Brasil
Lula da Silva: menos ideología, más gobernabilidad
Una de las preguntas a hacerse al analizar un acontecimiento político es quién sale mejor parado de la situación. La crisis desatada en Brasil, a principios de mes, no es una excepción.
¿Quién o quiénes son los más beneficiados? ¿Qué figura emerge con más fuerza y capacidad de maniobra?
Lula asumió la presidencia hace escasos días (el 1 de enero). Está al frente de un gobierno obligado a formar un gabinete de coalición producto de acuerdos forzados con la oposición para compensar la falta de mayorías en el Congreso.
Hoy, se le presenta la oportunidad de consolidar su posición política, ganar capacidad de decisión, encontrar un culpable en quien descargar culpas –el mismo Bolsonaro– y, lo más importante, construir legitimidad democrática.
¿Necesita acaso un presidente que acaba de asumir democráticamente «revalidar su poder»?
¿Necesita acaso un presidente que acaba de asumir democráticamente «revalidar su poder»? Los romances de los gobiernos recién asumidos con la gente duran cada vez menos tiempo. Se esfuman en cuestión de semanas.
Las expectativas son altas y la capacidad de respuesta de los gobernantes, baja. Lula, al frente de un gobierno de coalición, asociado a políticos de otros partidos que no le son afines, con un Congreso mayoritariamente opositor, y con poderosos gobernadores, algunos de los cuales son competidores y virtuales adversarios políticos, estaba en evidente desventaja.
El desafío de Lula ya no lo constituye el hoy desprestigiado Bolsonaro, sino el «bolsonarismo», un amplio espacio político formado por una coalición de «derecha» constituido por movimientos religiosos evangélicos, sectores vinculados a la agroindustria y a las Fuerzas Armadas.
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Por ello y por su propia supervivencia, con un Congreso opositor y gobernadores de estados económicamente significativos como Tarsicio de Freitas de São Paulo o Eduardo Leite de Río Grande, Lula debe ganar oxígeno político y fortalecer su liderazgo.
Si bien podemos especular que estos acontecimientos pueden resultar beneficiosos para el presidente brasileño, deben ser analizados fríamente y conocer bien hasta dónde puede llegar la revancha.
Todo buen político saca provecho de las circunstancias que lo rodean, construye poder y fortalece su proyecto político. A simple vista, esto significaría avanzar sobre los sectores que presuntamente estuvieron detrás de estas acciones o simplemente miraron al costado y no se involucraron.
El «bolsonarismo» como amenaza
El caso de las fuerzas de seguridad, que tienen simpatías por el «bolsonarismo», es otro. Ahí ha comenzado a penetrar el bisturí de la «purga». El otro frente, son los mandos de las Fuerzas Armadas, que Lula sabe que no le tienen simpatía.
Aquí hace falta actuar con mayor prudencia, porque pueden constituirse en un aliado incómodo o incluso en un obstáculo. ¿Actuar con prudencia es una señal de debilidad? En el corto plazo, quizás. En el medio implica rediseñar el «contrato político» con ellas, aceptando que gobernar Brasil significa tener en claro el rol de la corporación militar, que es muy fuerte y , al contrario que en otras geografías, goza de la simpatía de vastos sectores de la población.
Lula es un hombre «de izquierdas», pero pragmático y realista, como bien lo probó en los aspectos económicos y fiscales de sus anteriores gobiernos
Trago amargo para Lula, para muchos de sus seguidores del PT y para los gobiernos progresistas de la región, deseosos de confirmar sus consignas ideológicas.
La prudencia no significa pusilanimidad. Es conocer los propios límites, hasta donde pueden llegar las medidas correctivas y convencer a su militancia de que la venganza es mala consejera en política.
El Gobierno de Brasil ha recibido la solidaridad de casi todos los gobiernos occidentales. Los de las regiones más afines al progresismo han reiterado de forma retórica que se ha tratado de un golpe y que hay que actuar en consecuencia.
Biden y su administración reiteraron su invitación a Lula a realizar una visita oficial a Washington. Estados Unidos necesita una región estable y políticamente previsible, características que hoy América Latina no reúne. Los gobiernos norteamericanos vuelven siempre sobre la vieja consigna de Henry Kissinger –político y diplomático estadounidense– en los años 60: «Hacia dónde se incline Brasil se inclinará Latinoamérica».
¿Qué hacer entonces? ¿Negociar con la oposición un nuevo status político o protegerse y blindarse para evitar nuevos intentos de desestabilización? La respuesta no se producirá a corto plazo. Confiamos en que Lula se guíe por su inteligencia y no por el corazón.
- Roberto Starke es analista político y profesor universitario