«Es peor que con la URSS»: los supervivientes de Mariúpol narran el horror de la ocupación rusa
La ciudad, completamente arrasada por las bombas rusas, vive bajo un régimen de terror impuesto por las tropas rusas
Unas letras gigantes de hormigón pintadas con los colores de la bandera ucraniana con el nombre de la ciudad en el idioma del país se alzaban en primera línea de costa del puerto de Mariúpol antes de la invasión rusa de Ucrania.
Tras la ocupación de las tropas rusas, una de las primeras decisiones que tomaron las nuevas autoridades dirigidas desde Moscú fue modificar la grafía de las letras para adaptarlas a la lengua rusa y pintarlas con los colores de la tricolor nacional de Rusia.
Desde entonces, un grupo de militares mantiene una vigilancia constante del tosco monumento para asegurarse de que ningún partisano ucraniano se acerque con un bote de pintura a vandalizar el gran símbolo de la victoria de Vladimir Putin.
El cambio de la grafía del nombre de la ciudad no deja de ser algo con importancia simbólica, pero, al fin y al cabo, anecdótico.
El verdadero cambio tras la caída de Mariúpol en manos de las tropas del Kremlin lo están experimentando sus sufridos vecinos.
El diario británico The Guardian ha recogido varios testimonios de habitantes de Mariúpol que narran el autoritarismo que se ha instalado en la ciudad bajo la administración rusa.
Después de meses de bombardeos, destrucción y muerte, ahora sufren los efectos de la represión y la «caza de brujas» de todo aquel sospechoso de tener identidad nacional ucraniana, tildado inmediatamente de «nazi» y carne de las cárceles rusas en Donetsk, o en Siberia, para su reeducación.
La segunda medida estrella adoptada por el Kremlin en Mariúpol fue la instalación de pantallas móviles de propaganda, denominadas «complejos de información móvil» según la neolengua que Rusia aplica en todo lo referente a la guerra en Ucrania.
Mediante esas pantallas, colocadas estratégicamente en varios puntos de la ciudad, los órganos de propaganda rusos tratan de convencer a los ucranianos de las bondades de la ocupación rusa con explicaciones sobre cómo han sido liberados de los nazis.
«La desnazificación en Mariúpol ha sido un éxito», se esfuerza en convencer un presentador ruso desde Moscú a los supervivientes de las bombas rusas que guardan cola durante horas para lograr algo de comida o medicinas.
Sin embargo, la delicada situación que padece la ciudad no la pueden ocultar ni siquiera la propaganda del Kremlin.
Con la amenaza de la epidemia de cólera siempre presente, los habitantes de Mariúpol tienen problemas para acceder a la sanidad, a la luz, al gas o a la comida.
Para muchos vecinos, un caldo de paloma cocinado en el patio de su destruido bloque de apartamentos es el manjar más suculento de la semana.
La gente lava su ropa en charcos en la calle, porque no hay agua corriente en prácticamente toda la ciudad.
Los médicos y dentistas trabajan sin anestesia simplemente porque no tienen reservas de anestésicos.
La ciudad apesta por el olor que desprenden los cadáveres sin retirar de las calles de la ciudad, o sepultados bajo toneladas de escombros de los edificios destruidos por las bombas rusas.
Según la oficina del alcalde ucraniano de Mariúpol, depuesto por las fuerzas rusas de ocupación, los rusos habrían enterrado 22.000 cuerpos de civiles en fosas comunes.
Fuentes de The Guardian, sin embargo, aumentan esa cifra hasta los 50.000. No obstante, el balance final de civiles muertos podría ser muy superior, aunque es difícil que algún día se llegue a saber la cifra final, ya que muchos cuerpos permanecen bajo los escombros.
Las tropas rusas no solo no se preocupan por recuperar e identificar esos cuerpos, sino que están rastrillando todos los solares y arrojando los escombros, y los restos humanos mezclados en ellos, a vertederos.
En cualquier caso, mientras la ciudad permanezca bajo control ruso, es difícil poder hacer un estudio que establezca la cifra real de civiles fallecidos.
«Es cinco veces peor que la Unión Soviética», apunta a The Guardian Tatiana, una mujer de 54 años que logró escapar de Mariúpol.
Para Vladimir Korchma, de 55 años, la vida en Mariúpol «es peor que en el infierno».
A pesar de las promesas rusas, que dibujaron un futuro esplendoroso con una Mariúpol convertida en un centro turístico internacional, y que prometieron que pagarían las pensiones que hasta entonces recibían del gobierno ucraniano, los vecinos de Mariúpol tienen que sobrevivir con lo que encuentran.
Los únicos que logran obtener algún tipo de ayuda económica son aquellos que aceptan cambiar su pasaporte ucraniano por el ruso. Por el momento, sin embargo, son pocos los que han dado ese paso.
La mayor parte de los vecinos de Mariúpol han escapado y no piensan volver mientras la ciudad esté ocupada.
Los que se han quedado o han muerto bajo las bombas, o han sido deportados a Rusia, o no quieren saber nada de los rusos. Los prorrusos de verdad son cada vez menos y ni siquiera ellos están muy entusiasmados con los cambios.