Perfil
John Ratcliffe, el estratega leal al que Trump ha colocado al frente de la CIA
En la rica y a menudo tumultuosa historia de la Inteligencia estadounidense, donde todo está tan estudiado, tan cuidado, que a veces parece un mundo aparte solo alcanzable mediante grandes producciones hollywoodienses, no parece haber sitio para un chico modesto de la América profunda, de todos esos hogares perdidos en el corazón de Estados Unidos, a los que hacía referencia el ya vicepresidente J.D. Vance en su obra autobiográfica. Pero, en los resquicios del sueño americano, en ese goteo cada vez más inconstante, un nacido en la remota localidad de Mount Prospect, Illinois, acaba de alcanzar uno de los mayores puestos a los que puede aspirar cualquier estadounidense.
John Ratcliffe, flamante nuevo director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) emerge como el símbolo del cambio de época: él es un abogado meticuloso, un político pragmático y un operador leal a Donald Trump, que creció en un hogar modesto donde sus padres le inculcaron los valores que, a la postre, han definido su carrera. Formado en la Universidad de Notre Dame y con un título en derecho de la Universidad Metodista del Sur, su recorrido profesional comenzó en los pasillos del ámbito privado, pero rápidamente se orientó hacia el servicio público.
Su experiencia como fiscal federal en Texas, centrado en casos de seguridad nacional y antiterrorismo, fue crucial para moldearle como un operador hábil en el manejo de información sensible. Posteriormente, pasó a ser alcalde en la localidad de Heath, también en el estado texano, donde Ratcliffe construyó la base de su carrera política que, posteriormente, le llevaría al Congreso.
En 2014 desafió y derrotó al veterano Ralph Hall marcando el inicio de una trayectoria donde se posicionaría como una voz clave en el ala del conservadurismo duro de la Cámara de Representantes. Desde los comités de Inteligencia y Seguridad Nacional, Ratcliffe abogó por un enfoque implacable hacia el terrorismo y la ciberseguridad, así como por políticas de inmigración alineadas con la visión republicana.
Sin embargo, fue en 2020 cuando la vida le cambió —como a tantas otras personas— aunque por un motivo más feliz. Fue nombrado director de Inteligencia Nacional (DNI) y se convirtió en el arquitecto de una inteligencia marcada por la narrativa presidencial, supervisando descalificaciones polémicas que Trump utilizó para atacar a sus adversarios políticos.
Un liderazgo en una encrucijada histórica
Al asumir la dirección de la CIA, Ratcliffe se convierte en el primer funcionario en la historia moderna en liderar tanto la comunidad de Inteligencia nacional como la agencia más icónica de espionaje del país. Este doble liderazgo lo coloca en una posición sin precedentes para moldear el aparato de seguridad estadounidense en un momento de desafíos sin parangón: la creciente competencia estratégica con China, las tensiones en Europa del Este y las amenazas híbridas que mezclan ciberataques, espionaje industrial y desinformación.
Su retórica inicial al frente de la CIA, centrada en la idea de «paz a través de la fuerza», evoca ecos de las doctrinas de seguridad de la Guerra Fría, cuando la inteligencia fue el arma silenciosa en la confrontación entre superpotencias. Ratcliffe ha prometido enfrentar estas amenazas con determinación, destacando a China como el adversario más peligroso para la seguridad estadounidense en el siglo XXI. Sus declaraciones se alinean con la agenda de Trump, que busca redefinir el papel de Estados Unidos en el mundo mientras endurece las políticas internas y externas.
Ratcliffe hereda una agencia que, desde su fundación en 1947, ha sido tanto venerada como vilipendiada, una fuerza en las sombras que moldeó los grandes episodios de la historia estadounidense, desde el derrocamiento de gobiernos extranjeros hasta la lucha contra el terrorismo global.
En un contexto donde la inteligencia ya no se limita a operaciones encubiertas, sino que incluye la defensa del ciberespacio, la neutralización de amenazas tecnológicas y la contención de rivales geopolíticos, Ratcliffe deberá demostrar que puede mantener la eficacia operativa de la CIA mientras navega las aguas turbulentas de la política doméstica.
A sus 59 años, Ratcliffe completa el sueño americano que lo llevó desde los graneros de Illinois, las poblaciones perdidas en medio de la nada, a uno de los puestos clave del nuevo gabinete de Trump. En este momento de redefinición, donde la seguridad nacional y los intereses partidistas convergen peligrosamente, Ratcliffe encarna la intersección de una era: un hombre de confianza del presidente en un rol que, aunque diseñado para operar en las sombras, nunca ha estado más expuesto a la luz de la opinión pública y los debates políticos.