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José Vales
AnálisisJosé ValesEl Debate en América

López Obrador o la reconstrucción del «monstruo» de la «dictadura perfecta»

Podría llegarse a creer que en estos tiempos de múltiples señales de desvalorización de la democracia, el presidente mexicano considera que es un buen momento para volver a los viejos tiempos

Actualizada 04:30

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) Presidente de México

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) Presidente de MéxicoUlises Ruiz / AFP

Más allá de su devoción por León Tolstói, de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, se desconocen otros de sus gustos literarios. Pero a juzgar por lo visto en estos, los últimos meses de su sexenio, el hondureño Augusto Monterroso ostentaría un lugar de privilegio en su lista. No ya por la devoción en los microrrelatos, sino por el afán con el que, entre mañanera y mañanera, el mandatario le viene dedicando a la reconstrucción efectiva del «dinosaurio».

Una prueba de ello fue la multitudinaria manifestación que desbordó el Zócalo de ciudad de México en oposición a la decisión presidencial de «reestructurar» el Instituto Nacional Electoral (INE), un organismo que a los mexicanos les costó décadas de «sangre y sudor…». Las lágrimas se guardan para la violencia que no cesa (y para la Lupita, cuando toca). Así, de puro «chingones».

La media de 90 asesinatos diarios se mantiene desde hace varios lustros y los más de cien mil desaparecidos, sin rastros ni resultados desde el Estado, así lo exige.

A tamaño esfuerzo por reducir el INE a su mínima expresión, quitarle autonomía y dejarlo bajo la esfera de la Secretaría de Gobernación, se le plantó una protesta semejante. A la altura de las circunstancias. Una suerte de parte aguas en la campaña electoral.

Ni los esfuerzos oficiales por obstaculizar el éxito de la tercera manifestación en defensa del INE en menos de un año pudieron impedir que el evento llegue a marcar un punto de inflexión en la campaña electoral, con vistas a las elecciones de próximo 2 de junio.

Aupado en las encuestas, AMLO avanza en su proyecto de las 4T (la cuarta transformación) y su plan para construir un poder transexenal que termine por devolverle al país lo más parecido a un régimen de partido único, como el que reinó en buena parte del siglo XX.

En algunos de los sondeos, la ventaja de la pupila presidencial, Claudia Sheinbaum (Morena), es un dato que para los observadores más agudos de la realidad mexicana, no encuentra traducción en los hechos. Mucho más, luego del «reacomodamiento» en las filas opositoras de la campaña de Xóchitl Gálvez y las filtraciones que comienzan a averiar ese acorazado del relato que el presidente timonea cada mañana.

«La marea rosa», como se dio en llamar a la protesta, fue calificada desde el gobierno como un acto proselitista de la oposición. Pero ni los motivos ni las consignas allí escuchadas ayudaron a fortalecer esa tesis. El avance sobre el INE es concreto y varias investigaciones periodísticas en curso sobre el presunto financiamiento de la primera campaña presidencial de AMLO en el 2006 confluyeron al tiempo para calentar la campaña. Una campaña que tiene al presidente como el principal protagonista. Al punto de opacar a la candidata favorita hasta límites desconocidos a lo largo de los procesos electorales mexicanos.

«AMLO no aparece solo como presidente, sino como jefe de campaña y hasta, por momentos, se olvida que él no postula. Al punto de quitarle a la candidata elementos para contender», resalta el analista Ariel González.

Esa multitudinaria protesta se reprodujo al tiempo en varias ciudades del país. En un Zócalo acorazado como para una guerra que solo anida en el relato oficial, con las campanas de la catedral tratando de interrumpir el discurso del único orador, Lorenzo Córdova, expresidente del INE, brindó la evidencia que los planes de López Obrador, al menos, no serán de fácil realización.

Acabar con el reaseguro democrático

En la prehistoria del INE, el IFE (Instituto Federal Electoral) fue creado en 1990, como resultado de la pelea por la democracia que vastos sectores de la sociedad iniciaron tras los fraudulentos comicios que habían ungido en la presidencia a Carlos Salinas de Gortari, en 1988.

Aquella ofensiva fue liderada por la Corriente Democrática (luego convertido en PRD), un desprendimiento del PRI, que lideraban Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Heberto Castillo, y a la que se sumaría un joven López Obrador desde Tabasco.

Por entonces, el IFE fue visto como un hito en el largo camino para terminar con «la dictadura perfecta», como por entonces muchos caracterizaban al PRI (entre otros Mario Vargas Llosa). Con el tiempo terminaría siendo la herramienta, el órgano sagrado, que garantizaría la llegada al poder a los sectores de la oposición. Incluso, el propio AMLO.

