La diplomacia de Lula: adaptarse o morir
El mundo han cambiado, lo que obliga a Lula a una difícil reinvención
¿Se da cuenta Lula da Silva de que las cosas han cambiado? El presidente brasileño asumió de nuevo el poder en enero de este año sin ocultar su deseo de reinsertar a su país en las grandes ligas de la geopolítica mundial, tal como lo hizo en su primera administración (2003-2010). Pero ahora el escenario es más difícil y el plan del mandatario está encontrando resistencias en múltiples frentes, sin que hasta ahora muestre capacidad para adaptarse a una desafiante nueva realidad.
Despojado del radicalismo que le había impedido acceder a la presidencia en tres elecciones consecutivas desde 1989, en 2002 Lula consiguió por fin el triunfo. Llegaba al poder rodeado de un aura casi mágica: la historia del joven que venció a la pobreza, se convirtió en líder sindical y se puso a la cabeza del Partido de los Trabajadores resultaba tan inspiradora como el buen momento por el que atravesaba Brasil gracias a la consolidación democrática y la disciplina fiscal introducida por su predecesor, Fernando Henrique Cardoso.
Lula arribó al poder en 2003 rodeado de optimismo. Ese mismo año, el banco de inversiones Goldman Sachs publicó el Documento sobre la Economía Global N°69: «Soñando con los BRICs: el camino hacia 2050». El informe seguía la línea del elaborado en 2001 por el economista Jim O´Neill, jefe de estudios del banco, donde proyectaba un futuro esplendor para Brasil, Rusia, India y China (los países BRIC).
Aquellas predicciones
Los autores de «Soñando con los BRIC» auguraban que el PIB brasileño crecería en promedio 3,6 % anual en las próximas cinco décadas, y que la economía brasileña superaría en tamaño a Italia en 2025, Francia en 2031 y Alemania en 2036.
Las cosas fueron tan bien, que en 2009 la revista The Economist publicó una famosa portada que mostraba al icónico Cristo Redentor sobre el cerro Corcovado en Río de Janeiro siendo eyectado como un cohete hacia el desarrollo. «Brasil despega», se leía en el titular. El semanario afirmaba que las proyecciones de Goldman Sachs se habían quedado cortas: Brasil dejaría atrás a Francia en antes de 2020.
Lula recorría el mundo como una celebridad y Barack Obama lo alababa como «el político más popular del mundo»
Lula recorría el mundo como una celebridad y Barack Obama lo alababa como «el político más popular del mundo». Actuaba como un líder global: pedía un asiento para su país en el Consejo de Seguridad de la ONU, conseguía la sede del Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, se codeaba con la élite global, dominaba la geopolítica sudamericana y protagonizaba el lanzamiento de la Unasur en 2008 y la Celac en 2010 (consiguiendo en ambos casos marginar a la OEA y la presencia de EE. UU. en la región).
A nivel doméstico, Lula era popular gracias a sus planes sociales que ampliaron la clase media y beneficiaron a los más desfavorecidos. Era tan poderoso, que designó él mismo a su sucesora, Dilma Rousseff, y consiguió que saliera electa.
El panorama es muy distinto hoy. Brasil y el mundo han cambiado, lo que obliga a Lula a una difícil reinvención.
Brasil ya no es el mismo
Brasil ya no es el mismo. El país vivió una década para el olvido después del gobierno de Lula. La economía se estancó luego del término del superciclo de precios de las materias primas, crecieron el descontento social y la violencia criminal, Rousseff fue depuesta por falsear datos oficiales. The Economist cambió su portada: en 2013 se preguntaba si Brasil «lo ha echado a perder», mientras que en 2016 hablaba directamente de «la traición a Brasil». Como respuesta ante la decadencia, surgió el liderazgo populista de Jair Bolsonaro, quien usó un discurso divisivo para prometer que limpiaría el pantano.
En el Congreso, el bolsonarismo es mayoría
Lula ganó de manera apretada la elección presidencial del año pasado, evidencia de una sociedad polarizada. En el Congreso, el bolsonarismo es mayoría. Al revés de lo que pasó a principios de siglo, esta vez no hubo luna de miel con la opinión pública, que solo le entrega un apoyo de 37 % en las encuestas, lo que contrasta con el 43 % y el 47 % que tenía en similares períodos de su primer y segundo gobiernos.
La corrupción
Tampoco posee la misma autoridad que antes. Su prestigio se vio manchado por los escándalos de corrupción que salieron a la luz durante el mandato de Rousseff. La gigantesca maquinaria de influencias y negocios turbios afectó al sistema político entero, pero golpeó con especial fuerza al Partido de los Trabajadores y a su figura principal.
