Fundado en 1910
Juan Rodríguez Garat
Análisis militarJuan Rodríguez Garat

El naufragio de Trump en las negociaciones sobre Ucrania

Cinco semanas después de que Trump forzara a Ucrania a aceptar un alto el fuego temporal en todos los frentes, Putin pasa olímpicamente de las tibias amenazas y de las desesperadas súplicas del presidente norteamericano

Actualizada 04:30

Las negociaciones de Trump con Putin para poner fin a la guerra, un naufragio calculado

Las negociaciones de Trump con Putin para poner fin a la guerra, un naufragio calculadoDavid Díaz

Oculta estos últimos días por la guerra de los aranceles, la invasión de Ucrania continúa sin el menor respiro. Cinco semanas después de que Trump forzara a Ucrania a aceptar un alto el fuego temporal en todos los frentes, Putin pasa olímpicamente de las tibias amenazas y de las desesperadas súplicas del presidente norteamericano. Y el decepcionado magnate, que todavía cree que las reglas que rigen el mundo de las finanzas sirven para el complejo tablero de la política internacional, se limita —quién lo habría dicho después de verle acosar a Zelenski en la Casa Blanca— a cortejar a un líder ruso que, si no con sus palabras, le desprecia abiertamente con sus actos.

No es que nos sorprenda lo que está ocurriendo. Todo estaba en el guion. También esa fanfarronada de que «las conversaciones de paz van bien», que sigue repitiendo el republicano entre los alborozados aplausos de los trumpérrimos. El hombre, que en algún momento me pareció simpático, cada vez me recuerda más al papa Alejandro VI, otro príncipe de desbordada ambición que mereció de Maquiavelo las siguientes palabras: «Jamás hizo ni pensó otra cosa que engañar a los hombres y siempre tuvo a su alcance medios para realizar sus designios».

Mientras Trump miente a sus fieles Rusia continúa avanzando imparablemente en la dirección de Pokrovsk

Como era de esperar, mientras Trump miente a sus fieles Rusia continúa avanzando imparablemente en la dirección de Pokrovsk. Entienda el lector que lo digo con sorna, quizá algo dolido por mi incapacidad para abatir el fingido entusiasmo de los rusoplanistas. Parece hasta lógico que, después de catorce meses de rápidos progresos en el frente del Donbás sin terminar de llegar a ningún sitio concreto, Putin entretenga los tiempos muertos lanzando misiles balísticos con municiones de racimo sobre las ciudades de Ucrania.

Error sí, pero de juicio

Ante las firmes condenas de líderes de todo el mundo por la reciente masacre de civiles en Sumy matiza Trump, siempre comprensivo: «Me dicen que ha sido un error». Y un error fue, como lo son todos los crímenes y, todavía más, los que no sirven para nada. Pero no en el sentido que el magnate quiere dar a entender: una consecuencia desgraciada de una guerra de la que ambos bandos y, sobre todo, el presidente Biden son igualmente culpables.

No sé muy bien cuál es el error que podría absolver a Putin de lo ocurrido. ¿Se equivocaron de botón los artilleros y lanzaron los misiles cuando solo querían desactivarlos? ¿Erraron al introducir las coordenadas del blanco? ¿Imaginaron que el frente pasaba por las calles de la ciudad atacada? ¿Se confundieron al interpretar que la convención de Ginebra permite el empleo de armas de racimo en entornos urbanos? No debe de haber sido este último el error fatal. No, al menos, a los ojos de Trump.

El magnate seguramente cree que la convención de Ginebra —no sé si sabe dónde está esa ciudad, pero sospecho que ya habrá pedido que le informen para doblarle los aranceles— no es más que otro de los excesos del wokismo que debemos a la pusilanimidad de Biden. Si no le hubieran robado la presidencia en 2020, ni habría habido guerra ni se habría firmado la convención.

