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Pablo Uribe Ruan

Petro se rodea de amigos y se inclina por el maximalismo reformista

El presidente de Colombia rompe la coalición con sectores moderados y apuesta por unos ministros de línea para sacar adelante sus estatistas reformas

Actualizada 16:56

Era cuestión de meses, de días. Molesto, Gustavo Petro llevaba un mes criticando a sus ministros, en viajes por fuera y dentro de Colombia.

Hasta que, en la noche de la conferencia sobre Venezuela en Bogotá, implosionó la coalición que había formado con sectores moderados, de izquierda y de extrema izquierda, y nombró a sus viejos amigos.

El presidente de Colombia Gustavo Petro

El presidente de Colombia Gustavo PetroAFP

Lejos quedó aquella idea de que Petro era un pactista al estilo uruguayo. De esos de izquierda como Tabaré Vásquez con quien en esta columna se llegó, hipotéticamente, a comparar.

Coalición rota

El presidente de Colombia, reconciliado con su pasado cuando era alcalde de Bogotá, rompió la coalición de gobierno a menos de nueve meses de haber llegado al poder. Poco importó el tiempo y la pantomima pactista de agosto de 2022.

A ciegas, Petro cree que se gobierna con los amigos. Le abrió, meses atrás, el espacio a unos técnicos de centroizquierda, que, bajo el eufemismo del cambio, entraron a un gobierno a probar la improvisación mesiánica.

En Liderazgo, Henry Kissinger escribe que existen dos tipos de políticos: los estadistas y los mesiánicos, o los que combinan los dos, en sus justas proporciones. A los primeros –nada se está descubriendo con ello– pertenece Petro, sí, ya lo sabíamos.

Sabiéndolo, no deja de ser llamativo que los tecnócratas hayan decidido acompañarlo. Que partidos tradicionales, como el Liberal y el Conservador, con doctrinas estadistas, también se hayan unido al eufemismo del cambio.

Arrepentidos –casi todos–, uno de los tecnócratas, Alejandro Gaviria, ya se ha convertido en su opositor. Habla casi todos los días en su contra.

Para él, Petro está cada vez más cerca de escoger del maximalismo reformista y más lejos de buscar gradualmente la aprobación de reformas necesarias para superar –seguir superando– las condiciones de pobreza e inequidad en Colombia.

Los áulicos ministros, nombrados hace días, parecen ser los indicados para acompañar el camino maximalista. Fuera el sector moderado, Petro ha traído a quienes estuvieron con él en su paso por la alcaldía de Bogotá.

Son viejos amigos, de doctrina dura en lo económico, de estatizar, de creer, sin sigilo, que el sector privado significa involución.

Pero no sólo creen en la estatización. Son grandes amigos de un presidente que, además, poco oye.

De ser cuestionado por los tecnócratas, que lo ponían a pensar sobre la viabilidad fiscal y de gestión de sus planes, hoy está rodeado de un comité de aplausos. Sabemos de su fascinación por ellos, los aplausos.

Este comité ya ha gobernado con Petro. En Bogotá (2012-2016), Ricardo Bonilla y Guillermo Alfonso Jaramillo –hoy, ministros de Hacienda y Salud– se convirtieron en una especie de escuderos de una batalla perdida: Petro, por casi 1 año y medio, fue destituido; ellos siguieron en sus puestos.

Su labor fue silenciosa. Con apego al sentido común, Bonilla manejó bien las finanzas públicas, mientras que Jaramillo dio batallas por la prevención en salud.

Pero en vez de ser escuderos, ante la destitución, bajaron la guardia y la cabeza, y permitieron que Petro, una y otra vez, prometiera y prometiera desde el balcón, sin contención dentro de sus filas.

Abstención ministerial

Una década después, Petro busca lo mismo: la abstención ministerial. Sin opiniones, en fila, todos sus ministros deben lograr la aprobación de los proyectos de estatización que ha propuesto para refundar a Colombia.

Comienza otra etapa –muy temprana, por cierto– del gobierno de Petro, en la que se repiten viejos repertorios de la democracia asambleísta. «Se necesita un movimiento campesino que se levante para sacar las reformas sociales», ha dicho el miércoles.

Bloqueado en el Congreso después de romper la coalición del gobierno y con las Cortes en su contra, apela a sus bases –no al pueblo– para presionar a los legisladores desde las calles. Vieja estrategia tan vista desde hace años en la región, con confusos resultados.

Sin el ruido de los técnicos, Petro encarrila su camino hacia el maximalismo reformista y arriesga capital político para intentar pasar a la historia, en un contexto de crecimiento paulatino de sus índices de impopularidad, inseguridad y difíciles condiciones macroeconómicas.

Tal vez se ha equivocado.

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