Fundado en 1910
Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez GaratAlmirante (R)

La guerra de Gaza, la guerra de todos

Como el propio Netanyahu nos ha advertido, si los terroristas aprenden el camino de la victoria, ninguna nación estará libre de ser víctima del terror

Actualizada 04:30

Netanyahu en Gaza

Netanyahu durante su reciente visita a las tropas israelíes en GazaAFP

Si algo caracteriza a la guerra moderna, incluso más que el sorprendente muestrario de tecnologías aplicadas al combate, es la importancia que ha cobrado el relato.

Tanta que, en ocasiones, la propia acción bélica pierde todo significado propiamente militar y se realiza con el único propósito de influir en la opinión pública.

Ese es el caso, en general, de los ataques terroristas, que rara vez tienen otra finalidad que la de crear un estado de ánimo en la población. Y ese es el caso, en particular, de los horribles crímenes cometidos por Hamás el pasado 7 de octubre.

Los líderes de la organización terrorista eran conscientes de que, asesinando a un millar largo de ciudadanos israelíes, no iban a avanzar un solo metro en el largo camino que tendrían que recorrer para alcanzar un objetivo que saben imposible: destruir el Estado de Israel.

Tampoco iban a lograr la paz que no desean, el desbloqueo de la Franja que temen porque les dejaría sin su razón de existir, o la solución política de dos Estados que abiertamente rechazan.

Para Hamás la situación final deseada del conflicto es horrible pero útil: una Gaza destruida, llena de odio y de miedo

Pero, aun así, lo hicieron porque, después de nueve años de relativa paz, necesitaban dar un golpe en la mesa para mantener la ficción de que son los paladines del sufrido pueblo palestino. Una ficción que, apoyada en el miedo, es la base de su poder.

El plan de Hamás para la guerra que deliberadamente provocó parece meridianamente claro: obligar a Israel a entrar en Gaza, refugiarse en las pobladas calles de la Franja o debajo de sus hospitales, mezquitas y escuelas, y esperar que la muerte de miles de sus conciudadanos, en un escenario de guerra urbana que muchos civiles no quieren –o no les dejan– abandonar, fuerce a la comunidad internacional a presionar para poner fin a las hostilidades.

Para sus líderes, la situación final deseada del conflicto es horrible pero útil: una Gaza destruida, llena de odio y de miedo… pero alineada detrás de Hamás. Y, ya que estamos, ¿por qué no pensar también en una Cisjordania donde la desprestigiada Autoridad Nacional Palestina tenga que cederles el protagonismo?

Todos somos parte del plan de Hamás

Nos guste o no, todos los ciudadanos de los países donde la opinión pública cuenta somos parte del plan de Hamás. Cuentan con nosotros para que, más pronto que tarde, se produzca un alto el fuego que les libre de correr la suerte del ISIS en Siria e Irak.

Un alto el fuego que deje impunes los crímenes de la organización. Cuentan con nosotros, en definitiva, para alcanzar una sangrienta victoria en la guerra contra Israel.

Por desgracia, la perversa lógica de la campaña puede funcionar. Ya lo ha hecho otras veces. Para quienes vemos la guerra desde la distancia, el recuerdo de los hombres, mujeres y niños asesinados en Israel va quedando atrás en el tiempo, borrado por el creciente número de víctimas palestinas de una guerra que será larga.

Una guerra en la que los rehenes son, además, una poderosa arma estratégica. Hoy vemos cómo Hamás devuelve los niños secuestrados, y habrá quien celebre la humanidad de los terroristas olvidando que fueron ellos quienes los raptaron a costa, muchas veces, de la sangre de sus padres, abuelos o hermanos.

Mañana, cuando por desgracia se reanude la guerra, Hamás mostrará al mundo sus niños muertos por el Ejército israelí y habrá muchos que olviden que fueron los terroristas quienes insistieron en que se quedasen en el campo de batalla para refugiarse detrás de ellos.

El papel de los medios

Los planes de Hamás se ven facilitados por la cobertura de algunos medios que, desde posiciones ideológicas favorables a la causa palestina –en principio legítimas– publican de forma consistente información sesgada.

Los medios que nos dicen que atacar un hospital, una mezquita o una escuela es un crimen de guerra y olvidan mencionar que la protección que les da el derecho internacional humanitario finaliza cuando estos lugares protegidos se utilizan para el combate.

El Ejército israelí debe encontrar la forma de alcanzar sus objetivos militares con los mínimos daños a la población civil

Los medios que acusan a Israel de «matanzas indiscriminadas», de «genocidio» o de «castigos colectivos» a pesar de los reiterados esfuerzos realizados por el Ejército israelí para tratar de que los civiles abandonen el campo de batalla o para avisarles con antelación de los ataques que se van a realizar, a sabiendas de cuánto favorece esta información al propio Hamás.

Hay, además, otras maneras más sutiles de falsear la realidad. Somos muchos los que, de alguna prensa, solo leemos los titulares.

En eso confían quienes publican de forma destacada las denuncias de las «autoridades sanitarias de Gaza» –es decir, Hamás, aunque nunca lo nombren como tal– como si se tratara de hechos verificados y esconden en las últimas líneas de las columnas más oscuras las «pruebas» –siempre escrito así, entre comillas– que el Ejército israelí presenta para demostrar las actividades de los terroristas que justifican sus acciones.

¿Solo a mí me parece patético ese intento cosmético de contraponer la palabra de unas supuestas «autoridades sanitarias» a la de un Ejército –en un entorno de mal disimulado antimilitarismo– en lugar de la voz de una organización terrorista a la de un Estado que, con sus defectos, es incuestionablemente democrático?

La guerra de todos

Los crímenes de Hamás no justifican que se dé al gobierno de Netanyahu un cheque en blanco para hacer lo que desee, ni en el terreno de la política –donde Israel tiene muchas deudas con la comunidad internacional– ni en el militar.

Tanto la Unión Europea como Estados Unidos, al tiempo que reconocen el derecho del pueblo israelí a defenderse, le piden que lo haga respetando el Derecho Internacional Humanitario. Y así debe ser.

Israel está obligado a permitir la llegada de ayuda humanitaria a la Franja y hay que presionar a su gobierno para que lo haga.

Su Ejército debe encontrar la forma de alcanzar sus objetivos militares con los mínimos daños a la población civil, y bien está que se le recuerde esta obligación.

Lo que tiene menos sentido es que, a la vez que se admita que a Israel le ampara la legítima defensa, se le exija un alto el fuego. ¿Cómo es posible defenderse de una milicia terrorista de decenas de miles de hombres sin usar la fuerza?

Es esta una contradicción que importa a todos los ciudadanos del mundo libre, españoles incluidos. Porque cada niño muerto en Gaza es una tragedia –como lo fue también en la Alemania nazi– pero si Israel pierde la guerra contra el terror, perdemos todos.

En la guerra contra el terror, mucho más importante que la lucha contra la piratería, no podemos hacer lo mismo.

No podemos enseñar a los terroristas que, si se esconden detrás de sus mujeres y sus hijos, conseguirán lo que piden y sus crímenes quedarán impunes.

No es esa la letra ni el espíritu del Derecho Internacional Humanitario, que existe para mitigar los horrores de la guerra y no para garantizar la victoria de los criminales.

Y recuerde el lector que lo que está en juego en el campo de batalla de Gaza no solo es la supervivencia del Estado de Israel o el futuro del Estado palestino. Está en juego el futuro de todos. Porque, como el propio Netanyahu nos ha advertido, si los terroristas aprenden el camino de la victoria, ninguna nación estará libre de ser víctima del terror.

comentarios
tracking