Entrevista a Katherine Bisquet, escritora cubana:
«El castrismo se ha armado de violencia porque teme otra revuelta»
Una de las opositoras expulsada de Cuba, tras las revueltas del 11 de julio, hace balance un año después
A finales del pasado septiembre, la Seguridad del Estado cubana dio cuatro días a la escritora Katherine Bisquet (Ciudad Nuclear, Cuba, 1992) para abandonar la isla. Era el único desenlace para poder salvar a su entonces pareja, el artista Hamlet Lavastida, que llevaba tres meses encarcelado.
Cuatro días para deshacerse de todo y para despedirse de quien pudo. No, por ejemplo, de sus padres, quienes viven en provincia. Era la particular venganza de un régimen contra una persona joven, pero de larga trayectoria en defensa de las libertades.
Hoy, Bisquet está afincada en España y puede relatar con tranquilidad a El Debate los acontecimientos de los últimos meses.
«El 11 de julio», recuerda, «estaba en prisión domiciliaria, junto a la artista Camila Lobón. Llevábamos cerca de un mes y medio bajo la prohibición ilegal de la libertad, luego de las campañas de difamación por parte del Gobierno a los integrantes del 27N y del Movimiento San Isidro».
Cuando supieron de las protestas en varias provincias, y se asomaron al balcón de la azotea para mirar el movimiento de las calles de Centro Habana, se percataron de que los vecinos miraban hacia nuestra casa, como expectantes a que hicieran algo. Enseguida bajó un grupo de personas corriendo detrás de una patrulla de Policía.
«Entonces supimos que era el momento de sacar el gran cartel, que era el momento de manifestarnos desde allí. Colgamos la sábana y enseguida se acumuló una gran cantidad de personas en los bajos de la casa y también desde otras azoteas, para lanzarnos gritos de apoyo».
«Nadie tuvo miedo»
«Pero ese 11 de julio» continúa la autora del poemario Uranio empobrecido, «nadie tuvo miedo, y nosotras sentimos que estábamos, aun estando inmovilizadas por la policía política para que no saliéramos de nuestra casa, en esa gran marcha del pueblo cubano bajando por la calle de San Lázaro pidiendo libertad». Dos meses después, el régimen comunista se vengó de Bisquet.
–Y llegó la implacable represión.
–Luego de las protestas, el Gobierno cubano perdió la gran justificación que le permitía sostenerse en el poder de una manera no forzosa: el apoyo del pueblo, la evidencia de un país aparentemente conforme y plegado a su idea de soberanía. El pueblo se levantó en una gran protesta popular para pedir el fin de la dictadura. No pedían cambios económicos, ni pedían empleos ni pedían más alimentos.
–Pedían…
–… Un cambio radical en el destino de Cuba, querían libertad. Y la libertad en Cuba supone el fin del Partido Comunista, la caída de la casta política en el poder, la transición a la democracia. En respuesta a ese levantamiento, que significó un punto de inflexión para la situación política en Cuba, el Gobierno acrecentó la represión contra los activistas, disidentes y opositores de la isla.
–No solo contra ellos.
–Esta vez, la violencia del Estado no caería solamente sobre los «agentes de cambio» –como mismo la Seguridad del Estado reconoce a la sociedad civil cubana–, sino que se desató una violencia de igual o peor manera contra la propia ciudadanía que se levantó en la protesta, dejando un saldo de más de mil civiles detenidos, con condenas altísimas de hasta más de quince años por los delitos comunes de desacato, atentado, instigación a delinquir, desorden público, sedición, etc.
La dictadura cubana se desenmascaró en ese intento de acallar las voces de su propia ciudadanía
«Una vez más», prosigue, «la dictadura cubana se desenmascaró en ese intento de acallar las voces de su propia ciudadanía, se volvió a remontar esa frase segregadora de Fidel Castro, que marcaría el destino de un país dividido: 'Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución, nada'».
Un «nada» que hoy tiene, para Bisquet, un significado muy distinto. «Es un exilio de millones de cubanos, miles de jóvenes presos, miles de madres y familiares de hijos reprimidos y apresados por la policía política. Hoy ese «nada» es la gran mayoría del pueblo cubano, que exige un cambio radical de poder, que busca libertad política, y que exige el respeto de sus derechos fundamentales».
Sin ser escuchado hasta ahora. Antes, al contrario. Cuba es un país asediado en su totalidad por la seguridad del Estado. Controla a todos sus ciudadanos, lo que deben o no decir, con quienes se pueden relacionar, dónde pueden trabajar, cómo deben ser de obedientes y tener la paciencia de aguantar toda la crisis que el propio Gobierno ha sido incapaz de administrar.
El mejor botón de muestra es el deterioro de una situación económica, ya de por sí insostenible.
Bisquet la expone crudamente. «El sector privado no tiene respaldo en la infraestructura económica para poder hacer un emprendimiento, no tiene dónde abastecerse, no tiene apoyo de las instituciones, y tiene que pagar muy altos impuestos».
Solo se puede comprar en tiendas especializadas para la compra de alimentos que el Gobierno dispone
Por si no fuera suficiente, «el precio de la moneda se ha devaluado. Solo se puede comprar en tiendas especializadas para la compra de alimentos que el Gobierno dispone en una moneda virtual que tiene cinco o seis veces el valor de la moneda del país, y que si acaso equivale al valor del euro o el dólar».
–¿Se dan las condiciones para otra revuelta como las del pasado año?
–Las condiciones están creadas. El pueblo de Cuba es cada día más consciente de su labor cívica para defender sus propios derechos. El cubano ha perdido el miedo. Pero es consciente de sus reclamos y la violencia que ejerce el Estado contra los que se oponen. El Gobierno también está preparado para actuar en contra de toda aquella persona que se manifieste públicamente.
El poder político se enfrenta ahora a la peor crisis ideológica y económica en su historia de mandato
–La dictadura ha puesto todos los medios para evitarlo.
–Ha dirigido todas sus fuerzas a fortalecer y aumentar la seguridad en pos de evitar cualquier atisbo de rebeldía. Lo han demostrado así, con los destierros, los miles de presos, los juicios ejemplarizantes, la violencia desmedida de la Policía en la calle. El Gobierno teme que vuelva a suceder un 11J. Y para ello se ha armado de violencia. El poder político se enfrenta ahora a la peor crisis ideológica y económica en su historia de mandato. Los cubanos cada día que pasa saben que no quieren seguir sosteniendo esa farsa de gobierno.
–Por cierto, ¿cómo interpretar la misteriosa muerte, hace unos días, del general Luis Alberto Rodríguez, uno de los prebostes del régimen?
–Para mí no significa mucho. El poder en Cuba es un engranaje de cosas. Algo mecánico, sin alma. La muerte de Rodríguez es sólo una pieza en ese engranaje. Puede que signifique que ese robot mecánico esté cojeando ahora. Pero no significa, en absoluto, que ha dejado de andar.