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08 de septiembre de 2024

Y de Polonia, ¿a dónde? Incertidumbre y miedo en la frontera de Ucrania

Y de Polonia, ¿a dónde? Incertidumbre y miedo en la frontera de Ucrania

Desde la frontera entre Polonia y Ucrania

Y de Polonia, ¿a dónde? Incertidumbre y miedo en la frontera de Ucrania

La confusión, y la amenaza de la trata de blancas, penden sobre las cabezas de todas las madres ucranianas que huyen hacia Europa con sus hijos

En la pequeña estación de Przemyśl, a 14 kilómetros de la frontera entre Polonia y Ucrania, miles de mujeres aguardan con maletas y niños, sentadas sobre el suelo. Otras, se acomodan en sillas de colegio, de cocina, de plástico o de diseños del siglo pasado. Voluntarios ofrecen comida, ropa y transporte. Para muchas de ellas supone la encrucijada más confusa de sus vidas; desde un país ajeno, y agotadas tras días enteros de viaje, les toca decidir a qué tren subirse, y en qué país echar raíces.

Svetlana «Sveta», de 64 años, lleva cinco días de viaje. Con un vistazo rápido no se notaría; desde la raya del ojo, perfectamente delineada, hasta los zapatos de tacón bajo, la mujer no se deja traicionar por el agotamiento. Pero, tal y como lo describe (con gestos de las manos, ya que nadie más habla ucraniano), no descansa desde hace diez días. Acurrucada en un compartimento del tren Przemyśl-Cracovia, vagón once, junta las palmas y apoya en ellas la mejilla; «dormir». Agita el índice con vehemencia; «no dormir». Sube los brazos, imita un avión, y luego abre el puño, dejando caer objetos invisibles sobre su cabeza: «Sueltan bombas desde el aire».

Sveta es de Mykolaiv, ciudad costera al norte de Jersón. Para Rusia, se trataría de un enclave estratégico. De hacerse con él, las fuerzas del Kremlin ganarían el acceso a Odesa, el puerto más importante de Ucrania y, desde allí, se acercarían al territorio que bordea Transnistria, la «república» separatista de Moldavia. Por eso, el pueblo natal de Sveta sufre desde hace días constantes bombardeos, y las alarmas antibombas truenan cada tres horas. Una treintena de civiles han muerto en la zona, y sus autoridades pugnan con apremio para evacuar a sus cerca de 500.000 residentes.

Desde Cracovia, Sveta se dirigirá hacia Bielorrusia, país que ya ha visitado en alguna ocasión, y donde tiene amigos. Esa sensación de gran familia es decisiva: ahora, cuando cae la noche en un país desconocido, y el único espacio que puede considerar «suyo» es el asiento de un tren, esa imagen le impide pensar que está a punto de lanzarse al vacío.

La certidumbre así es un lujo. Un viaje en tren de tres horas es el último obstáculo con que se encuentran más de 450.000 refugiados ucranianos antes de llegar a Cracovia.

En la estación de trenes de Przemysl, con una mochila infantil colgada del hombro y el transportín de «Šedá», su gato, a sus pies, Nastya, de 39 años, hace acopio de valor y paciencia.

«Las bombas empezaron a caer hace cuatro días», explica la ucraniana que hasta hace unas semanas, enseñaba inglés en un colegio. «Los aviones volaban, y nosotros esperábamos. Es una sensación inimaginable. El saber que la bomba está a punto de caer, y que lo único que puedes hacer, es esperar a ver dónde».

Hemos escogido Alemania. No tenemos a nadie allí, no tenemos amigos, no conocemos gente. Estamos solosNastya, 39 años

Finalmente, cuando una bomba cayó sobre el colegio, a solo dos kilómetros de Nastya, decidió partir a Polonia junto a su hijo de diez años y su gato. Y desde Polonia, ¿a dónde? Tomó la decisión in situ, nada más llegar a Przemyśl, exhausta tras dos días de viaje.

«Hemos escogido Alemania», anuncia mientras toma aire. «No tenemos a nadie allí, no tenemos amigos, no conocemos gente. Estamos solos, los tres. Mi hijo, mi gato, y yo».

«Conocí a unos chicos estupendos. Son voluntarios alemanes, y nos van a llevar hasta allí. Tienen un autobús; trajeron productos hasta Polonia y ahora, se llevarán a gente de vuelta con ellos», cuenta Nastya. «Me han propuesto quedarme en un hotel».

