Dejad a los niños
Es curioso cómo esta izquierda imperante, tal vez la más inculta e indocumentada de la historia, abandona y desprotege a la infancia
Pocas fuerzas más trascendentes en la vida que la inocencia, venga de donde venga; pero cuando fluye con su naturaleza habitual desde un niño, agredirla es un pecado contra las leyes humanas y las divinas. Estos días un grupo de españoles, con la indiferencia culposa del actual Gobierno, está atacando a la inocencia del niño de Canet –cuya indefensión debería mover a todas las personas de buena voluntad– y a la del hijo pequeño de Juana Rivas, víctima de abusos sexuales, mientras el feminismo reinante levanta sus proclamas ideológicas frente a la terca realidad de los hechos. Es curioso cómo esta izquierda imperante, tal vez la más inculta e indocumentada de la historia –nada que ver con la de años pasados–, abandona y desprotege a la infancia. Es más, quiere instrumentalizarla hasta tal punto que también le dice a los niños cómo tienen que jugar y con qué juguetes. Como siempre, la ideología imponiéndose a la propia naturaleza: no hay nada más imaginativo y libre que un niño tratando de superar su aburrimiento con juegos espontáneos nacidos de su iniciativa y creatividad. Dejen en paz a los niños. Que jueguen como quieran. Protejámoslos de los abusadores que se emboscan en las relaciones de sus madres, ayúdenles a ensanchar sus horizontes de futuro, no los eduquen en el odio, permítanles aprender en su lengua materna, como la UNESCO reconoció en los años cincuenta. Abandonen su totalitarismo y vuelvan a mirar de frente, con valentía, en un ejercicio de libertad, a los ojos inocentes de un niño. Si no podéis hacer eso, es que sois unos cobardes, porque la inocencia no necesita más argumento que su expresión franca y natural. A lo mejor hasta su santidad, Francisco, le pudo hablar de ello a Yolanda Díaz. Los niños, Yolanda, los niños, y tú sabes de qué te hablo.