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La gesta de la Real Armada en la campaña mundial de vacunación: la Expedición Balmis

Grandes gestas de la Historia

La gesta de la Real Armada en la campaña mundial de vacunación: la Expedición Balmis (I)

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Hace exactamente cinco años España vivía la crisis nacional más grave y compleja desde la Guerra Civil: una pandemia planetaria y, como comentamos en La gesta española de las Fuerzas Armadas en la mayor crisis tras la Guerra Civil veíamos a nuestras Fuerzas Armadas en primera línea en el mayor despliegue militar en España en tiempos de paz.

La Operación militar se llamó Balmis y por las mismas fechas Madrid levantaba en tiempo récord un gran hospital bautizado como Isabel Zendal.

Unos nombres, Balmis y Zendal, que muy pocos conocían pero que no se eligieron al azar. Era un homenaje a la lucha que la Corona española más de dos siglos atrás había emprendido contra otra epidemia que castigaba a la humanidad con millones de muertes.

La gesta de la Real Armada en la campaña mundial de vacunación: la Expedición Balmis

Una gran lacra para la humanidad

Aunque a todos se nos venga a la mente la peste negra o bubónica, una de las principales causas de muertes masivas de la Historia fue la viruela, una de las enfermedades más devastadoras que jamás hayan existido.

Era una enfermedad aguda causada por el Variola virus. Que en latín que significa «moteado» por los bultos y pústulas que aparecían en los afectados y que se contagiaba por contacto directo o a través de objetos contaminados.

Mataba a uno de cada tres enfermos y los que sobrevivían quedaban ciegos, estériles, y en el mejor de los casos con profundas cicatrices y marcas de viruela en la piel que, en el caso de las mujeres, les impedía contraer matrimonio y formar una familia.

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Las pruebas más tempranas de la enfermedad datan del faraón egipcio Ramsés V, cuyos restos momificados muestran inequívocas marcas de viruela. La enfermedad se iría extendiendo por las rutas comerciales de Asia, África y Europa, llegando a América en el siglo XVI, donde hizo estragos y aniquiló poblaciones enteras. De hecho, el gran descenso demográfico no se debió como cuentan los leyendanegristas a un genocidio o a la conquista militar, sino que fue consecuencia precisamente de la viruela.

Jenner y su descubrimiento

Durante el siglo XVIII y principios del XIX, Europa estaba viviendo un agresivo brote de esta enfermedad, con decenas de millones de muertos. Los científicos buscaban con ansia un método que fuera eficaz, sin riesgos, que pudiera blindar a los pacientes de contraerla.

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Entre ellos estaba Edward Jenner. Su condición de médico rural le llevaría a dar con el quid de la cuestión. Observó que las campesinas que ordeñaban vacas enfermas de viruela bovina, al tocar sus ubres con pústulas, la contraían y esto se manifestaba con la aparición de ampollas en las manos. Pero cuando las familias de estas campesinas se contagiaban con viruela humana, ellas no. Es decir, se habían inmunizado. Por ello, llegó a la conclusión de que si inoculaba a humanos con esta variedad de la viruela de las vacas, los protegería contra la enfermedad.

Ilustración de la viruela bovina

Ilustración de la viruela bovina

El 14 de mayo de 1796, Jenner daba el paso decisivo: extrajo pus de las ampollas de viruela bovina de Sarah Nelme, una campesina, y se lo inoculó a un niño llamado James Phipps, el hijo de su jardinero. Éste, al cabo de una semana, cayó enfermo, pero se recuperó en dos días. Seis semanas después, Jenner le infectaba, esta vez con viruela humana, sin experimentar ningún efecto. Continuó con su campaña y vacunó con éxito a su propio hijo casi recién nacido y a 22 personas más.

La eficacia de la vacunación, como empezó a denominarse la técnica, por venir de vaca, quedó demostrada. Lo curioso del hallazgo es que a Jenner no le hizo falta inocular directamente el pus directamente del ganado, sino que el método le permitía hacerlo de persona a persona.