A pesar del alivio inmediato, la frontera no es ni por asomo el final del camino para los refugiados. Unos pocos saben a dónde ir, hacia países cercanos para reunirse con amigos y familiares, pero la gran mayoría improvisa desde Cracovia o Varsovia. Muchos esperan poder permanecer en Polonia, para no alejarse demasiado de Ucrania, y, sobre todo, de los hijos y maridos que dejaron atrás. Sin embargo, ya hay casi 1.8 millones de ucranianos en Polonia, y los recursos empiezan a escasear. Una vez llegados a las estaciones de tren, cuando descubren que hay menos opciones de las imaginadas, muchísimos refugiados se tornan hacia los voluntarios para saber a dónde ir.

Y entonces, cuando casi tres millones de personas han huido de Ucrania, en el momento más vulnerable de sus vidas, surge una nueva amenaza; la trata de mujeres y niños. Mafias y criminales que aprovechan la confusión de las refugiadas nada más cruzar la frontera, que las atraen a sus casas a través de ofertas de ayuda. Allí, las violan, o las obligan a prostituirse.

En Ucrania tenemos información de que hay hombres en Polonia secuestrando a mujeres para prostituirlasNastya, 39 años

Es un miedo que permea el ya de por si arduo camino entre Ucrania y el resto de Europa, y persigue a estas mujeres solas, que no saben si lo que aguarda tras la frontera es peor que lo que dejan atrás. «En Ucrania tenemos información de que hay hombres en Polonia secuestrando a mujeres para prostituirlas», explica Nastya. «Les dije [a los voluntarios] que tenía muchísimo miedo».

Su temor tiene fundamento; tanto el boca a boca de Przemyśl, cómo la alcaldía de la capital alemana, advierten contra las ofertas fortuitas de dinero o alojamiento. «Por favor, sed conscientes de que hay criminales en acción en la estación central, Berlin Hauptbahnhof, que quieren aprovecharse de la situación de los refugiados de guerra», comunicó hace poco el ayuntamiento de Berlín.

También Dastin, de 29 años, voluntario en un centro de refugiados, señala el peligro. «En muchos de los lugares donde se están quedando las ucranianas, hay criminales que buscan a las 'mujeres hermosas' del país, y las violan, y las venden en la dark web», explica. Desde el umbral de un edificio en la calle Radzwillowska, Cracovia, coordina el trajín de donativos y registros de desplazados a su alrededor. Como hay varias ucranianas cerca, madres con sus hijos, y mujeres jóvenes, baja la voz para explicar lo siguiente: «Ahora mismo, la gente puede comprar a una mujer de Ucrania, filtrando hasta por el color de ojos, de pelo, por su peso».

En Przemysl, sin embargo, tras varios días de viaje y con un niño pequeño a su cargo, el miedo de Nastya palidece. «Pedí a los voluntarios que llamasen a una chica en Alemania, ya que me preocupaba que hubiera hombres malos en ese país. Hablé con una mujer de Moldavia, que está allí, y me aseguró que todo iría bien», recuerda. «También me enseñaron su Instagram, y describieron cada paso del viaje y del proceso. He visto que todo está en orden».

Para Nastya, eso basta y ahora, ella y su hijo tienen dónde vivir durante los próximos meses. Sentada junto a la ventana, mientras contemplaba desde el tren la noche polaca, Sveta pensaba lo mismo. Habló, o más bien, gesticuló con entusiasmo y nostalgia sobre lo que dejaba atrás en Mykolaiv: un hijo, un perro, y una moto que adora, convencida de un futuro seguro en Bielorrusia.

Sin embargo, a mitad del trayecto, le vibra el móvil. Ojea la pantalla y su expresión cambia con rapidez: acaba de recibir noticias de un supuesto ataque a Bielorrusia, en el que aviones rusos desde Ucrania bombardearon aldeas fronterizas. Todo fue parte de la guerra de propaganda, pero, en aquel momento, nadie lo sabía.

La tensión invade el vagón de tren, como si la incertidumbre hubiera sido desde el principio un bulto más en el compartimento de maletas. En un segundo, Bielorrusia deja de ser un país seguro.

«Solo hablo ruso y ucraniano», se desespera Sveta, cuya fachada se resquebraja. No quiere aprender otra lengua, y tampoco quiere alejarse de su cultura. Las opciones disminuyen; durante el resto del viaje, navega con desgana por las páginas web de distintos ministerios europeos, y lee con atención sus programas de acogida. Quedan menos de dos horas para llegar a Cracovia.

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