Los fascistas
La conclusión es clara: la derecha es fascista y debe quedar excluida de la vida pública. Sólo la izquierda es democrática. Como lo demuestran la historia del pasado siglo y el presente
Todo está lleno de fascistas. Te los tropiezas a cada paso. No sé a qué se debe tan intensa y devastadora floración. Dos casos recientes. Unos intelectuales franceses (lo segundo mucho más que lo primero) le han negado una distinción a Mario Vargas Llosa por ser, como todo el mundo sabe, fascista. Unos bárbaros sin completar el proceso de alfabetización (que no universitarios) han irrumpido en un acto académico en el que participaba Leopoldo López, al grito de «fascista». Como es notorio, el disidente cubano lucha por lograr la democracia y la libertad para su país, es decir, se trata de un peligroso fascista.
Una primera hipótesis sería atribuir a esos rendidos amantes de la libertad y el pluralismo el padecimiento de una insuficiencia cerebral crónica o alguna tara moral. Pero, bien mirado, se trata, si no me equivoco, de otra cosa no exenta de coherencia ideológica derivada del marxismo-leninismo. En realidad, sólo habría comunismo y fascismo. Y nada más. Todo muy sencillo: quien no es comunista es fascista. La filiación ideológica resulta tarea muy sencilla. Hay aspectos fundamentales en el pensamiento de Marx, y, desde luego, en su interpretación leninista, que corroboran esta conjetura: la distinción entre capitalistas y proletarios, la lucha de clases, la revolución, la función de la violencia en la historia y su progreso y la dictadura del proletariado. El argumento de buenos y malos queda montado.
El sociólogo Robert Nisbet consideró que del gran acontecimiento traumático que fue la Revolución francesa surgieron las tres principales ideologías modernas. Unos la impugnaron y aborrecieron. Son los reaccionarios y, en algún caso, los precursores del fascismo. Otros la aplaudieron, pero lamentando su insuficiencia y su carácter burgués. Era necesaria otra revolución. Son los socialistas. Y un tercer grupo asumió buena parte de los ideales de la revolución, pero rechazaron sus medios y el terror y la división que generó. Se les puede calificar como liberales. Tal vez, Joseph de Maistre, Karl Marx y Alexis de Tocqueville puedan representar de manera ejemplar las tres posiciones. El germen del totalitarismo y del terrorismo estaba allí y no tardó en florecer. Tal vez por eso Ortega y Gasset se refirió a la Revolución francesa como acaso el más nefasto acontecimiento de la historia.
De aquí proceden la hemiplejia moral y la pretendida y falsa superioridad moral de la izquierda. Si ella encarna la justicia, fuera de ella sólo puede haber injusticia, es decir, fascismo. El problema es que etiquetar por igual a De Maistre y Tocqueville no deja de ser una ridícula pirueta intelectual. Como hacer de Leopoldo López y de Vargas Llosa compañeros de viaje de Mussolini. A la férrea ideología no se le pueden pedir sutilezas. Sólo los comunistas no son fascistas. La conclusión es clara: la derecha es fascista y debe quedar excluida de la vida pública. Sólo la izquierda es democrática. Como lo demuestran la historia del pasado siglo y el presente.
Queda así explicada, además de la cerril indigencia intelectual y moral de los alborotadores y de los repartidores de títulos de fascismo, la vocación totalitaria del comunismo. Acaso se diga que existen comunistas que aceptan la democracia. Pero cuando lo hacen dejan de ser propiamente comunistas. Los seguidores de Marx que, como Kautksky y Bernstein, defendieron la vía pacífica y democrática hacia el socialismo son los fundadores de la socialdemocracia. Los dos grandes movimientos políticos totalitarios del siglo XX, el comunismo y el fascismo, odiaban la democracia. Y no sin coherencia. Si la verdad y la justicia son patrimonio propio y se pueden imponer mediante la acción directa, ¿a qué perder el tiempo con parlamentos, argumentos y deliberaciones? Libertad, ¿para qué? No nos engañemos. La serpiente continúa incubando sus huevos. En suma, o comunistas o fascistas. Tertium non datur.