Crea el lector que me encantaría saber quién fue el que le dijo a Trump que lo ocurrido en Sumy había sido un error. No habrá sido un militar. El general Kellogg, el hombre elegido por el propio magnate para representarle en Ucrania, no ha dudado en asegurar que lo ocurrido va más allá de los límites de la decencia. Tampoco habrá sido Putin, que ni ha pedido disculpas por el bombardeo ni lo va a hacer jamás. Oficialmente, Rusia ha atacado a mercenarios extranjeros al servicio de Ucrania. Y ¿cómo dudar de ello? De todos es conocida la propensión de los soldados de fortuna a celebrar el Domingo de Ramos precisamente en las calles de las ciudades que están bajo el fuego enemigo.

Temo que me quedaré sin saber quién ha engañado a Trump esta vez

Temo que me quedaré sin saber quién ha engañado a Trump esta vez. Quizá haya sido él mismo. Pero de lo que sí podemos estar seguros es de que el magnate, que ha propagado anteriormente alguno de los bulos de Putin —me pregunto si los rusoplanistas llegarán a interesarse alguna vez por el paradero de todos los militares ucranianos que supuestamente estaban cercados en Kursk, a merced de la piedad del presidente ruso— esta vez no se ha atrevido a seguir el juego al dictador del Kremlin. Mejor que echar la culpa a los devotos mercenarios, a los que Rusia quizá podría combatir en el frente sin necesidad de conculcar las leyes de la guerra u ofender los sentimientos de la comunidad internacional, Trump ha preferido recurrir al socorrido comodín de Biden. Y, ya que estamos, ¿por qué no repartir las culpas de la masacre entre el agresor y el agredido?

¿De qué lado estamos?

Visto lo visto, parece obvio que no debemos esperar gran cosa del presidente Trump. Su postura en Ucrania, por desgracia para todos, se aproxima cada vez más a la de nuestra inefable Belarra. Seguramente recordará el lector esa «diplomacia de precisión» que ella y sus compañeros de partido predicaban para poner fin a la guerra de Putin. Su propuesta no escondía otra cosa que la aceptación de la ley del más fuerte… siempre, claro está, que el más fuerte no fuera un aliado de los EE.UU., como ocurre en Oriente Medio. Al menos en esto, Trump es más coherente que la extrema izquierda española. Nadie puede acusar al republicano de dobles raseros en su decidida apuesta por el poder.

Dejemos, pues, a Trump y a Belarra juntos en el empeño de que Ucrania se rinda a Putin

A nadie debiera sorprender que los dos extremos del espectro político se den la mano. Es sabido que la teórica línea recta sobre la que se proyectan las diferentes ideologías tiende a curvarse, bajo la influencia gravitatoria de ese inmenso agujero negro que es el poder, hasta convertirse en un círculo perfecto. Dejemos, pues, a Trump y a Belarra juntos en el empeño de que Ucrania se rinda a Putin. Sin embargo, a mí me sigue sorprendiendo que, de tanto venerar al magnate republicano, haya voces militares españolas que, a partir de convicciones diametralmente opuestas a las de Belarra, se unan a la del antiguo JEMAD que hoy milita en Podemos a la hora de predicar la paz a cualquier precio.

Es verdad que, en España, cada uno es libre de defender su propia opinión, ya sea sincera o mercenaria. Yo también disfruto de esta libertad que en Rusia nos llevaría a todos —también a los rusoplanistas y a los trumpérrimos— a la cárcel. Pero tengo para mí que cuando 34 hombres, mujeres y niños son asesinados en las calles de Sumy mientras celebraban el Domingo de Ramos, uno solo puede estar con las víctimas o con los verdugos. Y, si es así, los que pretenden navegar entre dos aguas y repartir la culpa entre los dos bandos, como hacen el presidente Trump y sus seguidores más exaltados, inevitablemente se convierten en cómplices de un crimen de guerra. Aunque la justicia humana sea tan imperfecta que, en esta vida, nadie les vaya a juzgar por ello.

comentarios
tracking