Grandes gestas de la Historia
La gesta del Rokiski: el emblema español de alcance mundial (parte I)
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Todos los organismos aéreos del mundo, deportivos, comerciales y militares, llevan un logo o insignia con alas desplegadas, pero muy pocos saben que su origen es español. En España este emblema de origen militar es conocido como Rokiski, claro ejemplo de la figura literaria que todavía se estudia en los colegios: la metonimia. Es decir, identificar un concepto por algo colateral, como cuando decimos «se subastó un Goya» o «nos bebimos un Jerez». En este caso transmuta el productor por el producto y el objeto adquiere el nombre del joyero que destacó en su fabricación. Es extraño por su origen polaco y tal vez de su curiosa sonoridad provenga el éxito de su denominación. Y en torno a este símbolo girarán como veremos singulares personalidades.
La pionera aviación
El interés por volar fue consustancial al hombre. Tras experimentos fallidos de carácter cuasifantástico en época musulmana y el Renacimiento, el interés de la monarquía hispánica por las máquinas voladoras se remonta a Carlos III. El Conde de Aranda en Memorial de Ingenieros recogió cómo la Academia de Artillería —siempre a la vanguardia científica— realizaba en 1792 el primer experimento sobre su aplicación práctica militar.
En 1896 surge del Cuerpo de ingenieros el Servicio de Aeroestación y en el primer tercio del siglo XX, es cuando se desarrolla la Aeronáutica Militar Española. El impacto del vuelo de los hermanos Wright impulsaría el ansia en los ingenieros militares, ya pilotos de globos y dirigibles, por volar con aeroplanos. En poco tiempo, con el coronel Pedro Vives y Kindelán al frente se estimuló la investigación, se adquirieron los primeros aeroplanos de uso militar y se consiguieron terrenos para construir el primer aeródromo. Sería en la carretera de Extremadura en Madrid y tomaría una aérea denominación: «Cuatro Vientos».
En 1911 ya se creaba una Escuela de Aviación y como el número de pilotos iba in crescendo, se consideró urgente adquirir una flota de aeroplanos y dos años después un Real Decreto constituía el Servicio de Aeronáutica Militar, con dos ramas: la Aerostación, encargada de las plataformas más ligeras que el aire —globos, dirigibles y cometas—, y la Aviación, de aviones. Sería el Predecesor del Ejército del Aire y del Espacio de hoy.
Hasta el momento habían usado como distintivo un castillo de ingenieros, pero querían algo genuino, personal y sobre todo, atemporal. Si elegían un modelo de avión no serviría porque quedaría obsoleto en pocos años.
Diseño
Las fuentes han barajado que el emblema se gestó en Sanlúcar de Barrameda y otras en Madrid, pero el propio Infante Alfonso de Orleans, primo de Alfonso XIII, piloto militar y oficial de la reciente unidad, confirmó que fue en su domicilio del madrileño barrio de Argüelles, y que le acompañaban Vives y los oficiales pilotos Kindelán y Herrera.
Las opiniones eran encontradas y en plenas deliberaciones la esposa de Alfonso, la princesa inglesa Beatriz de Sajonia-Coburgo-Gotha, conocida familiarmente como Bee, es decir abejita, comunicó a los hombres su sugerencia.
La egiptología
Ella era una mujer de gran inteligencia e inquietudes culturales y artísticas y cuando nació era nieta de los dos soberanos más poderosos del planeta, la reina Victoria de Gran Bretaña y el zar Alejandro II de Rusia. Vivió junto al infante Alfonso un periplo tan difícil como apasionante, magistralmente contado por Cristina Barreiro en su novela Bee, una princesa victoriana en España. En esas décadas Inglaterra vivía toda una fiebre de egiptomanía y Barreiro recuerda que la princesa había visitado Egipto e incluso había plasmado el viaje en una serie de acuarelas.
Pero la Egiptología no solo era una moda británica. Desde mediados del XIX a los románticos europeos les fascinaron los viajes a países exóticos. Y en el XIX, tras la campaña de Napoleón en Egipto, la pasión aumentó exponencialmente. Decoraciones egipcias inundaron muebles, papeles pintados, telas y tapices en mansiones de Francia.
Los infantes de Orleans, Alfonso y Beatriz pasaban temporadas en el Palacio de Sanlúcar de Barrameda. Había sido construido por el Duque de Montpensier, abuelo del infante y esposo de la Infanta María Luisa (la del parque sevillano) y cuñado, por tanto, de Isabel II. Era un edificio de fantasía neohistoricista con 120 ventanas todas diferentes y donde el duque quiso dejar huella de sus viajes por Egipto, Grecia y Turquía.
