¿Acompañarán los embajadores europeos a Edmundo González Urrutia?
Europa evita reconocer oficialmente al exdiplomático como presidente electo de Venezuela. Está impedido por los negocios, principalmente de políticos españoles. Lo impiden las tramas. Los viajes. Las maletas. Las corruptelas que cruzan el Atlántico
Venezuela ha entrado, una vez más, en un período de elevada tensión. No es la primera vez que la nación venezolana debe afrontar un momento –una fecha– sobre la que penden incertidumbres y amenazas. No se imaginan los ciudadanos de los países democráticos, la atmósfera pesarosa y amenazante que se instaura en cada rincón de Venezuela, desde uno o dos meses antes de los procesos electorales. Se producen unas prácticas injustificadas y fuera de la ley, que se repiten incesantes: el régimen detiene activistas, censura o cierra medios de comunicación, denuncia conspiraciones inexistentes, crea rumores y hace campañas para insuflar el miedo entre los electores: hace sentir su enorme poder para establecer y diseminar un ambiente de terror real, que acecha en las calles y que merodea alrededor de los hogares venezolanos.
También en las elecciones del 28 de julio el régimen ejecutó un programa para desestimular la participación electoral y propagar el miedo. Pero en esta ocasión, han roto sus propios límites. Ha llevado el descaro, la violencia, la arbitrariedad y la desproporción a niveles de ferocidad extrema: ha secuestrado a decenas de dirigentes sociales y políticos, acusados de delitos como terrorismo o asociación para delinquir, una vez más, sin hechos ni fundamento alguno.
Hay que insistir: son detenciones ilegales, que no cumplen con los procedimientos establecidos en la ley, violentas, ejecutadas por bestias encapuchadas que portan armas largas, que golpean, insultan, amenazan y humillan a sus víctimas. En realidad, no detienen, sino que secuestran. Arrastran a sus víctimas hacia un inframundo de basuras, malos olores, aire contaminado e irrespirable y alimañas, y ahí los tiran como sacos de basura, para someterlos a una dieta de sed extrema y alimentos en estado de podredumbre. En los días previos a la redacción de este artículo —viernes 20 de diciembre— se ha producido una escalada: más detenciones, más virulencia. De los 1.877 detenidos, hay 27 cuyo destino no se conoce. Estamos, léase bien, ante un régimen que secuestra y desaparece. Desaparece, como en las dictaduras de Pinochet y Videla.
¿Pueden ser peores las cosas? Sin duda. El estado de alarma que existe dentro y fuera de Venezuela, es necesario y debe incrementarse. Es necesario aumentar el volumen. Y es que todo cuanto confluirá el próximo 10 de enero es, en lo esencial, inédito y dramático. Inédito, porque el triunfo de Edmundo González Urrutia en las elecciones del 28 de julio fue abrumador: sumó a su favor, más de 70 % de los votos. Triunfo que ha sido reconocido por decenas de gobiernos y parlamentos, y sobre el que cierta izquierda corrupta y ciertos gobiernos también corruptos guardan un silencio revelador y cómplice. Y es dramático, porque el régimen insiste en desconocer la voluntad popular y mantenerse en el poder al costo que sea.
Triunfo sobre el que cierta izquierda corrupta y ciertos gobiernos también corruptos guardan un silencio revelador y cómplice
Marcha Venezuela hacia el 10 de enero en estado latente y manifiesto de crispación; crece la expectativa entre los ciudadanos sobre el urgente y legítimo cambio de Gobierno; ha anunciado Edmundo González Urrutia que el día previsto estará en Venezuela para juramentarse y dar inicio al nuevo Gobierno; ha insistido en varias de sus intervenciones públicas su disposición al diálogo y a la reconciliación; ha anunciado que María Corina Machado sería su vicepresidenta; pero al mismo tiempo, a las mismas horas en que una mayoría aplastante se prepara para dar inicio a una nueva etapa histórica en Venezuela, con todos los beneficios sociales, económicos y políticos que no pueden postergarse ni un minuto más, el régimen arrecia sus prácticas represivas, continúa secuestrando a simples ciudadanos, persigue a los periodistas, aprueba leyes destinadas a destruir toda posibilidad de acción en beneficio de la sociedad.
¿Y qué hace Europa frente a estas amenazas, evidentes y reiteradas? No termina de reconocer a Edmundo González Urrutia como presidente de Venezuela, a pesar de que todos —repito: todos, sin excepción— saben que derrotó a Nicolás Maduro con una ventaja inocultable. ¿Por qué? ¿Por qué si los hechos son tan notorios e incontestables? ¿Qué fuerzas están actuando para impedir que los gobiernos de España y Europa cumplan con el deber democrático de reconocer la legitimidad de González Urrutia para asumir el cargo de presidente?
Lo impiden los negocios, principalmente de políticos españoles, en Venezuela. Lo impiden las tramas. Los viajes. Las maletas. Las corruptelas que cruzan el Atlántico. Lo impiden las estrategias diseñadas e inauguradas por Chávez y continuadas por Maduro, que parten de una premisa primordial: conquistar la complicidad, el silencio, la práctica de lavarse las manos, de gobiernos de Hispanoamérica, el Caribe, Europa, África y Asia, entregando negocios a sus políticos prevalentes, corrompiendo a sus gobernantes, engordando sus bolsillos con los dineros provenientes del petróleo y la minería. Ese dinero, esos contratos, esas explotaciones, son las fuerzas más activas, el caudaloso tráfico de mercancías y recursos financieros que impide que, hasta este momento, los gobiernos de Europa no hayan dado un firme paso adelante, en apoyo a la juramentación de Edmundo González Urrutia el inminente 10 de enero.