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Luis Guillermo Echeverri Vélez
Luis Guillermo Echeverri VélezEl Debate en América

La Justicia colombiana y el cuatrienio de las vacas locas

Desde el palacio de Nariño, el gobernante que promovió un golpe de Estado en 2021, se victimiza bajo la paranoia inexistente que se parece cada vez más a un anuncio de autogolpe

Actualizada 04:30

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, durante una rueda de prensa en Bogotá

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, durante una rueda de prensa en BogotáEFE

Nadie de fuera va a venir a arreglar nuestros problemas. Sin duda no será el Sagrado Corazón de Jesús el que administrará este «quilombo» en que está convertida nuestra hermosa patria.

La Colombia que trabaja horadamente sin tener que robarle a nadie sabe bien que el progresismo revolucionario que encarna este Gobierno, liderado por Gustavo Petro, solo sabe destruir, no transforma ni construye nada bueno. Tan solo hay que mirar en los semáforos, lo que pasa en Venezuela.

Alguien, algún equipo de profesionales sensatos, valientes, coherentes y honorables tienen que unirse y tomar las riendas del deber ser de las cosas y del descontento y liderar a los que no podemos abandonar la tierra, el trabajo y las obligaciones.

El poder Ejecutivo lo tomó el nuevo M-19, una pila de tránsfugas aburguesados, entrampados en el demandante oficio de gobernar. Algo tan diametralmente diferente de hacer oposición violenta, populista y demagógica, que siempre degenera en el despotismo de toda autocracia convertida en tiranía ejerciendo terrorismo de Estado.

El poder Ejecutivo lo tomó el nuevo M-19, una pila de tránsfugas aburguesados

La legalidad sucumbió ante la impunidad y la ilegalidad otorgadas por el nobel, bendecidas por la iglesia y los ladrones de cuello blanco que ya habían vendido la constitución en Cuba y crearon el engendro inquisidor que representa la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

El poder Ejecutivo perdió el respaldo de la legalidad constitucional, al desconocer las leyes y la independencia de poderes.

Hoy a Colombia la representan ante el mundo personajes de valores trastocados, criminales y ángeles caídos ocultos tras la inmunidad diplomática de embajadas y entidades multilaterales.

La inseguridad en Colombia no tiene límite. La enfermiza irresponsabilidad del mamertismo, propio de comunistas de caviar, de resentidos y viciosos producto de la rebeldía de los 60, finalmente logró el desmonte e inhabilitación de las Fuerzas Armadas dejando el Estado de derecho sin un ápice de coercibilidad.

Los territorios están controlados por las grandes organizaciones criminales narcoterroristas

La presencia del Estado en las regiones está autosecuestrada, pues los territorios están controlados por las grandes organizaciones criminales narcoterroristas como las FARC-EP, ELN, el narcoindigenismo, y toda suerte de bandas y carteles delictivos.

Desde el palacio de Nariño, el gobernante que promovió un golpe de Estado en 2021, se victimiza bajo la paranoia inexistente que más se parece a un anuncio de autogolpe, acudiendo a la milicianización urbana y las movilizaciones populares como lo hacían Hitler y Mussolini.

Tanta alaraca mediática parece una clara demostración de lo que puede pasarle a la mente humana bajo el efecto adictivo del poder combinado con la psicodelia propia de alcalinos alucinógenos.

Los congresistas o están comprometidos o no se comprometen. Y los partidos políticos adolecen de la capacidad de formar equipos unidos y ganadores en favor del desarrollo, pues se atomizaron y perdieron los valores éticos que mantenían sus estructuras en un vergonzoso bazar de avales e individuales conveniencias.

La sociedad civil desapareció, carece de unidad, porque ya no es un caballo de batalla de la izquierda internacional, que hoy se siente bien representada con el populismo en el poder. Y los gremios productivos no están en manos de los dolientes que pagan nómina, sino de prudentes exfuncionarios políticamente correctos, indiferentes e indeterminados.

Se perdió el gobierno corporativo en lo público y en las burocracias privadas igualmente. Sin las debidas políticas de sucesión y las descripciones de los trabajos adecuadas, seguiremos siendo víctimas de la mediocridad y las roscas del clientelismo partidista, y nunca tendremos una meritocracia pública, un liderazgo dirigencial efectivo y eficiente, ni una estructura que le dé continuidad a los verdaderos intereses nacionales.

Los egos y las disputas de los grandes nos tienen maniatados y no hay un relevo generacional decidido a hacer la purga ética e ideológica fundamentada en la competencia y la idoneidad, legislativa en el Congreso, técnica en los partidos, jurídica en las Cortes, y mucho menos, a someter a una dieta adelgazante que exija méritos a las burocracias administrativas que el país demanda.

El narcocomunismo y sus cúpulas representan el centralismo llevado a su máxima expresión y este país tienen que empezar algún día a valorar, a respetar y a apalancarse en la rica diversidad de las regiones.

A Colombia solo le queda la justicia para contener el caos al que navega el barco de nuestra anárquica democracia conducida por un tirano degenerado y psicópata que miente por sistema y todo lo tergiversa. Sin embarco aún no está claro que las cortes se quieran sacrificar a manos de quienes fueron los verdugos de sus predecesores en la quema física de su palacio a manos del M-19 y la mafia en 1985, hoy representados por el nuevo narcoterrorismo que ostenta el poder en Colombia.

Esto huele a la receta esclavizante de una nueva casta cleptocrática y un neo-narco-estalinismo disfrazado de progresismo democrático. Entre tanto la nación entera está siendo arrojada al patio de los leones donde medran toda suerte de organizaciones criminales.

Como vamos está el país abocado inevitablemente a una nueva forma de confrontación civil obligada por la supervivencia individual ante la ausencia del Estado a cuenta de un gobierno que favorece al delincuente y oprime al ciudadano.

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