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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Fantasmas

Se dice que, en vida, el fantasma de Monterrey se enamoró locamente de una fámula de singular belleza

Actualizada 01:30

Del mismo modo que los turistas ingleses –incluido Churchill–, disfrutan del sur de España y su mar preferido es el Mediterráneo, –Sir Winston reconoció que envidiaba de España su mar Mediterráneo y ese endiablado Real Madrid–, los fantasmas españoles son más norteños que sureños. En la provincia de Cádiz, en el castillo de los Tamarón de Arcos de la Frontera, se aparece de cuando en cuando un fantasma bastante educado, que calma su irritación derramando una vez cada año el té sobre la alfombra del salón. Y la familia Trénor, a la que pertenece mi gran amigo Rafael, poeta, autor de la esfera armilar, valenciano de cuna y vecino de Mahón –y no de Maó, como lo escriben los cursis catalanistas–, es propietaria del castillo de Sardañola, superado el Tibidabo. Ahí pernocté invitado por Rafa hace más de 30 años, y coincidió mi única noche en aquel lugar con una jornada de enfado monumental del fantasma de la familia. Hacía frío, y la tomó conmigo. Me quitó la manta de la cama en siete ocasiones durante la noche. Un fantasma pendiente de ser educado. En el Palacio de Monterrey, en Salamanca, propiedad de los duques de Alba, cuando llega la primavera, el fantasma ulula y despierta no solo a los que duermen en su interior sino a una parte considerable del vecindario. Se dice que, en vida, el fantasma de Monterrey se enamoró locamente de una fámula de singular belleza, y que esta, al ser inesperadamente besada por el VI Conde, don Manuel de Zúñiga y Acevedo, falleció atravesada por las flechas de la sorpresa y del amor. En aquellos tiempos, el «Solo sí es sí» no entraba en las costumbres sociales, y la fámula, Ignacia Iturrigorrieta, no pudo controlar el pasmo. Desde aquellos tiempos, cuando la primavera ocupa su lugar en el calendario, el fantasma de don Manuel de Zúñiga, recorre todas las estancias del palacio suspirando de amor, y más de un invitado ha fallecido del susto experimentando su presencia. En concreto, en 1817, el reverendo padre don Jacinto Soria, que no había sido avisado de los suspiros del fantasma del ilustre melancólico.

Pero los fantasmas de verdad, los más revoltosos, viven en las casas solariegas del norte. En Guipúzcoa, concretamente en Fuenterrabía, en el caserío-palacio de Zuloaga Aundi, que perteneció a la familia Barcáiztegui, el fantasma de don Fernando Manso, destroza toda la cristalería de la casa durante la noche del 9 de abril. Desde que la familia Barcaíztegui, harta de comprar una cristalería completa cada 10 de abril, tuvo la feliz idea de restiuirla con una cristalería «Duralex», cuyos vasos y platos rebotaban en el suelo en lugar de hacerse añicos, el fantasma de Manso ha dejado de dar la lata, pero gruñe. A lo que más se atreve es a sentarse en la cama de los invitados, presionarles una mano, y al abrir los huéspedes los ojos, gritarles «Ja,ja, ja, jamalajá», horrible experiencia que narro detalladamente porque yo la sufrí.

En Zarauz, en la casa de Narros, el fantasma retira de la biblioteca los libros que no son de su complacencia. Y los deja caer con contundencia. Ahí pasó una noche el Rey Balduino de Bélgica cuando era novio de Fabiola de Mora y Aragón, y por culpa del fantasma, decidieron construirse la casa en Motril. Y en la provincia de Santander, en el remozado palacio de Villacarriedo, en la noche del 20 de septiembre, hace su entrada una vaca en el bar, solicita un vaso de leche, se lo bebe, lo paga y se despide de la clientela hasta el año siguiente. Según la leyenda, la vaca fue sacrificada por su mínima aportación de leche por su propietario, don Arnaldo de Velasco, y el fantasma de la vaca sigue indignada por lo que ella considera, una grave injusticia. Y creo que con razón.

En el palacio de Villaviciosa, Asturias, el fantasma es un fresco exhibicionista, que entra en porretas en las habitaciones de las mujeres. Nadie conoce el origen y el motivo de sus apariciones, pero según he sabido, las damas que han experimentado su presencia, aseguran que el fantasma está muy bien educado, baila que da gusto verlo las polkas, y que su aspecto no está reñido con la admiración y el asombro. Y en el Pazo de Jaz, el fantasma de don Wenceslao de Maqueda, al menor descuido, se aparece y le da de bofetadas a los niños que les caen mal o le parecen feos.

Cuidado con los fantasmas. En Gerramolinos, La Rabia, occidente de Comillas, una mujer disfrazada de paje se aparece en las noches de verano y apedrea a los cisnes que ya no hay por culpa de los ecologistas. Y tan arraigada está a la zona el asunto de los fantasmas, que las nuevas urbanizaciones que se construyen en la Villa de los Arzobispos, anuncian las bondades de sus proyectos con este mensaje publicitario. «Chalés Adosados libres de Fantasmas». Y se venden en menos de una semana.

Interesante artículo, según mi particular interpretación de este tipo de prodigios.

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