Disturbios en Francia La rebelión de las banlieue: «Es la expresión del odio que tienen al sistema francés y al país»
Pasear por los suburbios de París, así como de muchas otras ciudades francesas es encontrarse de bruces con hogueras, coches calcinados, establecimientos saqueados, escaparates reventados... Un escenario casi apocalíptico y que ha dejado a Francia sumida en una nueva ola de violencia.
Los protagonistas en esta ocasión son en su mayoría jóvenes, de segundas o terceras generaciones de inmigrantes que, en el fondo, dicen no sentirse franceses o consideran que el Estado les ha dado la espalda. Pero, mientras Francia ardía, al presidente francés, Emmanuel Macron, se le ha visto disfrutar de las noches parisinas asistiendo a un concierto de Elton John.
«Lo que les ha llevado a hacer todo esto no es que un policía haya matado a un chico, se trata de algo más profundo, el odio que sienten hacia el sistema francés y al país en general», explica Ángela, una española de 28 años, residente en la región de París.
Esta vorágine de violencia, desatada por la muerte de Nahel, un joven francés de 17 años de origen magrebí, por el disparo de un policía, atrae los peores recuerdos de la crisis desatada en 2005, cuando dos jóvenes de la periferia de París –los barrios conocidos como banlieue–murieron electrocutados mientras huían de los agentes.
18 años después, Francia vuelve a protagonizar las mismas imágenes. La última rebelión de las banlieue se prolongó durante tres semanas y acabó con tres personas muertas y más de 6.000 detenidos. En esta ocasión, la violencia parece aún mayor, unos disturbios, protagonizados por adolescentes. Según admitió el ministro del Interior, Gérald Darmanin, un tercio de los detenidos son menores de edad.
«El colegio donde trabajo ha tenido que suspender todas las celebraciones previstas por temor a que pase algo, ya que los disturbios han llegado a las proximidades del centro escolar», confiesa Ángela a El Debate. La joven trabaja en un instituto en Asnières sur Seine, en la periferia de París, a poco más de nueve kilómetros de Nanterre, epicentro de las revueltas.
Su pareja, panadero de profesión, trabaja en un establecimiento, precisamente en Nanterre, el barrio de Nahel. Ángela afirma que en este barrio durante los últimos días es habitual encontrar coches calcinados, escaparates de tiendas rotos por los saqueos, además del olor a quemado que impregna cada esquina.
Raquel, otra joven española de 29 años residente en la capital francesa, apunta que durante los primeros días de los disturbios París sufrió cortes en el transporte público. El metro se cerraba a las 9 de la noche, imponiendo una especie de toque de queda. «Entiendo el trasfondo de las manifestaciones, pero no comparto la violencia. Al final es el pueblo contra el pueblo», señala.
La joven española explica que en Barbes –uno de los barrios más multiculturales de París–, donde trabaja en una asociación, se puede apreciar las consecuencias de los disturbios. Raquel explica que las comisarias están quemadas, y las fachadas adornadas con mensajes y eslóganes en memoria del joven fallecido. «En la capital hay manifestaciones de forma habitual, sí es verdad que en estas últimas protestas se ha sentido más odio», afirma Raquel.
Los disturbios no solo afectan a la periferia de París. La violencia se ha contagiado a todo Francia. En tan solo cinco días de revueltas ya hay más de 2.500 detenidos en todo el país y más de 300 agentes heridos. El balance del domingo por la noche dejó 871 incendios en la vía pública y desperfectos en 74 edificios, entre los que se encuentran bibliotecas, ayuntamientos o comisarías de Policía.
Los agentes investigan, incluso, el intento de asesinato del alcalde de L'Haÿ-les-Roses –una localidad de la periferia sur de París–, Vincent Jeanbrun. Según denunció el propio Jeanbrun, el domingo de madrugada un coche se abalanzó contra la entrada de su residencia, donde se encontraban su esposa y sus dos hijos. Posteriormente, los atacantes intentaron prender fuego a la casa.
A pesar del grueso de las cifras y de estas preocupantes informaciones, desde el Ministerio del Interior francés han intentado quitar hierro al asunto y afirman que la noche del domingo fue «más tranquila» que las precedentes. Ángela, que trabaja en un instituto con estos jóvenes, explica que en Francia existe «un problema mucho más profundo, un problema de la sociedad francesa que va a ser muy difícil de solucionar».
«Yo lo veo a diario con ellos, la gran mayoría ha nacido en Francia pero cuando les preguntas por su nacionalidad, ninguno dice 'doble nacionalidad' o 'francés con orígenes...', todos responden argelinos, marroquís. Creo que estas son las consecuencias de los años de colonialismo y que los franceses no han sabido gestionar», señala la joven española.