El descubrimiento de Jenner

El descubrimiento de Jenner

El descubrimiento de Jenner sería clave ya que nunca se había encontrado un tratamiento efectivo para la viruela. Poco a poco, la nueva práctica se fue imponiendo en toda Europa, aunque no todo el mundo científico acogió el avance con entusiasmo.

El origen de la vacuna

El origen de la vacuna

La vacuna llega a España

La vacuna llegó a España en 1800 y se llevaron a cabo miles de vacunaciones. Pero aunque pronto aparecieron grandes detractores, los médicos ilustrados las apoyaron con firmeza. En 1802, llegaban al Consejo de Indias las noticias de una terrible epidemia de viruela en Santa Fe de Bogotá. En este momento, la Armada española destacaba no solo por su capacidad militar, sino también por ser un referente de la ciencia y la tecnología y la medicina se benefició del talento y la visión de los marinos españoles, también científicos y exploradores. El médico e historiador Guillermo Nicieza, en sus obras Leones del Mar y Anclas y Bayonetas, describe cómo la Real Armada sería una institución única en su tiempo, que fusionaba conocimientos científicos y humanistas.

El miedo a la viruela estaba reciente en la capital. María Luisa, hija de Carlos IV, había muerto por la enfermedad y toda la Corte había temido el contagio. Poco después, el Virrey de Nueva Granada había hecho una desesperada petición de auxilio por la situación catastrófica de la epidemia que allí vivían. En esta tesitura la Armada sugiere la idea de propagar la vacuna por todos los territorios de Ultramar.

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La Expedición de Balmis

Su organización fue encomendada a Balmis por su experiencia como vacunador y su conocimiento del continente americano, pues durante once años había sido cirujano militar en diversos hospitales y guarniciones de las Antillas y México. Incluso había usado remedios indios para combatir enfermedades venéreas, basados en raíces de especies locales de agave y de begonia. Estaba al tanto de los éxitos obtenidos por Jenner, e incluso tradujo libros cruciales para la vacunación. Aprobada la expedición fue nombrado su director, y como vicedirector el catalán José Salvany, también cirujano militar.

Así, el Rey Carlos IV que no ha pasado a la historia ni por su inteligencia ni su patriotismo, sin embargo, se cubriría de gloria al organizar la expedición de hermosísimo nombre: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.

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Los preparativos de la Expedición

Los preparativos se realizaron durante la primavera y el verano de 1803. Se articuló una legislación que favoreciese la propagación de la vacuna, y se dotó de una financiación municipal en las ciudades a las que llegara la expedición. Además, se intentó crear una opinión pública favorable desde ámbitos sanitarios, eclesiásticos, y culturales.

El primer problema que se presentó fue el de la conservación de la muestra, que tan solo duraba unos pocos días. Intentos previos habían fracasado, porque los antígenos no se conservaban durante una larga travesía. Llevar vacas era una opción, pero aunque sobrevivieran al océano, las duras vías terrestres americanas lo hacían inviable. Debían recorrer cientos de km bordeando ríos y subiendo montañas ¿Cómo iban a atravesar los Andes?

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Balmis tomó una decisión audaz: el suero sería transportado dentro de receptáculos vivos: niños. Los niños se desplazaban mejor y garantizaban una mayor eficacia. Como no existían análisis, no podía establecerse con seguridad si no habían padecido o no la viruela, por lo que elegiría a niños de muy corta edad.

Por la duración del viaje harían falta unos diez niños – ya que entre cada inoculación debían pasar diez días. Y, dada la mortalidad infantil, se haría por parejas por lo que se necesitarían 22 niños.

Sería difícil encontrar padres que prestaran a sus hijos y casi en el mismo caso estaban los huérfanos ya que aunque no tenían padre o madre, sí tenían familias que podían negarse. Por ello se recurrió a un escalafón más bajo: los niños abandonados, que eufemísticamente se les denominaba expósitos. A esos nadie los reclamaría.

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Una mano femenina necesaria

Se decidió que la Expedición embarcaría en La Coruña con un grupo de niños madrileños a los que se sumarían a otros de orfelinatos gallegos. El plan era algo temerario, pero éticamente poco reprobable. No iban como conejillos de Indias, sino que ejercerían como vehículo de transporte de la vacuna, técnica sobradamente probada para salvar a millones de españoles de allende los mares. Además, la Corona se comprometía a asegurarles un porvenir en su mayoría de edad.

