Viejos y nuevos dictadores tienen su lugar en el mundo en cumbres democráticas
Yosef Stalin, Nicolás Maduro, Fidel y Raúl Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega y hasta Vladimir Putin son aceptados en foros que deberían prohibirles entrar
Son «malas juntas» mezclarse con caudillos que someten a sus respectivos países y que se presentan en la Cumbre de Iberoamérica. Así lo ha dado a entender el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, al cuestionar las zalamerías que les son prodigadas a los dictadores que acuden a las cumbres que congregan a Jefes de Estado y cabezas de gobiernos, en las que las agendas a discutir contemplan la defensa de los principios democráticos y de los derechos humanos.
Entiendo que las críticas del líder gallego apuntan a esos dictadores que suelen concurrir a esos eventos a desarrollar sus atributos de impostores, exaltando los derechos de libertad de expresión, mientras que en los países que sojuzgan clausuran y asaltan periódicos, televisoras y estaciones de radio; hacen largas peroratas para glorificar los derechos humanos, mientras apresan, torturan y asesinan a los disidentes de sus regímenes; rezan el Padre Nuestro, empuñan crucifijos y se retratan con el Santo Padre y a la vez, en sus reductos o fortines, vejan a sacerdotes y lanzan todo tipo de atropellos contra los templos de la Iglesia católica.
Pero la verdad sea dicha no ha sido Alberto Núñez Feijóo el primero en cuestionar la presencia en esas cumbres de tales personajes, como los hermanos Castro y ahora Diaz-Canel de Cuba, y la de Daniel Ortega de Nicaragua, o la de Nicolas Maduro de Venezuela.
Recapitulemos sobre el célebre reproche del rey Juan Carlos al precursor del fallido modelo del Socialismo del Siglo XXI, Hugo Chávez Frías, al que su majestad increpó con la ya celebérrima frase ¿Por qué no te callas? Tal escarceo tuvo lugar el día 10 de noviembre de 2007 en plena sesión de reunión de la Cumbre Iberoamericana que se celebraba en Santiago de Chile.
El Monarca español trataba, con esa impactante oración, contener la verborragia ofensiva y virulenta con las que solía desbordar las salas de reuniones el ya fallecido dictador venezolano.
Escrutando en la historia nos tropezamos con la Doctrina Betancourt que fue un modelo de política exterior trazado y defendido por el expresidente Rómulo Betancourt, mediante el cual planteaba en comunicación dirigida al doctor José A. Mora, Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), el 22 de agosto de 1960, establecer un cordón sanitario que diera lugar a la ruptura de relaciones con gobiernos sin origen democrático, por lo tanto ilegítimos y de talante dictatoriales.
Los pilares que sostienen esa doctrina no han perdido vigencia y, seguramente, inspirados en su contenido algunos dignatarios se han atrevido a formular cuestionamientos a la participación de reconocidos y probados dictadores en esas cumbres que deben ser libradas de la contaminación que propagan esos reprochables personajes.
Veamos algunos capítulos que guardan relación con esta temática:
El día 16 de febrero de 2018 el dictador Nicolas Maduro ofrecía desafiantes declaraciones a los medios de prensa con alcance internacional, asegurando, en términos y tono jactancioso, que iría a la Cumbre de Lima «llueva o truene».
La verdad es que llovieron y tronaron muchos cuestionamientos que dejaron ver que el sucesor de Chávez no era bienvenido en Perú y, en consecuencia, vio frustrada su terquedad de aparecerse en un convite para el que no tenía tarjeta de invitación. Fue así como la Cumbre de Las Américas se consumó plenamente con la ausencia de ese funesto mandón.
El guion se repitió en la antesala de los preparativos de la Cumbre de Las Américas prevista entre los días 6 y 10 de junio de 2022, esta vez teniendo como escenario la ciudad de Los Ángeles de los Estados Unidos de Norte América.
El coordinador de dicha cumbre, Kevin O’Reilly, lo advertía de forma tajante a través de los medios comunicacionales: «Para EE.UU. Nicolás Maduro es un presidente ilegitimo, por lo que no le será expedida tarjeta de invitación para participar en dicha cumbre».
Lo mismo refirió cuando citó a Daniel Ortega, un opresor que incrementa de forma aberrante la tiranía en Nicaragua: «No pisará, por el momento, Estados Unidos», declaró, enfático, el vocero del gobierno del presidente Joe Biden. La premisa que se defendió y finalmente sirvió para ratificar la renuencia a tramitar esas credenciales para asistir a la IX Cumbre de Las Américas, fue que, tales dictadores son violadores contumaces de los derechos humanos en Venezuela, Cuba y Nicaragua.
