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Cosas que pasanAlfonso Ussía

De cera y oro

Agustín de Foxá fue un ardiente aficionado a los toros y al mundo que rodea la tauromaquia. Se hizo, al final de su vida, manoletista radical. Pero «Olor a Cera» está dedicado a un personaje, al peón de confianza de Joselito, Blanquet, que avisaba de las muertes en el ruedo

Actualizada 01:30

Andrés Amorós ha escrito un precioso artículo recordando una breve novela de Agustín de Foxá que forma parte de un libro rescatado por la editorial sevillana Renacimiento, prologado por el gran poeta Luis Alberto de Cuenca, rendido admirador del conde gordo, patriota, falangista discrecional, diplomático, fabuloso conversador y fallecido prematuramente por sus vicios veniales. Escribo que fue falangista discrecional, y autor de la segunda parte del «Cara al Sol», por su gran amistad, que le venía de familia, con José Antonio Primo de Rivera. En realidad, el Foxá falangista militante y activo fue Jaime, conde de Rocamartí, también extraordinario escritor, autor del libro culminante de la literatura venatoria española, «El Solitario», las andanzas de un jabalí de la sierra de Andújar, Jándula arriba, Jándula abajo, que se metió a literato.De Jaime, que fue Gobernador Civil de Toledo, ecologista avanzado y adelantado y recuperador de la caza en España, es también la «Salve de los Monteros», bastante empalagosa y excesivamente larga. Se dice que, en las monterías que se programa el rezo de la Salve de Jaime de Foxá, la cita se adelanta una hora para que, posteriormente orada por los cazadores, quede algo de luz para cazar. Agustín, siempre libre y lejano a la disciplina y el dogma, era un falangista que se refería al Rey cuando hablaba de Don Juan, lo que le costó algún regaño ministerial. Fue un leal amigo de su ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, hondo cristiano y de religiosidad arrolladora. Martín Artajo tenía la costumbre de invitar a cenar a un grupo de amigos diplomáticos en un comedor privado de Madrid una vez cada mes. Y algunos, se extrañaban de la puntualidad de su marcha. A las 11.30 de la noche, Martín Artajo se disculpaba, dejaba a sus invitados tomando el café y la copa y abandonaba el salón. Foxá se lo explicaba a los novatos. «Nuestro ministro, a estas horas, siempre se va de curas».

El libro recién aparecido, concede preferencia a «Misión en Bucarest», que es una obra inconclusa. Pretendió ser la continuación de su formidable y portentosa novela «Madrid de Corte a Checa» (Cheka en sus primeras ediciones), pero estimo que Foxá rechazó su idea y abandonó la segunda parte, innecesaria, de su obra maestra en la novela, como lo fue «Cui-Pin-Sing» en el teatro, o su «Melancolía del Desaparecer» en Poesía.

Y lo que destaca Andrés Amorós en su artículo es lo fundamental de esta nueva edición. Su breve relato, apenas 50 páginas, titulado «Olor a Cera».

Agustín de Foxá fue un ardiente aficionado a los toros y al mundo que rodea la tauromaquia. Se hizo, al final de su vida, manoletista radical. Pero «Olor a Cera» está dedicado a un personaje, al peón de confianza de Joselito, Blanquet, que avisaba de las muertes en el ruedo cuando le llegaba, de no se sabe dónde, un fuerte olor a cera. Agustín de Foxá era, antes que todo lo demás, un poeta. Su prosa encendida caminaba de la mano de la poesía. Y encuentra un tesoro en la figura de Blanquet, el peón que anunciaba las muertes, entre ellas, la de su propio maestro, Joselito el Gallo.

Foxá no ha perdido, con el tiempo, ni actualidad, ni oportunidad, ni gracia, ni pasmo. Nadie ha escrito de América, «La Otra Orilla» como él. Su gran amigo, el caprichoso, enamoradizo y genial Edgar Neville, también diplomático, renunció a la Carrera y se instaló en Marbella. Foxá falleció en combate. Y la causa de la retirada de Edgar fue un telegrama. Así que recibió el telegrama del subsecretario: «Tengo la satisfacción de informarle que ha sido Vuestra Ilustrísima destinado, por orden del Señor Ministro, como Primer Secretario, a la Embajada de España en Tegucigalpa. Rogamos respuesta de aceptación». Y Edgar respondió: «Ruego, señor Subsecretario traslade mi gratitud al señor Ministro por su confianza depositada en mi persona. Y acepto honradísimo el destino que me ha encomendado. Sólo una pregunta: ¿Dónde coño queda eso»?

La diplomacia española, con un prestigio internacional durante el franquismo en lo más alto, reunió a una generación de genios.

Foxá, en «Olor a Cera», escribe como si hubiera hecho el paseíllo con un vestido de cera y oro.

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