Odón Elorza, retrato de una enfermedad moral
¿Qué extraño mecanismo puede llevar a una persona a simpatizar con los verdugos e insultar a quienes defienden a sus víctimas?
Odón Elorza, donostiarra de 66 años, tiene una biografía que por desgracia constituye ya un clásico en la política española: de profesión, sus cargos. Ni una nómina fuera de la teta pública. Se licenció en Derecho, pero jamás ejerció. A los 20 se afilió al PSE, que ha sido su medio de vida: concejal a los 24, diputado autonómico a los 29 y luego dos décadas como alcalde de San Sebastián. Cuando perdió las municipales, su empresa (el PSOE) lo recolocó como diputado en el Congreso, y hasta hoy.
Elorza fue un buen alcalde de San Sebastián. Lo cual no es difícil, por la prima presupuestaria de la que gozan las instituciones vascas, por el pequeño tamaño de la ciudad y por el tirón y deslumbrante hermosura de la urbe, para muchos la más bella de las capitales españolas (y no lo digo para pelotillear a mi mujer porque sea donostiarra, que también). Elorza hizo gala de un gusto urbanístico notable y llevó a cabo obras inteligentes que mejoraron la ciudad. Sin embargo, como político presentaba un talón de Aquiles: su galopante síndrome de Estocolmo ante ETA. Se pasó 20 años escoltado, vio morir a amigos y compañeros, baleados y despanzurrados por las bombas lapa del terrorismo, pero guardó siempre una circunspecta prudencia a la hora de evaluar esa barbarie desatada.
Odón siempre compadreó con el nacionalismo vasco, ante el que hacía gala de un evidente complejo de inferioridad, que comparte con muchos de sus correligionarios. Nunca mostró la gallardía debida para arropar con rotundidad a las víctimas. Él mismo ha reconocido muy tardíamente que le sobraron «silencios», que le faltó lo que él denomina eufemísticamente «coraje cívico» (traducción: fue bastante cobardón dialécticamente cuando ETA chantajeaba, acosaba y asesinaba a perfectos inocentes).
Este Odón mansurrón ante los etarras, siempre amable y comprensivo con Bildu, gasta sin embargo una furia polvorilla contra lo que llama siempre con desprecio «la derecha», o «la ultraderecha»; partidos perfectamente democráticos y defensores de la unidad de España, como PP, Vox y Ciudadanos. Este miércoles en el Congreso un diputado de Cs afeó el palanganeo del PSOE con Bildu. Un Elorza fuera de sí le dio réplica, clamando a voz en cuello que «ETA desapareció, ya no está aquí» y acusando a la oposición constitucionalista de «franquistas» y «golpistas de vocación».
Lo más triste y elocuente es que toda la bancada del PSOE aplaudía entusiasmada ante ese discurso pasado de rosca, empezando por el flemático ministro Bolaños. Jaleaban a un energúmeno que defendía a Bildu a grito pelado, que llamaba a sepultar en la amnesia los crímenes de ETA –cuando hay viudas, huérfanos y mutilados perfectamente vivos– y que agitaba el inefable comodín del franquismo, que sí es pretérito lejano.
Odón Elorza representa el síntoma histérico de una dolencia muy profunda: en el alma del PSOE anida una grave enfermedad moral. Se les ha averiado la brújula de la conciencia y no hay trazas de una pronta reparación.