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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Sánchez pisotea la Transición

Cargarse las leyes de concordia y perdón del 77 al dictado de ERC y compañía es una ofensa a una espléndida generación de españoles

Actualizada 08:30

Si hay una generación de españoles especialmente admirable, tal vez sea la de los nacidos entre 1929 y 1945. Son conocidos como la Generación Silenciosa, aunque hay quien los denomina la Generación de Pana. A diferencia de sus padres y abuelos, enzarzados en guerras intestinas que desangraron a España, ellos fueron los ingenieros de la gran reconstrucción, de un formidable impulso hacia adelante. Lo lograron con cuatro palancas: 1.- Trabajo sin tasa. 2.- Seriedad (respeto a los compromisos y las normas). 3.- Austeridad y ahorro. 4.- Un legítimo y estimulante afán de ir a más, que proyectaron en sus hijos, que en muchísimos casos se convirtieron en la primera generación de la familia que lograba estudiar en la universidad.

La Generación Silenciosa habló con sus hechos. Su hoja de servicios es extraordinaria. Pusieron en marcha el ascensor social que mudó la faz de España. Construyeron el colchón del estado de bienestar. Plantaron los cimientos de las primeras multinacionales españolas. Educaron a sus hijos en el esfuerzo y el sentido del deber. Pero además, y ahí radica uno de sus mayores logros, cosieron con suavidad los puntos de sutura que permitieron que cicatrizasen por fin –y en apariencia para siempre– las heridas de una atroz Guerra Civil. Aunque todavía arrastraban el dolor de sus pérdidas y sufrimientos familiares, personas de todas las ideologías hicieron de tripas corazón en un esfuerzo generoso en favor de la concordia. Aquel hermoso y constructivo pacto de perdón mutuo es el cénit de lo que se ha dado en llamar la Transición. ¿Y qué está ocurriendo ahora? Pues que el actual presidente del Gobierno está dispuesto a dinamitar aquel legado al dictado de partidos que tienen como meta declarada la destrucción de España.

Según anticipó este miércoles Ana Martín en El Debate, el Gobierno va a aprovechar la llamada Ley de Memoria Democrática para introducir un subterfugio que en la práctica supondrá la anulación de la Ley de Amnistía del 77 y permitirá juzgar el franquismo. Uno de los partidos que apoyó aquella amnistía fue precisamente el PSOE, que ahora quiere liquidar el pacto de concordia de La Transición que rubricó. Lo hace además al son de ERC, Junts, Bildu, PDeCat, BNG y CUP, todos conjurados en una moción presentada por un personaje de la altura moral y política de Rufián.

La economía es nuestro mayor agobio, la urgencia inmediata. Pero arreglar las cuentas siempre resultará más fácil que recomponer las cuadernas que sujetan la quilla de un país. El sanchismo maneja un plan de transformación –o demolición– radical de España, que no será tal si al final prospera ese programa. El proyecto arrancó con el zapaterismo y ahora asistimos a la vuelta de tuerca definitiva. El Plan Sánchez pasa por formatear las mentes de los ciudadanos para acoplarlas a una ideología única, el «progresismo obligatorio»; por descoser los hilvanes de la nación española; por cercar a los católicos y a la enseñanza concertada; por acabar a medio plazo con la monarquía, un estorbo para el proyecto, al ser dique protector de derechos y libertades.

¿Exagero? Ministros del Gobierno hacen campaña activa por la República en tuits y mítines sin que el presidente del Gobierno los reconvenga. Sánchez mantiene un doble juego: nominalmente apoya a la Corona, pero en la práctica la daña, por inhibición –como cuando deja al Rey indefenso ante el separatismo catalán– o incluso de manera activa, como cuando instigó desde el Gobierno la campaña contra el Rey Juan Carlos que acabó forzando su inaudito destierro sin condena alguna. 

El Gobierno arremete contra la justicia, fumándose la separación de poderes. El Gobierno tacha de ultras a partidos que defienden a España, como PP y Vox, y prefiere la entente cordial con quienes la odian. Impulsa leyes educativas que enfilan a la concertada y laminan la idea del esfuerzo. Fomenta una igualación a la baja que se pretende progresista, pero que compromete el progreso del país. Pretende dinamitar la obra de reconciliación de la Transición. Quiere imponer una lectura obligatoria y única de la historia, haciendo así reales las distopías totalitarias de Orwell. Está creando un país maniqueo, donde quien no sea de izquierdas dejará de ser considerado un ciudadano aceptable (ya está ocurriendo: vean la nómina de ganadores de los premios culturales oficiales).

Sánchez alberga todavía más peligro del que aparenta, porque ha puesto en marcha un profundo plan de ingeniería política para transformar nuestra mentalidad y las estructuras del Estado. Por eso las próximas elecciones serán un cara o cruz para España. Igual conviene ir despertando.

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