Y había decorado el artesonado de su biblioteca con motivos egipcios que serían los que inspirarían a la infanta. Propuso un dibujo que combinaba distintos elementos de la mitología egipcia: dos alas de plata unidas por un disco rojo y orladas por una corona. Y es que las alas según la mitología egipcia eran el elemento que, desde el cielo, insuflaba aire a los humanos para que pudieran respirar.
Beatriz nunca concretó a qué divinidad pertenecía su diseño y se ha barajado si a Atón, al escarabajo sagrado, el halcón Horus en su representación con las alas desplegadas, o su madre, la diosa Isis también alada. Otros han apuntado divinidades próximas, como Assur, de la cultura asiria o el dios de los persas Ahura Mazda, el dios de Zoroastro.
Lo cierto es que se parece a todos los símbolos de los dioses citados, pero Cecilio Yuste afirma que la inspiración vendría de dos escudos de madera policromada de la biblioteca del Palacio de Sanlúcar de Barrameda que pueden atisbarse entre las ruinas del palacio.
La propuesta se trasladó al gobierno y fue aceptada ipso facto y el Servicio de Aeronáutica autorizaba al personal a portar un emblema con las siguientes características: «dos alas de plata con un disco rojo en medio y una Corona Real encima».
El diseño hizo furor en Europa. No podía haber mejor síntesis visual, cromática, conceptual y estética y con modificaciones sería adoptada por todas las fuerzas y organismos aéreos del planeta desde entonces hasta hoy.
Ansorena
A partir del proyecto de Beatriz, la joyería Ansorena fabricó el emblema. En un principio dos unidades para al rey y el infante, pero no para uso diario, sino como joya. Dado su precio sólo algunos aviadores lo pudieron adquirir por lo que se decidió que se confeccionara en tela. Sastres y bordadoras lo coserían a las guerreras sobre una «galleta» (trozo de paño).
La evolución
La tropa lo llevaría en el brazo izquierdo. Y los jefes y oficiales en el costado derecho. Los pilotos de globo añadirían dentro del disco un ancla, los de dirigible una rueda de timón, y los de aeroplano una hélice de cuatro ramas. Con posterioridad fueron añadiéndose distintivos. Quien dispusiera de varios títulos los dispondría uno encima de otro.
El diseño llegó hasta hoy, aunque le afectaría el devenir político. En el otoño de 1930, el Aeródromo de Cuatro Vientos se sublevaba contra la monarquía, y aunque el golpe fracasó en su pabellón de oficiales pueden verse aún hoy azulejos con los distintivos mutilados, sin coronas. La leyenda cuenta que fueron arrancadas a sablazos o incluso con cucharillas, pero según el Brigada del Aire Piñón Quiñonero sería imposible dada la fragilidad del azulejo, por lo que sería consecuencia de un meticuloso trabajo de destrucción.
Meses después en la II República las coronas desaparecían oficialmente . Y en la Guerra Civil, el bando frentepopulista las sustituyó por una estrella roja de cinco puntas de raigambre soviética.
En cuanto a la aviación de otras nacionalidades, los rusos evitaban cualquier distintivo, la Legión Cóndor alemana utilizó emblemas del joyero de Bavieta Carl Posllath y la Aviación italiana llamada Aviación Legionaria incluyó nada menos que las identitarias armas de La Legión española. Esta curiosidad explica Piñón fue una «trampa legal» para aparecer como extranjeros alistados en La Legión, algo que también harían con sus submarinos «legionarios». Terminada la guerra el emblema exhibía el águila de san Juan sobre fondo rojo y la corona imperial dorada en la parte superior. Y desde 1946 hasta hoy el distintivo de los cazadores paracaidistas de tierra, mar y aire lucen un paracaídas en el disco rojo.
En el año 1975 moriría Franco y con la democracia y la monarquía parlamentaria, el emblema recuperaría el diseño original de la infanta Beatriz con la corona real vigente hasta hoy. Pero durante este tiempo, los protagonistas que diseñaron, fabricaron y encargaron el emblema sufrieron vicisitudes de leyenda que se contarán en una segunda entrega que sorprenderá tanto o más que el saber que todas las naves y ejércitos que vuelan en el mundo llevan una insignia de origen español.