El caso «Lava Jato» destapó una olla de podredumbre que salpicó directamente a Lula, quien fue a parar a la cárcel en 2016, incapaz de explicar la procedencia de bienes como el departamento tríplex de 215 metros cuadrados en el balneario de Guarujá, cuyas llaves fueron entregadas a Lula personalmente por Léo Pinheiro, el presidente de la constructora OAS, condenado a su vez por obtener contratos con la estatal Petrobras a cambio de sobornos.
Para muchos brasileños, Lula es hoy sinónimo de corrupción e impunidad, al igual que el Partido de los Trabajadores
Aunque logró zafar de las diez acusaciones en su contra y salió libre en 2019 debido a cuestiones procesales, el prestigio personal de Lula se vio severamente afectado. Nunca más volvió a ser el líder indiscutido que hablaba a los brasileños desde la superioridad moral de una trayectoria impecable en defensa de los menesterosos. Al revés, para muchos brasileños, Lula es hoy sinónimo de corrupción e impunidad, al igual que el Partido de los Trabajadores.
Pérdida de poder
El golpe sufrido se traduce hoy en una pérdida de poder. El nulo resultado de sus recientes críticas al presidente del Banco Central para que este organismo baje las tasas de interés es una evidencia de las nuevas condiciones que enfrenta. Lo único que consiguió fue acrecentar la desconfianza del mercado hacia su liderazgo y dejar en evidencia que ahora no le resulta posible mandar como antaño.
Pese a que se casó por tercera vez en mayo (ha enviudado en dos ocasiones) y le gusta repetir que siente la fuerza de un joven de 30 años y la virilidad de uno de 20, Lula ya tiene 76 años. Su manera de entender y encarar la realidad ya ha sido establecida y difícilmente se verá alterada. Lo que ha cambiado son las circunstancias, y parece que al presidente brasileño le está costando adaptarse.
Política exterior
Quizás donde más se nota esto es en política exterior. Lula prometió romper el aislamiento internacional que padeció su antecesor, objetivo que ha logrado con largueza. Visitó a Xi Jinping y Joe Biden, recibió a Ursula von der Leyen y participó como invitado en la cumbre del G-7 en Hiroshima. Brasil ha recuperado parte del protagonismo que le estuvo vedado mientras Bolsonaro ocupó el Palacio de Planalto.
La postura de Brasil frente a la guerra en Ucrania siembra dudas respecto de su posicionamiento internacional
Sin embargo, tal como ocurrió durante su primer mandato, Lula ha tenido algunas actitudes desconcertantes. La postura de Brasil frente a la guerra en Ucrania siembra dudas respecto de su posicionamiento internacional, cuestión que se hizo notoria en la última cumbre Celac-UE, celebrada esta semana en Bruselas.
El fallido intento por ejercer un rol mediador en aquel conflicto, la visita a Brasilia de Sergei Lavrov, el ministro de Relaciones Exteriores ruso, declaraciones de Lula sobre el afán de Estados Unidos de alargar la guerra entregando armas a Ucrania, ratifican que Lula y su principal asesor en temas globales, Celso Amorim, repiten una actitud que ya tuvieron en el pasado, cuando Brasil sorprendió ingratamente al tratar de facilitar un acuerdo nuclear con Irán. Como se dijo, cambia el entorno, pero no se actualiza la manera de pensar y actuar.
El auge de China y su cada vez más intensa rivalidad con Estados Unidos (y también, en menor medida, con Europa) deja menos espacio para el despliegue diplomático brasileño, pues le obliga a definirse y tomar posición en torno a la guerra fría entre ambas superpotencias. Lula parece descolocado ante esa emergente tesitura geopolítica.
Sudamérica
Las dificultades de la política exterior de Da Silva han quedado de manifiesto también en América del Sur, una región a la cual antes controló sin grandes dificultades. Su intento por relanzar la Unasur encontró una gélida respuesta de algunos países como Uruguay y Chile, que aspiran a un enfoque integrador más pragmático y menos ideológico.
Definió las denuncias contra las violaciones a los derechos humanos en la Venezuela de Nicolás Maduro como «una construcción narrativa»
Lula causó escozor en varias cancillerías cuando definió las denuncias contra las violaciones a los derechos humanos en la Venezuela de Nicolás Maduro como «una construcción narrativa» de los enemigos del régimen bolivariano. Su falta de voluntad para condenar a Caracas y Managua ha abierto un flanco por el que han entrado otros líderes más jóvenes, como el chileno Gabriel Boric, que pretenden quitarle al presidente brasileño su antigua calidad de voz moral del continente sudamericano.
Aún queda tiempo para Lula, que apenas está comenzando su mandato como presidente. Los desafíos domésticos e internacionales que enfrenta son múltiples. Para remontarlos, deberá entender que la situación ha cambiado y que hoy no están dadas las condiciones para un liderazgo como el que exhibió en sus primeros gobiernos. Para Lula, la consigna debe ser adaptarse o morir.
- Juan Ignacio Brito es periodista, investigador del Centro Signos y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes en Santiago de Chile