Los propios dioses
El contrapunto cómico de Dimitri Medvedev en el Gobierno norteamericano es Steve Witkoff, un empresario al que su amistad con Donald Trump ha puesto en el compromiso de conseguir la paz en Ucrania

El enviado especial de EE. UU. para Oriente Medio, Steve Witkoff, junto con el asesor de seguridad nacional, Michael Waltz
El lector que, atraído por la curiosidad, decida abrir este artículo de El Debate, quizá lo haga pensando que los dioses del moderno Olimpo a los que el título hace referencia pueden ser Putin, Trump o Kim Jong-un. Y es verdad que los tres tienen su corte de adoradores, unos más de grado y otros por la fuerza. Sin embargo, hoy prefiero escribir sobre Schiller, el gran poeta alemán. Por un capricho de la historia, todavía se conserva un monumento a su memoria en lo que antes era Königsberg, capital de Prusia Oriental desde la Edad Media, pero que desde 1945 recibe el nombre de Kaliningrado. No consta, por cierto, que Putin, siempre dispuesto a hacer la guerra a quien haga falta para restaurar sus fronteras imperiales, esté pensando en devolvérselo a Alemania; pero ese tampoco va a ser el motivo de estas líneas.
Debemos a Schiller una inspirada observación: «Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano». Acierta plenamente el poeta, en mi opinión, pero no crea el lector que al darle la razón estoy señalando a nadie con el dedo. ¿Quién soy yo para hacer algo así? Además, no conozco a ningún ser humano que sea realmente estúpido, un objetivo harto complicado que exigiría un esfuerzo mucho mayor que el que algunos hacen para parecerlo en las redes sociales. Por desgracia, eso no evita que, amparada por las anteojeras ideológicas que tanto nos gustan, la estupidez campe a sus anchas en nuestro espacio informativo.
En lo que creo que se equivocaba Schiller es en la atribución de responsabilidades. No corresponde a los dioses luchar contra esa estupidez que no es personal, sino social. Esa es una tarea que debemos realizar los seres humanos. Y, aunque quizá peque de ingenuo, no me parece tan difícil. Bastaría con que cada uno de nosotros se prometiera a sí mismo no dejarse engañar más de tres veces por la misma persona para resolver el problema que la posverdad plantea a nuestra sociedad. Una sociedad enferma de polarización, que se entrega inerme a quienes han perdido ya no la decencia –una rara cualidad en la política de cualquier época– sino la capacidad de ponerse colorado cuando a uno le pillan en una mentira.
Steve Witkoff: un dios menor, pero peligroso
Mientras las imposibles negociaciones de paz en Ucrania dan vueltas sobre sí mismas, despertando una vez más el alborozo de los trumpérrimos y el escepticismo de quienes vemos que Trump sigue esforzándose por salirse con la de Putin, yo me permitiré la frivolidad de poner el foco en un dios menor. Dice el refrán que quién mucho habla mucho yerra. Y es verdad que nadie está a salvo de decir alguna estupidez… pero hay algunos que lo bordan. El contrapunto cómico de Dimitri Medvedev en el Gobierno norteamericano es Steve Witkoff, un empresario al que su amistad con Donald Trump ha puesto en el compromiso de conseguir la paz en Ucrania… a pesar de lo cual, tan ajeno a los caminos de la diplomacia internacional como yo mismo a los misterios de la mecánica cuántica, no ha hecho el menor esfuerzo por aparentar neutralidad u ocultar de qué lado están sus simpatías.El contrapunto cómico de Dimitri Medvedev en el Gobierno norteamericano es Steve Witkoff
En una reciente entrevista, el enviado especial del presidente Trump, siempre crítico con Volodimir Zelenski, se deshacía en elogios hacia el dictador del Kremlin. Tanto que, si no fuera porque carezco de sentimientos –sobre este extremo debo dar la razón a mi mujer– creo que habría conseguido emocionarme. Vea el lector que, cuando Trump fue herido en un atentado durante la campaña electoral, Putin se acercó a su iglesia para hablar con el párroco y rezar por él. ¿No es maravilloso? ¡Ojalá los presidentes de todas las naciones rezaran unos por otros en sus momentos de adversidad como hace el bondadoso ruso, interrumpiendo quizás por unos instantes su sagrada obligación de bombardear Ucrania!
