerzas de defensa de las islas. Viajó solo y desde allí organizó su divorcio. En sus memorias apenas dedica una línea a esos años. «En febrero de 1922 me casé, pero no fue un éxito y terminó en divorcio por incompatibilidad de caracteres».
Hasta el final de sus días el guerrero vivió aterrado con la posibilidad de encontrarse con su antigua esposa en cualquier acto social y la mera mención de su nombre le ponía en tensión.