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Juan Rodríguez Garat
Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Ese caprichoso 5 % en Defensa de Donald Trump

Encontrar entre los políticos de la vieja Europa un 5 % de la capacidad de liderazgo de Donald Trump –tampoco querría más, que lo mucho empacha– sería un milagro que me encantaría celebrar

Actualizada 04:30

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Doral, Florida

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Doral, FloridaGetty Images via AFP

«Ten cuidado con lo que deseas, porque puede convertirse en realidad». Hay mucha sabiduría en esas palabras, que se ajustan como anillo al dedo a la peculiar situación que vivimos hoy los ciudadanos de lo que antes llamábamos primer mundo. Éramos muchos los que nos quejábamos de la falta de liderazgo de nuestros dirigentes políticos y, quizá como respuesta a nuestras silenciosas plegarias… ha llegado Donald Trump.

Como no es su primer mandato, estábamos advertidos de que el reelegido presidente de los EE.UU. tiene por norma buscar el protagonismo en todos los foros internacionales en los que participa, aunque para ello tenga que salirse de esa «revolución del sentido común» que en los asuntos domésticos llevan por bandera. Y precisamente eso –buscar el protagonismo lejos de lo que dicta el sentido común– es lo que acaba de hacer en Davos exigiendo a los aliados europeos de la OTAN que incrementen sus presupuestos de Defensa hasta el 5 % del PIB.

Si se me permite una opinión, lo malo de Trump no es su política doméstica, radical para el gusto de muchos europeos pero ampliamente apoyada por el electorado norteamericano. Tampoco lo es su insolvencia ética. Es verdad que doce jurados, sometidos a un proceso de selección que reconoce amplios derechos al abogado defensor, lo han declarado por unanimidad culpable de falsificar documentos contables para encubrir el pago a una prostituta por su silencio. ¿Y qué?, se preguntan sus admiradores –conozco a algunos– y también muchos de los que no lo somos. ¿Es que a otros líderes políticos no los creemos capaces de hacer lo mismo o algo mucho peor? Es muy probable que Trump merezca el calificativo de delincuente, pero sus conciudadanos no lo han elegido para hacer de preceptor de sus hijos sino para solucionar los problemas que les preocupan.

A los militares se nos enseña que la credibilidad es parte fundamental de la disuasión

Para mí, lo malo de Trump –al menos desde la perspectiva de los que tienen que relacionarse con él en el tablero internacional– es la impredecibilidad de su política, casi siempre adelantada en Truth Social en lugar de los canales diplomáticos habituales. Es difícil distinguir cuándo Trump habla en serio y cuándo, sin la menor intención o posibilidad de cumplirlo –tengo para mí que ni siquiera lo ha intentado– promete que pondrá fin a la guerra de Ucrania en 24 horas. Esa impredecibilidad desconcierta a sus amigos y, aún peor, tienta a sus enemigos. A los militares se nos enseña que la credibilidad es parte fundamental de la disuasión. ¿Elegirá Putin creerse las amenazas de estos días para que se siente a negociar con Zelenski o las verá como una fanfarronada? Yo, por mi parte, confieso que confío en que ese caprichoso 5 % de Davos no sea más que un gesto para la galería, diseñado para provocar el aplauso de sus incondicionales en los EE.UU. En cuanto a la cifra concreta, la verdad, lo mismo podría haber dicho el 10 %.

La razón de la sinrazón

Vaya por delante que el magnate republicano tiene buenos motivos para quejarse de sus aliados europeos. Sobre todo de España. Y es que lo nuestro es difícil de comprender. Vivimos tiempos difíciles. Mirando hacia el este, la invasión de Ucrania ha puesto el último clavo en el ataúd de la ONU mientras Putin, un dictador que parece rescatado de la historia del siglo XX, nos amenaza impunemente con su arsenal nuclear. Hacia el oeste Trump, nuestro renuente aliado, vuelve a presionarnos con la posibilidad de retirar de Europa el paraguas de la Alianza Atlántica mientras, junto a su socio Netanyahu, refuerza su colaboración militar con el Reino de Marruecos. Y es precisamente ahora cuando a nuestros gobernantes les ha parecido que es el momento propicio para ponernos a la cola de nuestros aliados en la más objetiva de las mediciones de nuestro compromiso con los demás: la proporción de nuestro PIB dedicado a Defensa.