Podría llegarse a creer que en estos tiempos de múltiples señales de desvalorización de la democracia, el presidente mexicano considera que es un buen momento para volver a los viejos tiempos y, de paso, dejar afuera a las minorías parlamentarias. Para ello, alcanzaría con acabar con el reaseguro democrático que representa esa institución. Solo basta analizar la impronta populista con la que el mandatario recorrió estos años el poder, para darse cuenta de que el presidente posee un alto porcentaje de priismo en sangre.

«Y tu mamá también»

A poco más de 9 meses de terminar su gobierno, la colección de casos de corrupción crece, al ritmo de los asesinatos sin resolver. La crisis de seguridad, que en sus comienzos allá en 2018 había prometido resolver, se agravó. Si a los pocos meses de ocupar la Residencia de Los Pinos, el 49 % de los mexicanos cuestionaba la situación de inseguridad, ese porcentaje, hoy, llega al 71 % según encuestas publicadas recientemente.

Y hablar de inseguridad en México es hablar de la narcoviolencia. La madre de todos los males que le llueven al país desde hace varios lustros. Ese flagelo que atraviesa a la sociedad, permeó a las fuerzas del orden y se cuela cada vez más en las distintas esferas del Estado. Precisamente en el narco radica el talón de Aquiles de AMLO. Una política errática, por momentos, de inexplicable relajación, en otros (como cuando calificó a los narcos de «seres humanos»), no solo genera cada vez más dudas en un sector del electorado, sino también que le abre las puertas a las sospechas y al trabajo de la investigación periodística.

El caso más reciente es el de ProPublica, de Estados Unidos, donde el periodista Tim Golden presentó unos testimonios sobre los presuntos aportes del narcotráfico a la campaña de López Obrador. La reacción presidencial no se hizo esperar. Embistió contra el periodista, al que acusó de «calumniador», como también atacó a The New York Times, por un cuestionario con preguntas sobre otra investigación al respecto que el matutino viene elaborando.

Todas respuestas extraídas del compendio que la casa matriz del populismo posmoderno distribuye en sus franquiciados (llámense Correa, Kirchner o Maduro), cuando arrecian las evidencias en contra. Con la agravante de que en México a los periodistas se los mata. Desde el 2000 a la actualidad, 160 trabajadores de la prensa fueron asesinados, mientras el poder mira hacia la nada.

Desmentidas y calificativos para la prensa aparecen por doquier, pero las soluciones para el principal problema que sacude a los mexicanos no llegan. Lejos de combatir al narco, las fuerzas armadas, que con AMLO recuperaron el poder económico y la impronta de la era de los generales presidentes, ven crecer su presupuesto y sus funciones. Ahora, el presidente los convocó a dedicarse al mantenimiento de carreteras. Cualquier similitud con aquellas decisiones de Hugo Chávez, poniendo al ejército a organizar mercados, no parece pura coincidencia.

A pesar del esfuerzo presidencial por encapsular esa publicación o las que puedan venir al respecto, el tema ya se metió en la campaña. No solo porque la multitud que colmó el zócalo capitalino coreó con insistencia el latiguillo de «narcopresidente», sino porque las evidencias o las muertes sospechosas son balas que cada vez pican más cerca del poder.

Para muestra, ahí están las múltiples evidencias de gobernadores y funcionarios de distinto rango como miembros de los Carteles, además de las víctimas que también la política viene aportando.

Durante la primera semana de febrero, los asesinatos de Juan Pérez Guardado y Jorge Antonio Monreal Martínez, primo y sobrino, respectivamente, del gobernador de Zacatecas, David Monreal, aparecen como una demostración más del nivel de penetración del narco.

Monreal es hermano del senador Ricardo Monreal, quien en el arranque de la campaña se había anotado en la carrera para la presidencia por Morena.

De todo esto, se desprende que el tema no abandonará la agenda mañanera del presidente. Al menos de aquí hasta las elecciones del 2 de junio. Unos comicios que, más allá de las encuestas de un lado y el otro, podrían ser el fiel reflejo de esa grieta manifiesta que divide a la sociedad. Otra receta, calcada de la casa matriz del populismo, pero sazonada con dosis de priismo como le gusta al intérprete local, López Obrador.

Un presidente obligado a irse, pero decidido a conservar el poder durante el que será el primer gobierno de una mujer en la historia del país. Para ello, por ahora no encuentra mejor camino que revalorizar a Tito Monterroso y hacer lo posible y (por qué no) lo imposible para que el «dinosaurio» esté allí, si es que la sociedad termina por dejarlo despertar.

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