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En defensa de las Humanidades

La ley Celaá supone un nuevo hachazo a las Humanidades

Actualizada 09:03

Los profesores de lenguas clásicas y los de filosofía están que trinan. Tienen toda la razón y merecen todo nuestro apoyo. La estructura de las enseñanzas medias que ha presentado el Ministerio de Educación, en aplicación de la ley Celaá, supone un nuevo hachazo a las Humanidades. El responsable de este «modelo» de educación secundaria ha justificado esta marginación con el peregrino argumento de que «no hay cabida para todo». ¡Como si un plan de estudios fuera una especie de «camarote de los hermanos Marx»!

Desdichadamente hay que entonar el réquiem a los estudios clásicos. El plan presentado los conduce a la extinción. Un bachiller, a quien se le otorga el título en «Humanidades y Ciencias Sociales», puede transcurrir sus seis años de educación secundaria sin haberse asomado a la Cultura Clásica, al Latín y al Griego. Es un auténtico sarcasmo. En todos los cursos en que se ofrecen tienen el carácter de materias optativas o a elegir. Y en la nueva modalidad –llamada «Bachillerato general»–, una especie de bachillerato light, por supuesto a los estudios clásicos no se les ve ni en pintura.

Lo digo con profunda amargura e indignación: se trata de una auténtica cancelación de las raíces de toda la cultura europea en la formación de los españoles del futuro. En el Dictamen sobre «la enseñanza de las humanidades en la educación secundaria» (1998), elaborado por una prestigiosa Comisión presidida por el exministro Ortega y Díaz-Ambrona, se afirmaba: «Antes de finalizar la educación común y obligatoria sería altamente conveniente que la inmensa mayoría de los alumnos recibieran enseñanzas de cultura clásica… para dotarles de un conocimiento suficiente sobre la contribución del mundo clásico a la civilización occidental, en los ámbitos lingüístico, literario, artístico, filosófico, científico, etc., a fin de que puedan comprender mejor su propio mundo, fortaleciendo de ese modo su conciencia histórica y su capacidad crítica». Tan sabia recomendación es arrojada por la borda por los diseñadores de las nuevas enseñanzas medias. El daño va a ser inmenso, incalculable.

Celaá le entrega a Pilar Alegría la cartera de Educación

Celaá le entrega a Pilar Alegría la cartera de EducaciónMinisterio de Educación

Los profesores de filosofía también están apesadumbrados. El nuevo plan sustituye la Ética, como materia común para todos los escolares, por la «Educación en valores cívicos y éticos». Pero este cambio merece serios reparos y contiene altos riesgos. Como advertía el mencionado Dictamen, «la asignatura de Ética ha de tener una vertiente filosófica ineludible para educar en la autonomía y no adoctrinar. Adoctrinar significa transmitir valores de forma solapada, sin argumentación alguna, para conseguir que el alumno asuma sin percatarse un universo cerrado». Un universo, que, precisamente, es el que pretende imponer el poder. La dimensión ética es esencial en la identidad de la persona, ya que le permite descubrir y asumir el horizonte moral desde el que toma sus decisiones, con libertad responsable y con pensamiento crítico.

Una reciente investigación de EY Insights revela que el 72,8 % de los docentes españoles considera que «el pensamiento crítico» debe ser potenciado. Es el contenido en el que hay un mayor consenso sobre la necesidad de su reforzamiento. Si ello es imprescindible en cualquier sociedad, lo es más, si cabe, en aquella asentada en una democracia liberal.

Pero hay más. Los nuevos currículos, basados en el enfoque de las «competencias», muy mal digeridas por sus autores, producen un auténtico descalabro en materias humanísticas como la Historia o la Lengua y Literatura. Una historia a retazos y una literatura sin hilo conductor coherente generan confusión y empobrecimiento. Las Humanidades son saberes desinteresados, para «el enriquecimiento del espíritu». El nuevo enfoque será una piedra en la labor de los buenos profesores. Pero este grave asunto es merecedor de otra reflexión.

Unamuno afirmó que la «cultura de un país es lo que se aprende en el bachillerato» (ahora habría que decir en la «educación secundaria», ya que el exiguo bachillerato actual es casi un apéndice de esta etapa educativa). ¿Qué cultura propicia para el futuro de los españoles este maltrato a las Humanidades? Una cultura de la cancelación. Sin las tres colinas (Atenas, Roma y Jerusalén) nuestro paisaje se hará árido y desolador. Sin una potente educación humanística no es posible, sencillamente, la formación de personas libres y responsables, receptoras de nuestra herencia como civilización.

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