España tiene, pues, muchos deberes por hacer; pero ¿tiene sentido elevar el gasto de defensa hasta el 5 % del PIB? Para empezar, y según los datos publicados por la Alianza Atlántica, los EE.UU. invirtieron el 3,38 % en el año 2024. Es una cifra muy estimable, pero lejos de lo que Trump exige ahora a los europeos.

Para justificar esa diferencia, el político norteamericano asegura que él es quien nos defiende. Que es nuestra seguridad y no la de los EE.UU. la que está en juego. Y puede que sea verdad, pero no es toda la verdad. La misión de las Fuerzas Armadas norteamericanas no es proteger Europa, sino defender los intereses de su país en todo el ancho mundo. Sin ir más lejos, Trump saca partido de su poderosa herramienta militar cuando «no renuncia al uso de la fuerza» para obligar a Dinamarca a vender Groenlandia. ¿No nos recuerda eso a los españoles la política de McKinley con Cuba? ¿Pretenderá el magnate que eso también lo paguemos entre todos?

En cualquier caso, para nuestro Gobierno vienen curvas. La distancia de España con la mayoría de nuestros aliados es tal que ni siquiera hemos llegado a la mitad del camino hacia el 2 % y ya se nos pide ir mucho más allá. Y no solo es Trump. Mark Rutte, secretario general de la OTAN, también ha querido salir a la palestra para defender un mayor esfuerzo presupuestario. No hace mucho le hemos oído decir que los países miembros tendrán que gastar por encima del 3 % en Defensa o empezar a «aprender ruso».

El carro, delante de los bueyes

Los números redondos –ya sean el 2, el 3 o el 5 %– suenan bien. Pero hablar de porcentajes sin establecer objetivos concretos supone, en la defensa como en la sanidad o la educación, poner el carro delante de los bueyes. Estamos hablando de muchísimo dinero y ese es un asunto que hay que tomarse en serio. ¿Cuánto hace falta? ¿Cuánto dice el sentido común? Es obvio que cuánto más invirtamos en nuestra defensa estaremos mejor protegidos de los posibles ataques desde el exterior, pero ¿de verdad estaremos más seguros? No se puede olvidar que la caída de la URSS fue en buena parte provocada por el colapso de su economía, resultado de asumir un presupuesto de defensa mayor del que podía soportar.

Para que a nosotros no nos ocurra lo mismo que a la URSS tenemos que aquilatar. No podemos concretar lo que nos hace falta sin definir previamente una estrategia militar. Y, como la OTAN es una organización de naturaleza defensiva, tampoco podemos definir esa estrategia sin establecer antes de quién tenemos que defendernos y cuáles son las capacidades militares que nos amenazan.

Conoce a tu enemigo

Después de tres décadas de centrar el planeamiento de fuerza de la OTAN en la «adquisición de capacidades» –en lugar de tratar de adquirir las fuerzas necesarias para las campañas concretas que exigiría una guerra contra el Pacto de Varsovia, como hicimos durante la Guerra Fría– los militares de hoy vuelven a tener claro que es Rusia quien nos amenaza. Hay que contrarrestar a los ejércitos de Putin, y a ello se aplican los planificadores calculando con rigor las necesidades de brigadas mecanizadas, aviones de combate o buques de guerra.

