Picotazos de historia
Katyn, el crimen contra Polonia que los soviéticos atribuyeron con éxito a los nazis durante 50 años
La Unión Soviética jamás admitió las matanzas de polacos de 1940, siempre acusó a los nazis de ello. En 1990 el general polaco Jaruzelski exigió a Gorvachov que se reconociera la autoría de la masacre
Desde sus mismos orígenes, la Segunda República Polaca (1918 – 1939) se había enfrentado a la Unión Soviética. Tras la guerra polaco soviética, que terminó con el Tratado de Paz de Riga (1921), Polonia adquirió grandes áreas de territorio en Ucrania y Bielorrusia que anteriormente habían pertenecido a la Mancomunidad Polaco Lituana, extinta en 1795. Los soviéticos nunca aceptaron estas cesiones. Cuando en 1939 la Unión Soviética firmó con la Alemania nazi el llamado Pacto Molotov, incluyeron una cláusula adicional secreta en la que acordaban la división y reparto del territorio de la nación polaca. El 17 de septiembre los rusos ocuparon el este de Polonia, tras atacar a esta nación sin previa declaración de guerra.
Los soviéticos justificaron la invasión presentándola como una liberación de la tiranía polaca de los ucranianos y bielorrusos oprimidos que vivían allí. Se trata de la misma dialéctica que continúan utilizando hoy en día. Inmediatamente, organizaron un refrendo manipulado que dio una amplia mayoría a los títeres pro soviéticos. Tras la absorción, por «voluntad popular», se procedió al desmantelamiento y destrucción del estado polaco: sus estructuras administrativas, de partido, institucionales, etc.
Una de las partes fundamentales para la consecución del objetivo buscado por la Unión Soviética pasaba por la eliminación –léase asesinato– de las clases rectoras: funcionarios, intelectuales, académicos, militares, policías, jueces, abogados, terratenientes, etc. Hubo profesiones enteras que fueron declaradas «antisoviéticas» y, por lo tanto, eliminadas en su conjunto.
Durante el 18 de septiembre de 1939, la NKVD quedó a cargo de los campos de prisioneros (para los miembros de las fuerzas de defensa y seguridad polacas) y de los campos de internamiento (para los civiles). Del primer grupo, prisioneros pertenecientes al ejército y fuerzas de seguridad (policía, gendarmes, etc.), se separó a unos 15.000 individuos (unos 8.500 oficiales del ejército y 6.500 miembros de la policía y gendarmes polacos). A estos se les sumó un número indeterminado de terratenientes, funcionarios, etc. y todos ellos fueron repartidos entre los llamados «campos especiales» situados en Koselsk, Starobelsk y Ostashkov.
Durante meses los prisioneros fueron interrogados con el objeto de conseguir declaraciones que los criminalizaran como agentes antisoviéticos, negándoles los derechos que les correspondían según los tratados internacionales (Ginebra, Cruz Roja Internacional, etc.). El 28 de febrero de 1940 tras los informes elaborados con los interrogatorios y con todos los prisioneros declarados como culpables en una medida u otra, Lavrenti Beria, comisario jefe de la NKVD y de los servicios secretos, tuvo una reunión con Iósif Stalin en la que se sugirió la eliminación física de las élites rectoras. Con esa idea en la cabeza, Beria trabajó en lo que llamó «Proyecto de Resolución».
En él, todos los prisioneros y detenidos polacos eran «enemigos jurados de la Unión Soviética» y todos ellos debían ser ejecutados. Tanto los de los «campos especiales» (entre 15 y 17.000) como los de otros campos segregados (entre 11 y 15.000 más) serían trasladados y eliminados «sin citación, presentación de acusaciones, decisión del resultados de las investigaciones ni auto de procesamiento». La copia número 41, con la decisión del Politburó ordenando la ejecución de todos los prisioneros, con fecha de 5 de marzo de 1940, fue encontrada dentro de la misma carpeta que contenía las cláusulas secretas del Pacto Ribbentrop-Molotov.
Los prisioneros fueron trasladados a los lugares de ejecución en trenes especiales. Los del campo de Kozelsk a Katyn, los de Slarobelsk a Jarkov y los de Ostashkov a Tver (que entonces se llamaba Kalinin). Las tropas encargadas de las ejecuciones fueron convenientemente aleccionadas de como debían realizar el tiro en la nuca. Se les entregaron pistolas de fabricación alemana y marca Walther de calibre de 7,65 milímetros.
Los soviéticos disponían de amplios depósitos de ambos productos (armas y munición) debido a una compra que hicieron a la empresa GECO de Durlach en 1928. La idea de los jerarcas del partido era la de enmascarar la autoría de las ejecuciones. Esto se ejecutó de una manera muy torpe, ya que cuando se encontraron las fosas en Katyn, los médicos que examinaron los cuerpos encontraron que muchos de ellos habían sido rematados a bayonetazos. En ese tiempo el ejército soviético usaba la bayoneta Mosin Nagant que compartía junto con la francesa Lebel (para entonces retirada por obsoleta) la característica de tener una sección cruciforme. Dejaba heridas en forma de cruz.
Actualmente, la investigación sobre los crímenes soviéticos contra Polonia está paralizada en la Rusia de Putin
La Unión Soviética jamás admitió las matanzas de polacos de 1940, siempre acusó a los nazis de ello. En 1990 el general polaco Jaruzelski exigió a Gorvachov que se reconociera la autoría de la masacre. El premier soviético reconoció al polaco que la NKVD había llevado a cabo las ejecuciones, pero de manera particular e informalmente. El Politburó prohibió que se difundiera noticia alguna sobre esto y censuró las investigaciones que en ese momento estaban llevando a cabo varios historiadores. Actualmente, la investigación sobre los crímenes soviéticos contra Polonia está paralizada en la Rusia de Putin.
En total se ejecutaron a 4.421 personas en Katyn, 3.820 en Jarkov, 6.311 en Kalinin y 7.305 en otros lugares. Total 21.857 miembros antisoviéticos de la burguesía antirrevolucionaria polaca (en lenguaje de la época). Hoy se siguen encontrando fosas y las cifras continúan creciendo, pero solo hemos hablado de los asesinatos cometidos entre febrero y abril de 1940.
Piensen que los prisioneros de guerra (militares) sumaban más de 250.000 en 1939 y muchos de ellos desaparecieron para siempre en los gulags (más de 120.000), que los civiles componen una cifra desconocida pero necesariamente alta y que por orden de Stalin se detuvo a todo ciudadano soviético susceptible del delito de tener orígenes polacos (otros 300.000 individuos). Las cifras se disparan y esto solo será el principio de un tiempo terrible para los polacos. Para Polonia, la mártir.