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Antonio Pérez Henares
Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

Álvaro de Bazán, el marino que murió invicto y olvidado pese a salir en el Quijote

Murió sin haber conocido la derrota y en un momento en que, desgraciadamente, más falta hacía, pues debió haber sido él quien condujera la Gran Armada contra Inglaterra

Actualizada 13:31

Álvaro de Bazán

Álvaro de Bazán

«El fiero turco en Lepanto, / en la Tercera el francés, / y en todo mar el inglés, / tuvieron de verme espanto. / Rey servido y patria honrada / dirán mejor quién he sido / por la cruz de mi apellido / y con la cruz de mi espada». Este epitafio lo escribió nada menos que Lope de Vega, quien llegó a servir como soldado a sus órdenes y que, en el elogio, coincidió incluso con su enconado enemigo Luis de Góngora, quien también escribió su loa al gran marino. Éste murió sin haber conocido la derrota y en un momento en que, desgraciadamente, más falta hacía, pues debió haber sido él quien condujera la Gran Armada contra Inglaterra.

Miguel de Cervantes, que había combatido bajo su mando en la crucial victoria de Lepanto contra el Imperio otomano, le rindió homenaje en El Quijote, al glosar la captura de una galera enemiga: «Tomóla la capitana de Nápoles, llamada 'La Loba', regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz».

Retrato de Álvaro de Bazán en el Palacio del Marqués de Santa Cruz (Viso del Marqués)

Retrato de Álvaro de Bazán en el Palacio del Marqués de Santa Cruz (Viso del Marqués)Thorun Piñeiro

Hoy su nombre ha desaparecido de los libros de historia, como el de tantos otros. Más bien, es nuestra propia historia la que quieren cancelar por completo y borrar de la memoria de las nuevas generaciones. Solo pueden contarse las derrotas, enaltecer como héroes a repulsivos y asesinos piratas y despreciar a nuestros grandes marinos y a una flota que dominó los mares durante más de tres siglos.

Uno de ellos, quizás el mayor de todos por sus peripecias como soldado y sus impresionantes éxitos, fue Álvaro de Bazán, quien jamás fue derrotado en combate. Basta con exponer en cifras sus logros y conquistas: islas rendidas: 8; ciudades y villas tomadas: 27; castillos y fuertes asaltados: 36

Soldados y marinos rendidos (franceses, portugueses e ingleses): 11.782; prisioneros cristianos liberados: 1.564; naves enemigas apresadas (galeras, goletas, galeones, bergantines, galeazas y barcos turcos y berberiscos): 282; piezas de artillería capturadas: 1.814. Derrotas: 0.

Hoy su nombre sí es reconocido por los marinos; en la Armada nunca falta un barco que lleve su nombre, y también se le recuerda en estatuas y plazas. Sin embargo, a nivel popular ha caído en el olvido, a pesar de su relevancia y grandeza. Quizás porque no fue un pirata asesino ni un conspirador, ni tuvo otra ambición en vida que servir a su patria y a su rey («Rey servido, patria honrada»), algo que ahora se juzga como una tacha y un deshonor, como toda obra del pasado que no cuente con la bendición de los sacerdotes de la «neoinquisición progre».

Álvaro de Bazán nació en Granada en diciembre de 1526. Su familia provenía del valle navarro del Baztán, que ya en el siglo XIV había entrado al servicio de la Corona de Castilla. Su abuelo y su padre, ambos con su mismo nombre, desempeñaron importantes cargos: el primero tuvo un papel relevante en la Guerra de Granada y el segundo levantó una hueste a su costa para luchar a favor de Carlos V, a quien también acompañó en la toma de Túnez, llegando a ser capitán general de la Armada española.

El joven Álvaro, con apenas nueve años, ya recorría la cubierta de la capitana de su padre cuando el barco estaba en puerto. Su progenitor, conocido posteriormente como «el Viejo» para distinguirlo de él, lo llevó consigo en una expedición a los 12 años. A los 17 lo acompañó en aguas cantábricas y, a los 18, combatió a su lado en la batalla de Muros, en la costa gallega, donde se obtuvo una gran victoria con más de 3.000 bajas francesas.

Representación de los familiares de Álvaro de Bazán en el Palacio del Marqués del Viso

Retratos de los familiares de Álvaro de Bazán en el Palacio del Marqués del VisoThorun Piñeiro

Entre sus primeras misiones estuvo la protección de la flota de Indias frente a corsarios franceses e ingleses al aproximarse a aguas españolas en su regreso. Su ascenso, tanto por su linaje como por méritos propios, fue espectacular. Uno de sus logros más renombrados fue el apresamiento de barcos ingleses que transportaban munición a Fez, frente al cabo de Aguer.

