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El presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, y el comandante de la Fuerza Aeroespacial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica

El presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, y el comandante de la Fuerza Aeroespacial de la Guardia RevolucionariaAFP

La amenaza de Irán se cierne sobre el conflicto entre Israel y Hezbolá

El presidente de la República Islámica, Masoud Pezeshkian, ha asegurado, en una entrevista con la CNN, que no permitirá que el Líbano «se convierta en otra Gaza»

Israel bombardeó, por segundo día consecutivo, el sur y este del Líbano, tras la oleada inédita de ataques aéreos israelíes de este lunes que acabó con la vida de 569 personas y más de 1.800 heridos. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) ya han puesto nombre a esta operación contra Hezbolá, Northern Arrows (Flechas del Norte), lo que hace temer que estos masivos bombardeos solo sean el preludio de una invasión terrestre del sur del país mediterráneo. La gran cuestión es si Irán intervendrá por Hezbolá, en caso de que estallara una guerra abierta contra el «enemigo sionista», como se refiere recurrentemente la República Islámica a Israel.

Irán, el mayor financiador de la milicia chií libanesa, no puede permitirse perder a su principal activo en la región y su punta de lanza en el autodenominado «Eje de la Resistencia», del que también participan los hutíes, de Yemen, y las milicias proiraníes de Irak y Siria. Teherán ha condenado enérgicamente los ataques israelíes contra el Líbano y advirtió a Israel de «consecuencias peligrosas». Para Estados Unidos, la amenaza de Teherán es más real que nunca. Un alto funcionario estadounidense, citado por la CNN, aseguró que «Irán aún no ha intervenido, pero lo hará si cree que está a punto de perder a su fuerza más poderosa en la región».

Estados Unidos sigue todavía esperando la anunciada respuesta del régimen de los ayatolás al asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniya, el pasado mes de julio, en la capital iraní. De hecho, el presidente de la República Islámica, Masoud Pezeshkian, en una entrevista con la CNN, este martes, denunció que Israel mató a Haniya «para expandir la guerra en la región y crear inestabilidad». Pezeshkian también se pronunció sobre la crítica situación del Líbano y, en una amenaza velada al Estado judío, señaló que «Hezbolá no puede quedarse solo contra un país que está siendo defendido, apoyado y recibe suministros de los países occidentales, de los países europeos y Estados Unidos».

«No podemos permitir que el Líbano se convierta en otra Gaza», defendió el presidente iraní. Por su parte, Washington ya anunció el envío de más tropas a Oriente Medio, ante la escalada de tensión en la región. En paralelo, por tercera vez en tan solo cuatro días, la aviación hebrea volvió a golpear Beirut, en un «ataque selectivo» que acabó con la vida del responsable de la unidad de misiles de Hezbolá, Ibrahim Muhammad Qubaisi, y otras cinco personas. A diferencia de este lunes, cuando un ataque contra el mismo barrio del sur de Beirut, Dahye –feudo de la milicia chií libanesa–, no consiguió alcanzar al número tres del grupo terrorista Ali Karake. Según los medios libaneses, Karake habría sobrevivido al ataque.

Hezbolá respondió a esta oleada de ataques con el lanzamiento masivo de cohetes contra Israel, la mayoría de ellos interceptados por sus defensas aéreas. El conflicto ha escalado varios peldaños durante la última semana, desde el ataque masivo –atribuido a los servicios de Inteligencia israelíes– contra los sistemas de comunicación, desde buscapersonas a walkie-takies, que los milicianos del Partido de Dios utilizaban para ponerse en contacto y evitar, precisamente, las infiltraciones de los enemigos.

A pesar de que ninguno de los dos países habla de guerra abiertamente, Israel ha decretado el estado de «situación especial», lo que permite implementar restricciones en el ámbito de la vida pública. El Líbano, por su parte, afronta un éxodo masivo de miles de civiles que huyen de los ataques aéreos hebreos contra el sur y el este. Una situación que para el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, sitúa al país del cedro al «borde del abismo».

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