Análisis
La cara oculta de Macron
Dos ensayos ayudan a entender la genialidad política del presidente francés para manejar el poder y su falta de escrúpulos para alcanzarlo
Alain Duhamel sigue siendo, a sus 82 años, uno de los más lúcidos observadores de una vida política gala que disecciona desde hace casi seis décadas: el único presidente con el que no se vio las caras fue De Gaulle, al que tuvo que limitarse a ver de lejos en las ruedas de prensa. A sus sucesores, sin excepción, les ha «explorado» de los pies a la cabeza. Con François Mitterrand, por ejemplo, mantuvo más de cien encuentros, sin incluir las entrevistas.
Es, por lo tanto, aunque muchas de sus opiniones sean harto discutibles, una persona fiable a la hora de analizar la figura de Emmanuel Macron, el octavo inquilino del Elíseo al que marca de cerca, si bien admite que no tiene tanto acceso a él como a sus antecesores.
Quizás por eso esperó los cuatro años de mandato, hasta 2021, antes de dedicarle un libro perfil, actualizado a principios de este año, titulado Emmanuel le Hardi, Emmanuel el Intrépido. «La intrepidez», escribe, «es la esencia misma de su personalidad y no solo de su personalidad política. No está desprovista de arrogancia, ni de imprudencia, torpeza o precipitación», antes de añadir que «roza con frecuencia la temeridad, si bien le permite la sorpresa, la ruptura, la novedad y el movimiento».
Y cuando se trata de asociar -y no comparar- a Macron a algún personaje de la historia de Francia, Duhamel no alberga dudas: Napoleón Bonaparte, o, mejor dicho, «su ascendencia bonapartista». «No se trata, evidentemente», argumenta el veterano analista, «de convertir a Emmanuel Macron en un nuevo Bonaparte: ¿Dónde estarían sus victorias, su gloria, su genio militar? Nadie es, por cierto, más civil que el actual jefe del Estado».
Pero completa su demonstración afirmando que «el bonapartismo empieza por la autoridad, se construye a través de la autoridad, simboliza la autoridad, roza en permanencia con el autoritarismo, hacia el que generalmente vuelca».
Macron, por supuesto, ni ha pretendido, ni pretende transgredir las reglas democráticas para consolidar un hipotético poder sin límites. Más nadie niega que su encarnación, algo imperfecta y a veces deficiente, de la autoridad ha sido clave para asegurar su reelección.
La traición
Otra cosa son los medios, a menudo moralmente fraudulentos, de los que ha hecho uso de cara a la consecución de esa autoridad. Para entender el fenómeno conviene adentrarse en la lectura de otro ensayo, Le Traître et le Néant, titular que se traduce por El traidor y la nada, clara alusión al famoso ensayo de Jean-Paul Sartre, El ser y la nada.
Sus autores, Gérard Davet y Fabrice Lhomme, investigadores estrella de Le Monde –diario que pidió el voto para Macron en la segunda vuelta de hace dos semanas– e incansables entrevistadores. Fueron las atómicas confidencias que sonsacaron a François Hollande en otro libro las que disuadieron al anterior presidente de optar a un segundo mandato.
Macron, como era de esperar, no les ha querido recibir. Ni la mayoría de sus ministros, colaboradores o demás personalidades de su entorno, salvo la titular de Ciudadanía, Marlène Schiappa. Es más, los autores enumeran al final de la obra los nombres del centenar de hombres y mujeres que se negaron a atender su petición. De la lectura de El traidor y la nada se desprende que es por la capacidad intimidatoria de Macron, de miedo que genera, de su capacidad intimidatoria.
El resultado final es un viaje descarnado por las vísceras del macronismo, por la intrepidez y la habilidad táctica descritas por Duhamel. Sí, pero al mismo tiempo por una traición a Hollande sabia y pacientemente elaborada desde el día en que este último le nombró secretario general adjunto del Elíseo antes de transferirle, confiando ingenuamente en él, al ministerio de Economía, de cuya sede, Bercy, se sirvió sin escrúpulo alguno para organizar cenas en las que recibía a lo más granado del «establishment» parisino para conspirar contra el presidente al que oficialmente era leal.
La construcción de su imagen no tenía límites, Macron y su mujer contrataron los servicios de Mimi Marchand, la jefe de paparazzis más temida de Francia, implicada en asuntos turbios, con reciente estancia entre barrotes incluida. Así llegó Macron al Elíseo.