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Ilustración: Putin guerra Ucrania Rusia

Ilustración: Putin guerra Ucrania RusiaLu Tolstova

228 días de guerra en Ucrania

El ultimátum de Putin

El presidente de Rusia ha mostrado su determinación para llevar a cabo el «todo o nada» si la situación empieza a complicarse drásticamente

El plan de Vladimir Putin sigue vigente: prevé que el gobierno de Kiev caiga. Ese es su propósito primordial en esta guerra, poner fin a lo que considera el proyecto geopolítico «antirruso» gestionado por Occidente. Putin quiere asegurar la presencia rusa a largo plazo en territorio ucraniano.

Su plan anterior, basado en la idea de que Kiev no se atrevería a llevar a cabo una ofensiva en toda regla contra las posiciones rusas, les hizo creer que tenían tiempo para establecerse en el territorio ocupado, mientras que un gobierno ucraniano, agotado por la guerra y con la economía en ruinas, tendría que capitular más tarde o más temprano. Pero no ha sido así.

La guerra la libran los ucranianos, con extraordinario valor por su parte, pero las coordenadas, el sofisticado armamento, la logística, el entrenamiento y coordinación de sus efectivos lo están llevando a cabo con no menos extraordinario apoyo de Estados Unidos, Reino Unido y el conjunto de la Alianza Atlántica.

Digamos que en el escenario están los soldados rusos y ucranianos peleando con ardor, pero detrás de las tramoyas, un amplio despliegue operativo occidental, con especial implicación de norteamericanos y británicos, está moviendo los hilos (al igual que los antiguos dioses del Olimpo en la Guerra de Troya narrada en la «Ilíada»).

Por eso, Putin quiere forzar a Estados Unidos y sus aliados a salir a escena.

Las nuevas circunstancias han forzado al Kremlin a revisar sus tácticas y su estrategia general. Putin ha lanzado su ultimátum al mundo: o Rusia gana a Ucrania o recurrirá a la escalada nuclear.

El ultimátum contiene tres dimensiones para tener en cuenta:

Una declaración de anexión de cuatro regiones ucranianas, ya ratificada por la Duma -Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia-, lo que significa que Rusia ha transformado artificialmente su campaña en una «guerra de autodefensa» contra fuerzas militares extranjeras e invasoras.

La anexión enmarca ahora la ayuda militar de Occidente a Ucrania como el equivalente a una agresión directa contra Rusia.

Putin está enviando un mensaje contundente: seguir ayudando a Kiev lleva inevitablemente a Occidente a un conflicto directo con Rusia.

Otra dimensión del ultimátum, consiste en invocar la amenaza nuclear defensiva «si fuera necesario». Con las fuerzas rusas en apuros, los comentaristas y funcionarios rusos vuelven a abogar por el uso de armas nucleares en Ucrania.

Por ejemplo, en el segmento prokremlin de Telegram, bullen frases como: «Sí, puede», «debe» y «lo hará». Pero al mismo tiempo, desde Occidente percibimos una creciente determinación a llevar a cabo una acción de este calado.

La tercera faceta del ultimátum es la movilización y reorganización del Ejército. Una decisión así socaba la credibilidad de un gobierno (y así ha ocurrido), pero al mismo tiempo, supone un paso firme en la apuesta bélica del Kremlin en este conflicto; impulsando un escenario de lucha bajo la bandera del «todo o nada». Es decir, aparece una tendencia a la «guerra total».

La movilización, aun impopular, debería ayudar al Ejército ruso a expulsar a las fuerzas ucranianas de los nuevos territorios anexionados y convencer a Occidente de que se aleje de Ucrania, dejando a Kiev condenada a la rendición y abriendo la oportunidad para que un gobierno ruso se establezca en las nuevas regiones anexas.

Pero si las fuerzas rusas no logran imponerse a los ucranianos y Occidente aumenta su ayuda militar a Ucrania, entonces, solo entonces, llegará el momento crucial en el que la opción nuclear podría ser un hecho.

En Rumanía y Polonia ya se prepara a los ciudadanos para reaccionar ante una emergencia nuclear. El miedo está ahí. Aunque los responsables políticos del entorno de la OTAN temen más, que antes de llegar a ese extremo, se hago uso de otro tipo de terror: armas químicas, o el accidente provocado en una de las centrales nucleares.

Todas las guerras comportan un factor de fatalidad. Decía Esquilo, el autor de tragedias, que «cuando un mortal se entrega a labrar su propia perdición, los dioses acuden a ayudarle en su cometido». Esto ocurre con las guerras, de repente lo imprevisible y trágico aparece cuando menos se lo espera.

La guerra de Ucrania está llegando a un punto de riesgo incierto. Estados Unidos y la Alianza no van a rebajar el nivel de presión, ayudando y armando a Ucrania para facilitar su victoria final. Aun así, Vladimir Putin, en su ultimátum, ha mostrado su decisión de un «todo o nada».

La «guerra, sembradora de llanto», «la horrible guerra», como decía Homero, que lo devora todo, podría abrir más sus fauces. Nadie habla ya de paz, ni parece desear un camino de retorno.

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