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El emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad bin Khalifa Al-Thani

El emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad bin Khalifa Al-ThaniEl Debate

Qatar, el referente planetario de la «diplomacia de la chequera»

Los innumerables recursos del emirato y la habilidad de su clase dirigente le han permitido sortear rápidamente el aislamiento de sus rivales árabes y ser aliado simultáneo de Estados Unidos e Irán

El 5 de junio de 2017, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Egipto y Yemen anunciaron conjuntamente la ruptura de sus relaciones diplomáticas con Qatar, medida que fue acompañada de la imposición de un embargo aéreo, terrestre y marítimo al emirato de los Al-Thani. Esos seis países, a través del Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico justificaron la iniciativa a través de 13 acusaciones.

Las principales eran el apoyo, supuesto o real, de Qatar al terrorismo islamista y a los Hermanos Musulmanes, sus estrechas relaciones con Irán o el papel de Al Jazeera en la generación de información y opinión en el mundo árabe y más allá.

El caso es que, de la noche a la mañana, Qatar se encontró al borde de un colapso, y no solo diplomático, que se hubiera hecho realidad sin la ayuda inmediata proporcionada por Irán y Turquía. Una ayuda decisiva, pero insuficiente.

Insuficiencias también por parte de los cinco países sancionadores: prescindieron, u olvidaron, de alianza de Omán y Kuwait, que inmediatamente declararon su neutralidad en el conflicto. Qatar supo aprovechar esta primera brecha. Pero quedaba convencer a los países occidentales para que se mantuvieran al margen, como mínimo, de la ofensiva contra el emirato.

Fue entonces cuando entró en juego Hamad Ben Jassem, antiguo primer ministro y principal lobista internacional de Qatar. Empezó por Estados Unidos: «Si nos apoyáis, podremos concluir tal o tal negocio, de modo especial la compra de aviones de combate F-15», dijo a sus interlocutores en la Administración Trump y en el Capitolio, según refiere Christian Chesnot en Le Qatar en 100 questions. Un mensaje similar fue enviado a Gran Bretaña y Francia. Ambos países lo entendieron: Qatar terminó comprando 24 aviones de combate Typhoon a Londres y 12 Rafale a París.

Es uno de los ejemplos más espectaculares –abundan en otros ámbitos– de la «diplomacia de la chequera» desplegada por el Emir Hamad a partir de 1995, cuando derrocó a su padre, el Emir Jalifa, y sentó las bases de su expansionismo soft power. Un año después del episodio del intento de aislamiento por parte de cinco países árabes, Qatar ya había recuperado sus posiciones en el tablero geoestratégico de Oriente Medio; y sin haber sido «Estado paria».

La mejor prueba viene dada por la consideración de «país aliado estratégico» –en cuyo territorio mantienen su mayor base militar de Oriente Medio– que Estados Unidos ha otorgado a un Qatar que, por otra parte, mantiene sus estrechos vínculos con Irán y Turquía.

Ese sutil juego de equilibrios también ha sido clave para hacer extensiva la «diplomacia de la chequera» a la mediación de conflictos. El ejemplo más visible fue la evacuación, en condiciones seguras, de los ciudadanos occidentales de Afganistán poco después de la vuelta al poder de los talibanes. Pero igualmente en los conflictos de Chad, Eritrea o Mali. Siempre con el talonario como telón de fondo.

Obviamente, hay casos en el Qatar se posiciona claramente a favor de una de las partes: ¿cómo, si no, hubieran podido los rebeldes libios acabar con el régimen de Muammar Al Gaddafi, enemigo personal del Emir Hamad?

¿Financia Qatar el terrorismo islámico?

Es una de las principales acusaciones que se lanzan en contra del emirato. Chesnot afirma en su libro que Qatar «no financia directamente a organizaciones terroristas, salvo en el caso de pago de rescates para la liberación de rehenes occidentales [otra vertiente de la «diplomacia de la chequera» y de la mediación catarí], pero sí ha permitido que personas privadas cataríes alimenten a organizaciones extremistas». Chesnot da una el nombre de varios mecenas del terror, que operaron más o menos hasta 2015. Desde entonces, el emirato ha estrechado los controles.
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