Yo no creo que Steve Witkoff sea un hombre estúpido. Ignorante sí, pero no estaría donde está sin talento para hacer dinero. Sin embargo, él sí parece creer que lo somos los demás. De otra manera no intentaría convencernos de que el criminal del Kremlin, que hizo buena parte de su carrera en la KGB, que militó en el Partido Comunista mientras le convino y que solo se ha acercado a la Iglesia Ortodoxa cuando fue necesario para convertir la invasión de Ucrania en una guerra santa, es un sosias de Teresa de Calcuta.
No trataría de hacernos creer que el orgulloso líder que se hace fotografiar en los salones del Kremlin manteniendo a ridículas distancias a sus colaboradores más próximos ha acudido, como cualquier otro feligrés, a aliviar su maltrecho corazón con el párroco de la iglesia más cercana a su despacho oficial. No se atrevería a sugerir que el contumaz asesino de oligarcas disidentes, opositores políticos o periodistas críticos es, en el fondo, un hombre bueno, incapaz de más mentiras que las que ya se le conocen. Bastante más, por cierto, de las tres que sugerí como límite para dejar de confiar en cualquier persona.
Las mentiras de Witkoff, que también son muchas más de tres, vienen a compensar en el espacio desinformativo norteamericano la falta de resultados reales en las negociaciones de paz que lidera Trump. Cualquiera que siga la guerra, aunque sea de lejos, se habrá dado cuenta de que si Putin acepta una tregua en el mar Negro es porque allí hace muchos meses que no ocurre nada que dé ventaja a Rusia. Por segunda vez, a cambio de humo, el hábil dictador ruso espera concesiones reales de Trump en el terreno de las sanciones económicas.
Al paso que vamos, un día de estos nos sorprenderán con el anuncio de que el proceso progresa rápidamente porque, aunque el alto el fuego real siga muy lejos –eso, desde luego, no lo van a reconocer– el dictador ruso ha prometido que, en adelante, y a cambio de que se le niegue el apoyo militar a Ucrania, él dejará de chapotear en los charcos y ayudará a las ancianas a cruzar las calles.
¿Qué ha sido de la verdad?
Será que estoy mayor, pero no deja de sorprenderme hasta qué punto la verdad ha perdido todo su valor en el terreno de la política. El enviado especial de Trump, siguiendo el ejemplo del propio presidente norteamericano, nos asegura que Putin quiere la paz. Él sabe que es mentira y que nosotros sabemos que lo es. También sabemos que él sabe que, más allá de los trumpérrimos y algunos rusoplanistas, nadie le va a creer. Pero lo dice.
Al final, probablemente llegará un día en que a él mismo le dé vergüenza insistir sobre el asunto. Pero todo se arreglará con una declaración como la que el propio Witkoff acaba de hacer sobre las fracasadas negociaciones en la franja de Gaza: «Hamás puede haberme engañado para hacerme pensar que estaban interesados en la paz».
Ya he dicho que un empresario como Witkoff no puede ser estúpido. ¿Tendré que creerme que él era el único ser humano sobre la tierra que de verdad pensaba que Hamás estaba interesado en la paz? No. Yo apostaría por la explicación alternativa. La de que él esté convencido de que los estúpidos somos los demás. Quizá nos desprecie hasta el punto de pensar que puede hacernos creer cualquier cosa que se le antoje. Y, sinceramente, me parece aterrador que, al menos ante algunos de sus seguidores, Steve Witkoff pueda tener razón. Ya lo decía Schiller: contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano.