Barry Sussman (1934-2022)
El discreto editor de las exclusivas sobre el Watergate
Controló la solvencia de las informaciones de Woodward y Bernstein hasta que fue marginado
Barry Sussman
Empezó su carrera periodística en un pequeño diario de Virginia y Tennessee antes de fichar por el Washington Post en 1964, donde permaneció 23 años y supervisó el primer año de revelaciones sobre el escándalo Watergate.
Fue Barry Sussman, en su condición de redactor jefe de información local de The Washington Post, quien sacó de la cama al joven reportero Bob Woodward a primera hora del sábado 17 de junio de 1972, día en que libraba, para decirle que tenía que cubrir un robo que se había producido en la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, sita en uno de los edificios del complejo Watergate de Washington. Inmediatamente se unió a Woodward un reportero destinado en la sección Virginia, Carl Bernstein.
El primer artículo escrito por el dúo bajo el control de Sussman gustó tanto que el redactor jefe del «Post» ordenó su publicación en portada al día siguiente. Así empezó el legendario culebrón que desembocaría en la dimisión, el 9 de agosto de 1974, del entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon. Sussman pilotó el primer año de la investigación, controlando la solvencia de las informaciones y el ritmo de las publicaciones. «Sussman –escriben Woodward y Bernstein en Todos los hombres del Presidente– tenía una gran habilidad para poner en claro los hechos y archivarlos en su memoria, donde se quedaban hasta que era necesario recordarlos (…). Cuando se aproximaba la hora del cierre y no había material disponible, podía cocer esos datos en rápida infusión y sacar de ellos una información significativa».
Así fue hasta que perdió el control del proceso, que pasó, dadas las proporciones que iba adquiriendo, a la sección nacional y, sobre todo, a la cúpula del periódico, encabezada por un director, Ben Bradlee, propenso al protagonismo. Sussman sobraba.
En la consiguiente marginación hunde sus raíces la irremisible amargura de Sussman, al que le hubiera gustado ser el tercer autor del famoso libro y disfrutar de una mayor porción de reconocimiento. Lo intentó, sin mucho éxito, al publicar su propio ensayo, riguroso, The Great Coverup: Nixon and the scandal of Watergate, que no hizo ninguna sombra al de Woodward y Bernstein.
Estos últimos se han apresurado estos últimos días a expresar su gratitud hacia quien fuera su jefe directo. Pero la reconciliación se tornó imposible: cuando en 2006, la periodista Alicia C. Shepard entrevistó a Sussman para su biografía conjunta de Woodward y Bernstein, el antiguo redactor jefe se mostró tajante: «No tengo nada bueno que decir de ninguno de los dos».
Menos mal que su carrera trascendió la investigación del famoso escándalo. En el Post pasó de la sección local a una nueva, que él fundó, centrada en las encuestas de opinión que dirigió hasta 1987, año en que abandonó la cabecera para hacerse cargo de la información nacional en la United Press, con autoridad sobre 800 periodistas. Fue su última experiencia en una redacción. Las últimas tres décadas de su vida las dedicó a ejercer de consultante estratégico para diversos medios.