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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¡Sujétame el cubata!

Rufián encarna un prototipo añejo, que hasta la llegada del populismo al Congreso tenía su hábitat en las barras de las discotecas

Actualizada 08:39

Me tocó ser joven en los ochenta y primeros noventa. Como todo el mundo, divisé aquel tipo de espécimen en la nebulosa de algunas noches de farra. Pero ya lo creía extinguido. Su hábitat natural eran las discotecas de barrio o de pueblo, con su bola de espejuelos, su ambientador exagerado y su moqueta; o los pubs de copeo bravío y bronca a la que salta. La tipología era siempre la misma: tipos echaos palante, más chulos que un ocho, con porte perdonavidas y una mueca en el jeto que siempre anticipaba amenaza (o incluso violencia). Aire sobrado, campeonísimo. La vocalización arrastraba las palabras. La vestimenta aspiraba a moderna y se quedaba en remedo kitsch, hortera. Hablamos, por supuesto, de un gran clásico: el chulo de barrio. «¡Sujétame el cubata que a ese lo mato!». En fin, ustedes ya saben…

Cuando vas cumpliendo años la noche se convierte en un bostezo. Dejas de salir. No estoy muy informado de si pervive o no aquel espécimen de antaño, faltón, bravucón con el débil, pero zalamero con el poderoso. De hecho lo daba por desaparecido, como el dodo, el ave de Islas Mauricio que se extinguió en el XVII. Pero parece ser que el chuleta de arrabal ha tenido más suerte que el pájaro y ha encontrado un nuevo e inesperado hábitat: el Congreso de los Diputados, donde prospera en los nidos del separatismo estridente y el populismo neocomunista.

Juan Gabriel era el hijo único de una familia barcelonesa de origen andaluz. El apellido familiar era Rufián, y hay quien apunta que en su caso imprimió un cierto carácter. Rufián Romero, Juanga para sus amigos, estudió Graduado Social y trabajó diez años en una empresa de trabajo temporal. Es un burgués convencional: casado, con niña e hipoteca. Un día la ETT prescindió de sus servicios, porque se escaqueaba a hacer bolos mediáticos pretextando urgencias familiares y la empresa se hartó de él. Juan Gabriel se vio en el paro, pero se cruzó providencialmente la política. Con 31 tacos a cuestas se afilió a una plataforma de ERC para castellanohablantes (ya sé que esto les está sonando a apartheid, pero así de avanzado es el separatismo catalán). Se le abrió el cielo: del desempleo pasó a un sueldo bien pagado como político profesional antiespañol en la sede de la soberanía nacional española.

Juan Gabriel se ha portado en el Congreso como un adolescente provocador con estilismo de batería de Spandau Ballet del año 86. Su objetivo es obvio: llamar la atención a toda costa. Ahora acaba de acreditar una vez más su calidad humana. Un periodista de una nueva y pequeña televisión de noticias conservadora, 7NN, le preguntó educadísimamente en una sala de prensa del Congreso sobre qué tipo de ley de seguridad quiere ERC, que aboga por derogar la actual. «No participamos en burbujas mediáticas de ultraderecha», dijo Rufián Romero, que se negó a responderle. Con educación exquisita, el periodista le pidió que no lo etiquetase, porque tampoco él lo había hecho con él, y le repitió la pregunta varias veces. Con chulería y desprecio infinitos, Rufián Romero se atuvo durante dos minutos a su latiguillo sectario de que no contestaba a «la ultraderecha».

¿Es todo esto una anécdota? Sí y no. Sí, porque no tiene mayor trascendencia práctica. Pero no, porque este político, un intolerante que se niega a dirigirle la palabra a los que no son de su cuerda ideológica, un extremista que aboga por destruir España y su sistema actual de derechos y libertades, es el socio preferente que ha elegido el eventual presidente del Gobierno para mantenerse en el poder (mientras desprecia con rictus de repugnancia a PP y Vox, partidos perfectamente respetuosos con España y su legalidad).

PD: Se espera la solidaridad de la profesión periodística con el compañero humillado por Rufián. ¿O es que acaso la libertad de prensa en España solo rige para los periodistas del «consenso progresista»?

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