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20 de septiembre de 2024

Juan Rodríguez Garat
Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Líbano, el día después de un ataque contra el corazón de las comunicaciones de Hezbolá

No quisiera perder la ocasión de recordar que lo que le ha ocurrido a la organización terrorista libanesa da la razón a quienes, desde la OTAN y la UE, claman contra la cesión a potencias extranjeras –léase China– de nichos tecnológicos que pueden volverse contra nosotros

Actualizada 04:30

Los dolientes llevan el ataúd durante el funeral de un miliciano de Hezbolá, en el sur del Líbano

Los dolientes llevan el ataúd durante el funeral de un miliciano de Hezbolá, en el sur del LíbanoAFP

En los dos últimos días se han escrito infinidad de páginas sobre el doble ataque de agentes israelíes contra las redes de comunicaciones de Hezbolá. Los servicios secretos de Tel Aviv necesitaban un éxito así para recuperar el prestigio perdido ante sus conciudadanos y ante el mundo después del fracaso en la detección del asalto masivo de Hamás a la valla de Gaza hace casi un año.

Si es cierto lo que publica el New York Times, los agentes israelíes no se limitaron a manipular los buscas y walkie-talkies adquiridos por su enemigo para convertirlos en armas explosivas, sino que los fabricaron ellos mismos en una compañía creada para la ocasión y oculta bajo una oscura red de intermediarios. No tardaremos en disponer de explicaciones más completas de lo ocurrido que, con las reservas necesarias para proteger otras posibles operaciones israelíes, pronto formará parte del guion de alguna película de espías rodada en Hollywood.

Para Israel, el ataque supone un notable éxito táctico –reivindicado por medio de sonrisas en lugar de comunicados oficiales– conseguido por medio de una herramienta diferente de la militar. No puedo, por ello, aportar luz alguna sobre los detalles de la operación, pero sí aventurar cuáles pueden ser sus consecuencias sobre el terreno y, más allá de Oriente Medio, valorar sus repercusiones sobre la moderna forma de hacer la guerra.

¿Está el Líbano más cerca de la guerra?

Es necesario recordar que, aunque las guerras de hoy casi nunca se declaran –ni siquiera Rusia y Ucrania se han molestado en hacer oficial lo que ocurre de hecho– Israel y Hezbolá libran desde hace muchos años una guerra limitada, salpicada de episodios que, en cualquier otra época histórica, serían por sí mismos casus belli. La pregunta no es, pues, si el ataque que ha causado 37 muertos y casi 3.000 heridos en el Líbano acerca la guerra a la región, sino si puede contribuir a la escalada de unas hostilidades que se han convertido en rutinarias.

Desde la perspectiva militar, que rara vez es la más importante, el ataque que acaba de llevar a cabo Israel encaja técnicamente dentro de lo que en el mundo profesional, desgraciadamente dominado por el idioma inglés –una pena el fracaso, que no derrota, de la Gran Armada de 1588– se conoce como C2W, Command & Control Warfare, o guerra contra los sistemas de mando y control. Dicen los manuales militares que las acciones de este tipo –el sabotaje es solo una de las muchas opciones, además de la guerra electrónica, la cibernética o los ataques cinéticos convencionales– pueden ser muy eficaces, pero sus efectos no son duraderos. Deben sincronizarse con las operaciones tácticas sobre el terreno para explotar los breves momentos de desconcierto. No ha ocurrido así en esta ocasión y, desde esa perspectiva, casi podría decirse que Israel ha gastado su valiosa pólvora en salvas.

Para explicar esta aparente contradicción, que no ha pasado desapercibida para los analistas militares de todo el mundo, hay quien ha sugerido que quizá fuera la inminencia de la detección de los explosivos por Hezbolá la que obligó a Tel Aviv a adelantarse para evitar que su preciada baza se perdiera completamente. Es posible, pero la repetición del ataque con idéntico éxito –el primer día los buscas y el segundo los walkies– no sugiere una Hezbolá alertada.

Israel no invadió el Líbano aprovechando el desconcierto provocado en las filas del enemigo porque no tiene la menor intención de volver a hacerlo

Hay otra explicación más sencilla y que encaja mejor con lo ocurrido, y es la de que Israel no invadió el Líbano aprovechando el desconcierto provocado en las filas del enemigo porque no tiene la menor intención de volver a hacerlo. Después de todo, tampoco le salió tan bien la última vez que lo intentó en 2006. Lo que parece más probable –y lo que mantiene al Gobierno israelí en su zona de confort– es una mayor presión sobre la frontera y un incremento temporal de los ataques aéreos, militarmente estéril, pero que ayudará a justificar ante la opinión pública el que Benjamin Netanyahu haya incluido entre sus objetivos de guerra la vuelta a sus casas de los ciudadanos israelíes evacuados del norte de Israel.

¿Y Hezbolá? Ya le gustaría a Tel Aviv que fuera la milicia chií la que, en venganza por lo ocurrido, se lanzara a una ofensiva por tierra que sería suicida. Pero, desde la perspectiva del grupo paramilitar –un rival formidable en los escenarios de baja intensidad en su propio terreno pero incapaz de enfrentarse al Ejército israelí en combate abierto– lo que ha ocurrido no invita al optimismo. Por la puerta de atrás, Israel ha recuperado buena parte de la capacidad disuasoria que había perdido. Por eso, tiene más sentido que los líderes de Hezbolá y, detrás de ellos, sus mecenas en Teherán, quieran ahorrarse cualquier humillación adicional y se conformen con una repuesta también estéril, pero que consolará a sus seguidores sin tener que salir de su propia zona de confort: una audaz escalada verbal y un prudente incremento temporal del número de cohetes que lanzan diariamente sobre Israel.

¿Qué dice el Derecho Internacional Humanitario sobre el ataque?

Como en España hay quien ha condenado el ataque israelí –desde el Gobierno y desde los medios– merece la pena dedicarle unas líneas a analizar su legitimidad. El Derecho Internacional Humanitario –que es la expresión políticamente correcta que se emplea hoy para referirse a lo que, cuando yo era joven, llamábamos las leyes del conflicto armado– prohíbe el ataque a blancos civiles, al menos desde 1977. Las redes de comunicaciones de Hezbolá, una organización paramilitar que bombardea cada día Israel, no lo son. Desde esa perspectiva, no puede hacerse a Tel Aviv reproche alguno.

Lo que para algunos era paranoia antiglobalizadora se ha mostrado como un riesgo real

Dicho esto, Hezbolá vive entre su pueblo, y es casi inevitable que cualquier acción contra sus milicianos provoque víctimas civiles. De evitar estas víctimas son responsables tanto Israel, que tiene la obligación de asegurarse de que los daños colaterales sean proporcionales a la ventaja militar obtenida –algo que, en esta ocasión, parece obvio– como Hezbolá, que está obligada a no poner en riesgo a los civiles pero se refugia entre ellos. No hace falta una licenciatura para, al menos en esta ocasión, adjudicar la culpa de cada víctima a quien de verdad la tiene.

Una lección a tiempo

No quisiera perder la ocasión de recordar a los lectores que lo que le ha ocurrido a Hezbolá da la razón a quienes, desde la OTAN y la Unión Europea, claman contra la cesión a potencias extranjeras –léase China– de nichos tecnológicos que pueden volverse contra nosotros. Lo que para algunos era paranoia antiglobalizadora se ha mostrado como un riesgo real. Estamos a tiempo de tomar medidas para evitarlo.

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