Sin embargo, lo que de verdad nos preocupa de Rusia no son sus carros de combate, muchos de ellos destruidos en Ucrania y reemplazados por modelos anticuados sacados de los almacenes donde se oxidaban tras el final de la Guerra Fría. Tampoco su aviación de combate, incapaz de imponerse en los cielos ucranianos; ni su marina de guerra, humillada en el mar Negro. Lo que nos asusta –justificadamente, en mi opinión– son las 6.000 ojivas nucleares que Rusia conserva y el chantaje que Putin puede hacernos con ellas.

Europa está capacitada para derrotar a Rusia en un campo de batalla no nuclear

Incluso si los EE.UU. se alejaran de la Alianza –esperemos que no– Europa está capacitada para derrotar a Rusia en un campo de batalla no nuclear. Tenemos importantes carencias, desde luego, pero a la fuerza ahorcan y en algunos países –el mejor ejemplo es Polonia– ya se han puesto las pilas. Sumados, los miembros de la UE gastamos tres veces más en defensa que nuestro enemigo –la mejor defensa empieza cuando volvemos a llamarlo así– y tenemos otras bazas a nuestra disposición: un PIB nueve veces superior, el triple de población, una mayor capacidad industrial y una clara ventaja tecnológica.

Habrá quien sostenga que, lastrados por la falta de una identidad común y por una pobre cultura de Defensa, los europeos hacemos un uso muy poco eficiente de las cartas ganadoras que tenemos en nuestra mano. Y es, desde luego, una objeción válida. Pero en todas partes cuecen habas. ¿Qué diríamos de Rusia, incapaz de derrotar en Ucrania a un Ejército muy inferior en número y carente de una fuerza aérea digna de tal nombre?

El elefante nuclear en la habitación

Lo que de verdad sorprende en el debate sobre el incremento de los presupuestos de Defensa de los socios europeos de la OTAN es que pase desapercibido el elefante en la habitación: el arma nuclear. De nada sirve tener más y mejores brigadas que Rusia si Putin puede neutralizarlas con armas nucleares tácticas, de las que no dispone ningún país de la UE. Tampoco tiene Europa arsenales estratégicos capaces de disuadir a Rusia –o incluso a Bielorrusia– del uso de esas armas tácticas en el campo de batalla. Si EE.UU. no lucha a nuestro lado, ¿quién puede creer que Francia se lanzaría a una guerra nuclear en la que se vería superada por Rusia en proporción de veinte a uno para defender, por poner un ejemplo, la frontera de Lituania?

De nada sirve tener más y mejores brigadas que Rusia si Putin puede neutralizarlas con armas nucleares tácticas

Aunque yo prefiera otra cosa, Europa puede optar por abandonarse a la voluntad del presidente Trump o de quien le suceda dentro de cuatro años. Pero si el esfuerzo presupuestario de las naciones europeas quiere comprar un cierto grado de independencia estratégica de los EE.UU., más vale que centremos el debate donde procede. El tratado de no proliferación fue una buena herramienta mientras duró, pero es preciso replantearse la postura de la UE a medida que más y más naciones –la próxima será Irán– se suman al club nuclear. El desarme gusta a la izquierda europea, pero ha llegado el momento de que, por una vez, dejando la ideología a un lado, miremos por nuestra seguridad y la de nuestros hijos. Porque, en el mundo real, no basta con tener la razón. Los pueblos desarmados jamás han sido libres.

Un poco de liderazgo

La apuesta de Europa por el arma nuclear supondría, desde luego, un cambio radical de nuestra política de seguridad. Pilotar ese cambio exigiría buenas dosis liderazgo, de las que carece la mayoría de los dirigentes europeos. Y es en este ámbito del liderazgo –en el que estamos peor que en el de las capacidades militares– en el que yo me apuntaría con gusto a ese 5 % que exigió en Davos el presidente de los EE.UU.

Un 5 % del PIB invertido en Defensa, sin cuentas que lo justifiquen, me parece claramente excesivo. Pero encontrar entre los políticos de la vieja Europa un 5 % de la capacidad de liderazgo de Donald Trump –tampoco querría más, que lo mucho empacha– sería un milagro que me encantaría celebrar.

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