Para el equipo médico, el viaje de Madrid a Galicia fue clarividente por el comportamiento inquieto de los niños. Balmis y sus ayudantes no eran médicos de familia y se habían visto desbordados al no poder controlarlos, ni tampoco atender sus pequeñas dolencias en el viaje terrestre. ¿Cómo solucionarían estos problemas en plena travesía? Por ello, cuando Balmis conoce a Isabel Zendal se da cuenta de que su papel más que crucial, iba a ser completamente necesario. Ella, por su experiencia en la Casa de Expósitos era la única mano experta para tratarlos. Y los niños eran el elemento clave. Sin ellos, no habría remedio posible, porque eran la vacuna viva y activa: los pequeños portaban en sus brazos la salvación.

Aunque no se llevaban mujeres en los barcos, decide sí o sí incorporarla a su histórica expedición.

La corbeta María Pita y el retrato de Isabel Zendal

La corbeta María Pita y el retrato de Isabel Zendal

Isabel Zendal

Isabel Zendal había nacido en 1773 en una aldea entre Santiago y A Coruña. Era la segunda hija de nueve vástagos de unos sufridos campesinos pobres de solemnidad. Isabel fue la única de la familia que asistió a clases con el cura de la parroquia, que debió ver en ella un talento especial. Tendría también un fuerte impacto en la vida de la joven Isabel vivir una época de especial auge de la viruela que se llevaría a su propia su madre cuando ella solo tenía 13 años.

La pobreza familiar llevó a Zendal a buscar su sustento en La Coruña, donde comenzó a trabajar en el servicio doméstico. Un embarazo no deseado la llevaría en 1800 a la Casa de Expósitos del Hospital de Caridad donde ingresaría su hijo Benito y ella encontraría trabajo primero como ayudante y después como rectora o única encargada de los huérfanos. Pese a lo rimbombante del cargo, esta flamante rectora del orfelinato solo percibía cincuenta reales, frente a la lavandera, que se llevaba cien, el aguador, ochenta o el cura del hospital, que ganaba ciento cincuenta reales.

Portada del libro biográfico sobre Isabel Zendal

Portada del libro biográfico sobre Isabel ZendalCedida por Antonio López Mariño

Isabel para redondear el sueldo se veía obligada a remendar ropa en sus ratos libres. Embarcarse en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue para ella una gran oportunidad. Balmis contrata a Isabel para que cuidase a los niños durante la navegación. Y con un sueldo similar al de un varón de su categoría: tres mil reales y el pago en Indias de 500 pesos anuales. La propuesta de Balmis supuso para Zendal no solo un reconocimiento social, sino también la posibilidad de rehacer su vida, ya que Balmis convertiría a Benito, su hijo natural en adoptivo, lo que salvaría su reputación en un tiempo en el que ser madre soltera era un estigma.

Monumento a Isabel Zendal en La Coruña

Monumento a Isabel Zendal en La Coruña

Los niños de la viruela

Los 22 niños tenían entre 3 y 9 años, una edad muy corta, pero era una garantía de que estaban sanos. Cuatro procedían de Madrid; cinco, de Santiago; y de los trece de Coruña, uno murió antes del viaje y no encontraron otro para remplazarlo.

La rectora, Isabel y una decena de médicos y enfermeros dirigidos por Balmis y Salvany, segundo médico de la expedición, partían el 30 de noviembre de 1803 del puerto de La Coruña. Iban rumbo al Nuevo Mundo a bordo de una pequeña corbeta. La nave tendría un nombre providencial María Pita, el de la valiente heroína coruñesa que acaudilló la rebelión contra el ejército inglés. Y como veremos, la Expedición Balmis tendría su propia heroína. Zendal se convertiría en la primera enfermera de la historia en participar en una misión sanitaria internacional y cosecharía enormes éxitos que en el Debate narraremos en la próxima entrega. Una misión en la que la Corona española, a través de los médicos de la Real Armada, de una manera altruista, salvaba la vida de millones de compatriotas de allende los mares.

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