El PNV y el independentismo vinatero
Bajo su fachada flemática, encorbatada y perdonavidas es un partido que deja muchísimo que desear
Era machista hasta la caricatura: «La mujer es vana, superficial, egoísta. Tiene en grado sumo todas las debilidades de la naturaleza humana». Era racista: «La raza eusquérica es sustancialmente distinta a la española»; «el vizcaíno ha nacido señor, el español, lacayo y siervo»; «gran número de ellos –los españoles– parecen testimonio irrecusable de la teoría de Darwin, pues más que hombres semejan simios». Era un xenófobo declarado y estridente: «Con esta invasión maqueta llegó todo género de impiedad, inmoralidad, blasfemia…». Era contrario a la democracia y la libre participación: «En pueblos tan degenerados como el maqueto y el maquetizado el sufragio universal resulta un verdadero crimen, un suicidio». Era un completo orate. No hay por dónde cogerlo. Era el glorioso fundador del PNV: Sabino Arana, muerto en 1903 a los 38 años, víctima de una enfermedad degenerativa.
Arana, nacido en Bilbao en una acomodada familia carlista y castellanohablante, experimentó una conversión al nacionalismo al final del bachillerato, por la que pasó a declararse solo «vizcaíno» y ya no español. A partir de ahí aprendió vascuence, estudió su ortografía y la historia local y fue montando junto a su hermano Luis una inmensa empanada mítica, que incluye la invención de una bandera (la ikurriña), un himno vasco y el término «Euzkadi», que hoy repetimos como papanatas sin reparar en que es una invención tardía y artificial. El julio de 1895, esta mente preclara funda el Partido Nacionalista Vasco.
El PNV ha ido sofisticándose desde entonces. Viste de traje y corbata. Gasta buenos modales y sus prebostes y diputados hablan con un tono santurrón, que envuelven además en una pátina de presunta seriedad técnica. Hubo momentos en los que llegó incluso a ser saludado como «un partido con sentido de Estado». Paparruchas. La realidad es que el PNV concibe España solo como un zoco al que exprimir. El Partido domina todos los resquicios de la vida vasca con mano de hierro en guante de seda. Un tinglado clientelista casi único en Europa. Sin prisa pero sin pausa, trabaja sin tregua en la sagrada tarea de inculcar su credo nacionalista. Sueña con la independencia, pero la bicoca económica que disfruta el País Vasco en España es de tal calibre que no ven todavía el momento de dar el arreón final (amén de que el sentimiento independentista real en el País Vasco no llega al 30 %). Van de demócratas cristianos y de partido moderado de centro derecha. Pero el único principio que realmente respetan es el de «¿qué hay de lo mío?» (ahí están, sosteniendo encantados a un Gobierno de comunistas y socialistas, porque es débil y pasa por taquilla como ningún otro antes). Además, su comportamiento durante las décadas de sangre y fuego de ETA fue lamentable, con una equidistancia dolorosa (el árbol y las nueces de Arzalluz) y dejando tiradas a las víctimas.
Nunca he creído en la supuesta moderación del PNV. Me fatigan sus cansinas homilías anuales del Aberri Eguna y Aderdi Eguna, donde se dedican a poner a parir a España y a los españoles con una machacona queja victimista, en lugar de dar las gracias a sus compatriotas por aceptar un cupo que supone una escandalosa discriminación pecuniaria a su favor. Ahora, para no ser menos que un Bildu que se les está subiendo a la chapela, han ideado un nuevo agravio: ¡la independencia del vino de Rioja alavés! ¿Cómo pueden estar las uvas alavesas, vascas, puras e identitarias, mezcladas bajo una misma denominación de origen con las uvas cipayas de La Rioja y Navarra? Así que mandaron un recado al tío Pedro: o me apruebas una ley al respecto que permita independizar el vino de Rioja alavés, o te empiezo a tocar la zanfoña. No duden que, si insistiesen, el presidente más débil de nuestra democracia acabaría pasando por taquilla una vez más. Pero al final este nacionalismo vinatero era tan ridículo que retiraron la petición. Los vinateros alaveses, navarros y riojanos rechazaban tan necio invento, que nadie había solicitado.
Nacionalismo chiquitero. O cómo hacer oposiciones a ser cada día un poquito más insoportable.