A los 24 años contrajo su primer matrimonio con Juana de Zúñiga, hija de los condes de Miranda, con quien tuvo cuatro hijas. A los 28 años fue nombrado capitán general de la Armada. Tras enviudar, se casó con Manuela Benavides, hija del conde de Santisteban del Puerto, con quien tuvo otras tres hijas y un varón, al que puso su nombre.

La primera parte de su vida naval al mando de tropas transcurrió en el Mediterráneo, donde combatió contra turcos y berberiscos, aliados en una traicionera unión con los franceses. Tras el desastre español en Los Gelves, acudió en socorro de la región y logró salvar las plazas de Orán y Mazalquivir del asedio otomano en 1563. Al año siguiente, como lugarteniente de una flota de 100 navíos, participó en la toma del Peñón de la Gomera, que había sido convertido en refugio de piratas.

Recuadro ilustrado del Peñón de Vélez de la Gomera, extraído del mapa de Fez y el Reino de Marruecos de Jodocus Hondius de 1606.

Recuadro ilustrado del Peñón de Vélez de la Gomera, extraído del mapa de Fez y el Reino de Marruecos de Jodocus Hondius de 1606.

El socorro a la asediada Malta lo consagraría definitivamente. Los turcos habían lanzado contra la isla un formidable ataque con toda su flota, al mando de Piali Pachá, y su temible infantería, los jenízaros, quienes habían logrado desembarcar y estaban a punto de penetrar en la fortaleza. La heroica resistencia de la guarnición permitió que Bazán, a pesar de muchas reticencias en la corte, se embarcara con sus galeras y tropas de infantería española y lograra socorrerles.

Cuando los otomanos creían tener la plaza y la isla en sus manos, la llegada y el desembarco de Bazán cambiaron el curso de la batalla. La derrota y la mortandad turcas fueron terribles: no solo se salvó Malta, sino también Sicilia, que los otomanos tenían previsto atacar después. Por ello, en 1566, Bazán fue nombrado capitán general de las galeras de Nápoles y, poco después, un año antes de la batalla de Lepanto, Felipe II le concedió el título de marqués de Santa Cruz.

No podía faltar don Álvaro a la «más grande ocasión que vieron los siglos», en palabras de Cervantes, quien tampoco faltó a la cita. Al mando de sus 30 galeras de la escuadra de Nápoles, se unió a Juan de Austria, quien ostentaba el mando de la coalición cristiana. Bazán lo apoyó y alentó, pese a la oposición de otros almirantes, a buscar el enfrentamiento inmediato con la flota enemiga y atacar en cuanto tuviera ocasión.

Fresco de la batalla en el museo del Vaticano

Fresco de la batalla en el museo del Vaticano

A Bazán se le asignó la misión de comandar la retaguardia y acudir en socorro de las zonas y naves cristianas que se vieran en mayor peligro, una labor crucial para el desenlace del combate desde su inicio en aquel amanecer del 7 de octubre de 1571. En ese momento, logró taponar el canal que el almirante veneciano Barbarigo había dejado abierto y por el que la flota otomana intentaba envolver y amenazar el flanco cristiano. La llegada de las galeras enviadas por Bazán cambió el rumbo de la batalla: los turcos, atrapados en una pinza, quedaron encerrados, fueron derrotados y empujados contra la costa.

Posteriormente, otras de sus fragatas y bergantines apoyaron al centro y la vanguardia de la escuadra de don Juan de Austria en su intento de asaltar la capitana turca, La Sultana, logrando deshacer el centro otomano. Por último, con las diez galeras que le quedaron en retaguardia y con el propio Bazán al frente, consiguió poner en fuga al almirante Uluch Alí, quien había sobrepasado las líneas del genovés Andrea Doria y estaba causando tal estrago a las galeras maltesas que amenazaba con cambiar el curso del combate.

Fueron tres momentos clave de la batalla, y la pericia estratégica de don Álvaro los resolvió en favor de los cristianos. Nada extraño, pues, que unos años después, en 1576, el rey Felipe II le otorgara el cargo de capitán general de las galeras de España.

