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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Cayetana? Agua pasada

Es normal y comprensible que Cayetana haga ruido para promocionar su libro, pero la política va muy rápido y ella importa ya más bien poco

Actualizada 11:35

La política, contribuir al bien común participando en la actividad pública, es sobre el papel una de las más nobles actividades humanas. Luego, cuando toca pasar de las musas al teatro, muchas veces la cosa se empuerca por las refriegas partidarias y los sectarismos pasados de vueltas. El seno de los partidos semeja muchas veces una charca de pirañas, porque las ambiciones son enormes y en cambio el número de grandes puestos, pequeño. Como apuntaba con socarronería Andreotti, aquel cínico de sagacidad penetrante, en la vida hay amigos, adversarios, enemigos… y luego una categoría mucho más temible: los compañeros de partido. Nos guste o no, la única manera de que una formación funcione y gane elecciones pasa por un liderazgo fuerte y mínimo ruido en su cocina. Los electores arrugan la nariz ante los espectáculos de «saludable debate interno», pues con inteligencia los perciben como un síntoma de debilidad e ideas poco claras. El barullo invita a fugarse con la papeleta a otra marca.

Los partidos son además auténticas picadoras de carne. Las cunetas de la política están atestadas de futuros presidentes que se han quedado en el camino (¿quién nos iba a decir hace solo cuatro años que Albert Rivera, Iglesias Turrión y Soraya estarían ya prejubilados políticamente?). Cayetana Álvarez de Toledo, de 47 años, nunca llegó a primera espada, pero sí fue uno de esos personajes que en un momento dado suscitó atención y desató las expectativas de los tertulianos (aunque me temo que el gran público andaba en otros temas). Su principal y más loable aportación es que planteó una lucha frontal, clara y necesaria contra el nacionalismo, algo que se ha echado en falta muchas veces en el PP y que explica en buena medida el nacimiento de Vox. Es una excelente dialéctica, llena de energía y desparpajo. También se han ensalzado con reiteración su inteligencia, cosmopolitismo y excelente preparación académica, con un doctorado en Oxford incluido bajo la tutela del ilustre Elliott. Pero Cayetana arrastraba un problema de esos que en política te dejan cojo: su estilo afilado y su talante altivo dividían a los votantes de centro-derecha, unos la adoraban, pero a otros les resultaba bastante insoportable. Cuando hubo que refrendar su carisma en la prueba del algodón de las urnas llegó su castañazo en Cataluña y ahí se acabó su historia de cara a grandes empresas.

Liberal pura y agnóstica ante lo trascendente, no la esperen en la primera línea de causas como la defensa del derecho a la vida: «Yo he tenido una opinión oscilante sobre el aborto a lo largo de mi vida, aunque no por cuestiones religiosas, que no es algo que a mi me afecte». Por último, su visión estratégica resulta mejorable (recuerdo perfectamente una cena en la que nos pronosticó con su habitual suficiencia que Rivera sería en unos meses «el próximo presidente del Gobierno»; y ya saben dónde está hoy el bueno de Albert… en un bufete y en su dacha con Malú).

Ahora Cayetana presenta un libro. Así que resulta normal y comprensible que haga un poco de ruido para promocionarlo. Pero ya no es un personaje relevante en la política española, sino más bien una nota a pie de página, aunque sin duda cuente con sus simpatizantes. La política va hoy muy rápido, contagiada por la taquicardia que ha imprimido internet a todos los órdenes de la vida. Cayetana, con todo su brillo y brío, está ya archivada en el capítulo de lo que pudo haber sido y no fue. Y de ahí no se sale fácil. Serán muy pipiolos los actuales inquilinos de Génova si continúan enfrascándose en esta refriega menor.

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