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Víctor Manuel de Saboya

Víctor Manuel de SaboyaGTRES

S.A.R. El Príncipe de Nápoles (1937-2024)

Atribulado heredero de la Corona de Italia

Víctor Manuel de Saboya nunca supo estar a la altura de las circunstancias que la historia le tenía reservadas: su vida fue un rosario de escándalos, ya estuvieran estos caracterizados por implicaciones penales o comportamientos indignos

Víctor Manuel de Saboya

Víctor Manuel de Saboya

Nació el 12 de febrero de 1937 en Nápoles y falleció el 3 de febrero de 2024 en Ginebra, su lugar de residencia desde 1946, año en el que se exilió.

Como intermediario del sector armamentístico su nombre estuvo siempre asociado a la polémica; como jefe de la Casa Real de Italia, más de lo mismo.

Una interlocutora de total confianza del autor de estas líneas recordaba como si fuera ayer a Víctor Manuel de Saboya, único hijo varón y heredero de Humberto II, último Rey de Italia, negociando compraventas de armas por los pasillos del Hotel Hilton de Teherán a principios de los años setenta. Era el corazón de su actividad profesional –que le permitió amasar una fortuna propia al margen de lo heredado de sus padres– y causa de la primera investigación judicial a la que fue sometido, finalmente sobreseída por muy poco.

Lo mismo ocurrió con la siguiente que, sin embargo, le supuso un desprestigio planetario del que nunca logró reponerse: en pleno mes de agosto de 1978, resolvió con unos disparos al aire la desaparición de su lancha zodiac atracada en el puerto corso de Cavallo, donde tenía su residencia veraniega. Las balas alcanzaron a un joven turista alemán, Dirk Hammer, completamente ajeno a la reyerta que no sobrevivió a sus heridas. Al final, en 1991, el Príncipe, ante la insuficiencia de pruebas, fue absuelto del cargo de homicidio voluntario por los tribunales franceses y condenado a seis meses de libertad condicional por llevar un arma de fuego «fuera del domicilio».

También su nombre apareció en la lista de miembros de la logia masónica P2 –número de carnet 1621–, que desestabilizó durante años la vida pública de Italia, pues su forzado exilio nunca fue óbice para que mantuviese vínculos empresariales con determinados compatriotas, y no precisamente los más honorables. Tanto es así que en 2006 pasó unos días en prisión preventiva en una cárcel italiana –posteriormente convertidos en arresto domiciliario en Roma– por su asociación con una trama delictiva: fue imputado por corrupción, soborno, juego, falsificación y explotación de la prostitución.

De nuevo, el sumario fue archivado –«il fatto non sussiste», según concluyeron los magistrados–. Bien es cierto que años después el Príncipe de Nápoles después 40.000 euros en concepto de resarcimiento por el tiempo pasado entre barrotes; más el episodio deja claro con qué tipo de personas se relacionaba. A este historial se suman episodios bochornosos como el bofetón que, encontrándose en estado de embriaguez, propinó a su primo y rival dinástico el Duque de Aosta en la fiesta posterior al matrimonio de los entonces Príncipes de Asturias, celebrada en Zarzuela. «Nunca más», sentenció Don Juan Carlos, poniendo fin a una amistad de mas d de medio siglo.

Demasiados antecedentes, pues, como para que su regreso a su país natal, una vez derogada la disposición constitucional que prohibía pisar territorio italiano a los «descendientes varones» de los reyes de la dinastía de Saboya, transcurriese en medio de una mezcla de frialdad e indiferencia, tanto en el establishment como entre los ciudadanos de a pie. Con una notable excepción: la controvertida princesa romana Etelvina Pallavicini montó una «contrafiesta» en su palacio para deslucir el evento organizado en la capital por un puñado de fieles en honor de los Príncipes de Nápoles.

Todo, sin embargo, había empezado bajo los mejores augurios para Víctor Manuel de Saboya: cuando vino al mundo, Víctor Manuel de Saboya, gozaba del mejor entramado de parentescos de la época, pues además de ser el heredero de su trono, era el sobrino carnal -por vía paterna- del Zar Boris III de los Búlgaros –padre de Simeón II– mientras que por vía materna lo era de Leopoldo III de los Belgas, padre de Balduino y Alberto II. Fue, por lo tanto, primo hermano de tres reyes reinantes. Se le atribuyó a Víctor Manuel el Principado de Nápoles, como su abuelo antes de ser proclamado Rey, mientras que su padre lo era de Piamonte, al igual que su abuelo Humberto I. Una originalidad de los Saboya para atribuir de forma alternativa la denominación del título de los herederos entre el norte y el sur de Italia.

Sus primeros años transcurrieron en el país sobre el que estaba destinado a reinar hasta que un discutible referéndum instauró la República, obligando al destierro de Humberto II y los suyos. Pero mientras su padre y sus hermanas las Princesas María Pía, María Gabriela y María Beatriz permanecieron en Portugal con su padre, el Príncipe de Nápoles partió hacia Suiza. El matrimonio de conveniencia contraído por los Reyes Humberto y María José había hecho aguas desde hacía tiempo.

Y ese distanciamiento geográfico entre padre e hijo fue clave en el posterior desencuentro entre ambos al aflorar la cuestión del matrimonio de Víctor Manuel de Saboya: su padre abogaba por una unión dinástica, entre iguales, él estaba dispuesto a casarse según su criterio. La elegida fue Marina Ricolfi Doria, nada que ver con la famosa familia genovesa, hija de un industrial suizo y campeona de esquí náutico. Al describirle su padre por carta de las consecuencias de su matrimonio desigual, el Príncipe ignoró la advertencia y se casó con su novia en una parroquia católica de Teherán, sabiéndose protegido que estaba por el Sha.

Era 1971 y al año siguiente nació el único hijo de la pareja, Emanuele Filiberto. Humberto II acudió a su bautizo, si bien le concedió el título de Príncipe de Venecia, dando a entender que no era del todo heredero de los derechos dinásticos. Pero tampoco hizo un gesto nítido a favor de Amadeo de Aosta. Es el origen de la ambigüedad de la actual disputa dinástica italiana, en la que Víctor Manuel obtuvo una victoria judicial sobre su primo, al conseguir que la Justicia italiana le prohibiese usar el apellido Saboya a secas.

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