
El extractor de dientes, de Gerard Van Honthorst
Picotazos de historia
Cómo ha aliviado la humanidad el dolor: de la daga «Misericordia» al gas de la risa
Desde las tablillas de Nippur hasta los quirófanos modernos, la lucha contra el dolor ha sido una constante en la historia de la humanidad
Hace unas semanas, tuve que solicitar una asistencia de urgencia a mi dentista. Una pequeña molestia en una muela se había transformado en un intenso dolor y no estaba dispuesto a que estallara una crisis en pleno fin de semana. Así, a las ocho de la mañana, estaba en la consulta del dentista, resignado a lo que fuera a suceder. Resultó que tenía una buena infección bajo un empaste antiguo y el doctor tuvo que hacerme una endodoncia sin anestesia.
Quiero dejar bien claro el buen hacer profesional, incluso el arte, de mi dentista. Y aunque a lo largo de todo el proceso sentí un dolor intenso; admiré su habilidad y lo agradecí. Y ese es el asunto: el dolor —y un dolor agudo, insoportable y sin remedio— ha acompañado a la humanidad desde sus mismos comienzos.
Vi en un programa que hablaban de los tremendos dolores y sufrimientos que debió de padecer una mujer momificada en el antiguo Egipto. Tenía los dientes muy desgastados por la arena y debió de sufrir tremendas infecciones. Calculan que tenía treinta y pocos años.
Pues bien, piensen que la eliminación del dolor es un avance de la ciencia muy reciente y que, desde hace muy poco, la medicina puede apoyarse en la anestesia para intervenir a los pacientes.La anestesia —término acuñado por el doctor Oliver Wendell Holmes en 1846— es una palabra griega que significa «sin sensación». Y es que, desde sus mismos orígenes, la humanidad ha anhelado la eliminación del dolor.
El testimonio más antiguo que tenemos del uso de drogas es una tablilla de barro cocido, cubierta de signos en escritura cuneiforme y encontrada en las ruinas de la ciudad de Nippur, donde se menciona la adquisición de esta planta. El ideograma con el que se la representa se traduce como «planta de la alegría». Otras tablillas nos hablan del uso del opio y de la adormidera por parte de los asirios.
En Egipto, tenemos papiros que nos hablan del carácter analgésico y sedante de los anteriores y de la mandrágora. De la antigua Grecia destacan los escritos de Galeno, Teofrasto, Hipócrates (sí, el del juramento que todo el mundo menciona y nadie conoce), etc. Desde entonces, en todas partes a lo largo de la historia, podemos encontrar bebedizos, ungüentos, bálsamos y demás con los que aliviar el dolor, o que tal cosa pretenden.

Hipócrates, el padre de la medicina. Relieve de mármol del siglo V a.C.
Nuestro científico y alquimista Raimundo Lulio (1232–1316) está considerado como el descubridor del éter dietílico y, casi tres siglos después, Paracelso (1493–1541) descubrió sus propiedades anestésicas. Esto último, cincuenta años antes de que el uso del torniquete se empleara para cortar las hemorragias; anteriormente, solo se había utilizado para estrangular. Piensen que el francés doctor Ambroise Paré (1510–1590), uno de los padres de la medicina militar moderna, dejó testimonio de cómo los soldados degollaban, misericordiosamente, a sus camaradas cuyas heridas no tenían alivio ni solución.
Esta era una práctica misericordiosa aplicada desde la más remota antigüedad. Durante la Edad Media y hasta el siglo XVIII fue común el uso de un tipo de daga —de hoja larga, aguda y de doble filo— destinada a acabar con los sufrimientos de los heridos y, por ello, llamada Misericordia.
El siglo XVIII, conocido como el Siglo de las Luces o de la Ilustración, nos trae el descubrimiento del gas nitroso por el señor Joseph Priestley, así como sus propiedades anestésicas, su aplicación y otras propiedades más aptas para lo lúdico. Ya saben: el gas de la risa. Esta última propiedad y el nombre se lo debemos al químico Humphry Davy.
Con el nuevo siglo —el XIX— vendrían los grandes avances en materia de la supresión del dolor, entre otros motivos gracias a Napoleón Bonaparte, que estaba dando mucha guerra (literalmente). En estos avances para encontrar alguna droga milagrosa que aliviara el dolor entre los heridos, se consiguió separar —en el año 1804— la morfina del opio y, por su principal efecto, se le dio el nombre del dios Morfeo, dios del sueño.
En enero de 1842, William Edward Clarke (1819–1898) administró éter a la señorita Hobbie y llevó a cabo una extracción dental indolora. Esta se considera la primera administración, por inhalación, de un anestésico con fines quirúrgicos. A partir de este momento, los experimentos y pruebas, tanto con éter como con óxido nitroso, se multiplicaron. En el año 1847 tenemos la primera utilización en seres humanos del cloroformo como anestésico, pasando rápidamente a sustituir al éter y al gas de la risa. En 1853, la reina Victoria del Reino Unido fue anestesiada con cloroformo durante el parto de su octavo hijo.

Primera operación bajo el efecto del éter. Obra de Robert C. Hinckley, 1894
Será durante el siglo XX cuando se producirá una enorme evolución en los métodos de administración de estos nuevos productos y el disloque y desmelene en la fabricación y uso de estos fuera del ámbito médico. Aparecen fármacos como el Veronal, recomendado para el insomnio y que, en la década de los sesenta del siglo pasado, fue sustituido por las benzodiacepinas, que son más suaves y no tienen tantos efectos secundarios.
Yo encontré en el armario de mi abuela, en su casa de San Sebastián, un bote de clorhidrato de cocaína en un 99 % diluido en agua destilada. La receta de la farmacia de la calle Peñi Goñi era del año 1937 y podía haber sido para un dolor de muelas.
A la cocaína le siguió la novocaína, de gran predicamento entre los dentistas, pero lo fundamental es que se ha suprimido el dolor en gran medida, en general, y de manera absoluta durante las intervenciones quirúrgicas.
Piensen en el dolor que debía soportar un individuo durante una operación de extracción de una piedra en un riñón en el siglo XVIII. El sufrimiento constante e interminable que suponía una infección de un diente o una muela hasta el descubrimiento de los antibióticos y los analgésicos. Algo enloquecedor. Y que los pacientes, tras soportar un enorme grado de dolor y sufrimiento, se sometían a intervenciones dolorosísimas, sin anestesia que mereciera tal nombre y con grandes posibilidades de morir a consecuencia del shock o de una posterior infección, simplemente para encontrar alivio a su agonía constante. ¿Son conscientes de lo afortunados que somos en relación con los que nos precedieron?