Cuando Giscard d'Estaing salvó su mayoría absoluta entre las dos vueltas
Supo proyectar los peligros que representaba el programa de la coalición socialcomunista, y agrupó a fuerzas dispersas del centro derecha
La situación parecía muy comprometida a principios de 1978 para el presidente Valéry Giscard d’Estaing: el crecimiento económico estaba bloqueado, el paro se disparaba.
Dentro de su propia mayoría parlamentaria, los gaullistas, encabezados por Jacques Chirac, su adversario más enconado, aprovechaban cualquier oportunidad para erosionar al Gobierno de Raymond Barre, y por ende, al jefe del Estado.
El corolario inevitable era la posición de favorita que ostentaba la izquierda (conformada por comunistas, socialistas y radicales de izquierda) en la práctica totalidad de las encuestas de opinión de cara a las legislativas, previstas para los 12 y 19 de marzo de 1978.
Giscard se veía abocado a tomar la iniciativa política, y de calado, para evitar lo que hubiera sido la primera cohabitación –cuando el presidente y el Gobierno, apoyado por el Parlamento, son de signo político distinto– en la historia de la V República.
El inquilino del Palacio del Elíseo la tomó por partida doble. El primer paso consistió en desplazarse el 27 de enero para dirigirse a la France profonde. El lugar elegido fue Verdun-sur-le-Doubs, municipio borgoñón homónimo, pero distinto del que dio su nombre a la famosa batalla de la I Guerra Mundial.
Desde una carpa instalada en pleno pueblo, Giscard instó a los presentes y al resto de franceses a «elegir la buena opción para Francia», es decir, a no dejarse embaucar por las izquierdas y su Programa Común.
Éste, que contemplaba, entre otras propuestas, una estatalización de los sectores estratégicos de la economía francesa, había sido oficialmente abandonado el año anterior. Pero no enterrado.
El segundo pilar de la iniciativa presidencial fue, apenas una semana después del discurso, la agrupación de democristianos, liberales y socialdemócratas (todas las fuerzas no gaullistas de la mayoría parlamentaria) en una confederación llamada Unión por la Democracia francesa (Udf).
¿Serían receptivos los franceses a la doble señal enviada desde el Elíseo? La campaña electoral transcurrió a cara de perro y los últimos sondeos no ofrecían garantías.
El 12 de marzo, la mayoría presidencial –gaullistas incluidos–, al igual que el pasado domingo, encabezaba ligeramente el recuento. Todas las posibilidades estaban, pues, abiertas.
Entre las dos vueltas el empujón definitivo vino por parte de Chirac, que intensificó sus ataques, como ya venía haciendo, contra las izquierdas, sin criticar, sorprendentemente, al jefe del Estado y a los suyos.
Semejante actitud, sumada a los temores que suscitó en varios sectores de la población una hipotética aplicación del Programa Común y a la habilidad táctica del presidente, surtió la eficacia deseada.
El 19 de marzo, los gaullistas y la Udf sumaron 277 escaños, 32 por encima de la (entonces) mayoría absoluta. «Los franceses me han escuchado», declaró, ufano, Giscard, según su biógrafo Georges Valence.
Pero solo por tres años: en 1981, François Mitterrand fue elegido presidente de la República, haciendo de Giscard el primer saliente derrotado.