En 1580 ocurrió un acontecimiento que iba a convertir al Imperio español y a Felipe II en el poder territorial más extenso del mundo. Al morir sin descendencia el rey de Portugal, Felipe II, como hijo de la emperatriz Isabel de Portugal y nieto del rey Manuel I, era el heredero natural al trono. Aunque algunos nobles portugueses, encabezados por el prior de Crato, intentaron resistirse, las tropas españolas –con el duque de Alba por tierra y Bazán al frente de la flota en Lisboa– apenas encontraron oposición. Así, Felipe II fue aclamado como rey en la capital portuguesa y con ello se convirtió en soberano de todos sus territorios de ultramar, desde Brasil hasta las posesiones en África y el Índico.

Sin embargo, la isla de Terceira, en las Azores, se convirtió en un quebradero de cabeza. Su gobernador, apoyado por grandes sumas de dinero inglés y refuerzos de soldados y armamento franceses, se negó a aceptar la soberanía española con la promesa de que una poderosa escuadra acudiría en su auxilio. Su posición estratégica representaba una grave amenaza: si caía en manos anglo-francesas, pondría en peligro las rutas de los barcos españoles y portugueses de regreso de las Indias, tanto Occidentales (América) como Orientales (las islas de la Especiería).

Tras una primera derrota de Pedro Valdés en su intento de tomarla, hubo de ser Álvaro de Bazán el encargado de resolver la situación. Para ello, comenzó a tomar los fuertes de los partidarios de Crato. La flota francesa y el condotiero italiano Felipe Strozzi iniciaron el contraataque, y este último logró cercar el fuerte principal, donde se había atrincherado el destacamento español desembarcado.

Al aproximarse Bazán con su escuadra, Strozzi decidió reembarcar y unirse a la flota francesa, con lo que dobló en número de barcos al español. Mientras que Bazán solo contaba con dos galeones, 23 naos y 4.500 soldados de infantería, el enemigo disponía de 60 naves y 7.000 soldados.

El choque tuvo lugar el 26 de julio de 1581. La pericia del almirante español convirtió la desventaja en ventaja. Alternando sus naves más pesadas y artilladas con las más ligeras y maniobrables, logró romper las líneas enemigas. En plena batalla, el duque de Brissac, jefe francés, huyó a punto de ser capturado tras un abordaje, dejando solo a Strozzi, quien, al verse rodeado, no tuvo más remedio que rendirse. La flota francesa largó el trapo y escapó, dejando atrás diez buques hundidos o capturados y cerca de 1.500 soldados muertos.

Los prisioneros corrieron igual suerte, pues, al no existir guerra declarada entre Francia y España, fueron considerados piratas: los caballeros y nobles fueron degollados, mientras que los marineros y soldados fueron ahorcados.

Estatua de Álvaro de Bazán en Madrid

Estatua de Álvaro de Bazán en MadridConcepción AMAT ORTA (Creative Commons)

La conquista de la isla Terceira, sin embargo, tuvo que esperar un poco más. Bazán, con tan exiguas tropas, decidió prudente no desembarcar y esperar hasta 1583 para hacerlo con una nueva flota de 90 buques y 8.000 soldados. Ingleses y franceses enviaron refuerzos con barcos y soldados para fortalecer las defensas de la isla, y se negaron a aceptar la oferta de rendirse y retirarse con sus armas y banderas. Entre los primeros soldados de los Tercios que pusieron pie en tierra firme y asaltaron las trincheras enemigas se encontraba un joven llamado Rodrigo de Cervantes, hermano menor del autor de El Quijote.

En cuestión de días, la isla Terceira quedó por completo bajo dominio español y se conjuró el peligro para las flotas que regresaban de las Indias.

Esta fue la última misión que el rey Felipe II encomendó a don Álvaro de Bazán y que este pudo llevar a buen término, porque la siguiente no alcanzó a concluirla. Fue el marqués de Santa Cruz quien comenzó a preparar la ofensiva contra Inglaterra y a organizar la Gran Armada, que tal vez, bajo su mando, habría corrido mejor suerte. Sin embargo, la muerte le alcanzó en Lisboa el 9 de febrero de 1588, y el mando fue transferido al duque de Medina Sidonia, cuya escasa experiencia en combate y en la dirección de escuadras quedó en evidencia durante la expedición.

Los restos de don Álvaro de Bazán reposan en el convento de San Francisco, en la localidad ciudadrealeña de Viso del Marqués, donde él mismo había ordenado construir un majestuoso palacio renacentista. En la actualidad, este alberga el monumental archivo de la Armada Española.

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