El portavoz de Washington argumentaba que la administración de EE.UU. «no tiene interés en darle voz a quienes no ofrecen la misma oportunidad a los opositores de sus países». Si desmenuzamos lo dicho por Alberto Núñez Feijóo y lo cotejamos con esa aseveración puesta de manifiesto por Mr. Kevin O’Reilly, encontraremos una plena coincidencia.
Recientemente se cruzaron declaraciones de ese mismo tenor en la antesala de la instalación de la Cumbre Iberoamericana celebrada en la República Dominicana el pasado 25 de marzo, a la que pretendía presentarse el déspota tutelado por los hermanos Castro. Finalmente el dictador Maduro se excusó mediante un «falso positivo» de padecer de COVID-19. La verdad fue que es «el virus del miedo» a ser detenido fuera del territorio venezolano lo que paraliza y turba a Maduro.
Algún acucioso lector estará pensando, mientras repasa esta crónica, en aquella no menos memorable Cumbre de Teherán protagonizada por Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Yosef Stalin, una reunión que tuvo lugar entre el 28 de noviembre y el 1 de diciembre de 1943, encuentro que precedió a las cumbres de Yalta y Potsdam en 1945.
La Cumbre de Teherán tenía como finalidad confirmar y perfeccionar acuerdos de los llamados aliados dispuestos a defender una tesis compartida en la Segunda Guerra Mundial.
¿Por qué estaba ahí el dictador Stalin? La respuesta la dieron, muchísimas veces, tanto Roosevelt como Churchill justificando esa trilogía como la base esencial para derrotar al monstruo de Adolf Hitler.
Stalin aceptó, pero a un precio consistente en recibir a cambio respaldo a su autoridad y a los partisanos en Yugoslavia. Otra recompensa la representaba su requerimiento de tolerar la alteración de la frontera entre Polonia y la URSS.
Todas esas concesiones fueron transigidas por Churchill y Roosevelt que tenían sus mentes ocupadas en aspectos mucho más trascendentales como la ejecución de la operación Overlord y la guerra política.
Antes del periodo abarcado por los sucesos de la Segunda Guerra Mundial se llevaron a efecto otros acuerdos, como los de Múnich, suscritos la noche del 30 de septiembre de 1938 por los lideres de los gobiernos de Francia, Italia, Alemania y Reino Unido, con la finalidad de enderezar la Crisis de Los Sudetes (alemanes étnicos que vivían en Bohemia, Moravia y Silesia oriental, donde componían la mayor parte de la población).
19 años antes (el 28 de junio de 1919) representantes de más de 50 países firman el Tratado de Versalles para buscar el finiquito de la Primera Guerra Mundial y evitar, de cara al futuro, otros lances militares emprendidos desde Alemania. Esos acuerdos fueron desconocidos por Hitler el 16 de marzo de 1935 mediante la configuración de la Wehrmacht (Fuerzas Armadas Alemanas).
Por lo antes rememorado es posible comprender que en el transcurso del tiempo se han realizado las más variadas cumbres en las que se hacen sentir los exponentes del autoritarismo con su facha inconfundible de la engañifa, que les sirve para confundir y ocupar escenarios valiéndose de su inagotable arsenal de charlatanerías, pregonando sobre la libertad, cuando en sus países prevalecen esquemas y códigos que penalizan los derechos humanos.
Esos arrestos los ponían de manifiesto Benito Mussolini, Sadam Husein, Fidel Castro, Vladimir Putin, Hugo Chávez Frías y muchos otros prototipos del comunismo, populismo, fascismo o fanatismos dictatoriales.
Fue en una Cumbre de la ONU, en Nueva York, en la que Vladimir Putin y Hugo Chávez sostuvieron una primera reunión pública en el año 2000; desde ahí, se desparramaron los acuerdos de cooperación en materia militar. La cosecha fue prolija, ya que para el 2010 se contaban más de 40 acuerdos de cooperación sellados, según detalla el sitio web de la embajada rusa en Caracas.
Con la muerte de Chávez, Nicolás Maduro prosiguió con esa afinidad para «seguir profundizando la cooperación estratégica». A principios de 2021 se firmaron nuevos acuerdos entre Moscú y Caracas. En total fueron 12 relacionados a economía, energía, salud y por supuesto al campo militar. Esto ocurrió durante una visita a la capital venezolana del viceprimer ministro ruso, Yuri Borísov.
«Creo que esta reunión ha sido una de las mejores, la mejor reunión de la comisión de alto nivel Rusia-Venezuela», dijo Maduro para quien también su entente con los mandatarios de China, Irán, Turquía «esta mejor que nunca».
- Antonio Ledezma es el alcalde legítimo de Caracas y está exiliado en España.