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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Si yo fuese Sánchez me escurriría bajo la alfombra

Al socio de Bildu le tocó escuchar al Rey recordando bien claro la «brutal violencia terrorista de ETA»

Actualizada 09:24

Como es sabido, España vive instalada desde junio de 2018 en una grave anomalía. El presidente del Gobierno de la nación española le debe su puesto a partidos que tienen como meta única despedazar España. Esta lacerante paradoja ha provocado situaciones hediondas. Una fueron los indultos a los golpistas de 2017, que se consumaron contra la opinión mayoritaria de la sociedad española y pese al rechazo del Tribunal Supremo. Otra es el entendimiento del PSOE con Bildu, que vuelve a ratificar lo ya sabido, que nos preside un mentiroso, pues el Sánchez opositor se hartó de enfatizar que jamás pactaría nada con el brazo político de ETA. El peaje de estos enjuagues es que padecemos al presidente más débil de nuestra democracia, aunque se pavonee tras una careta de cargante narcisismo. Sánchez se ve obligado a pasar una y otra vez por la taquilla de los separatistas, a costa de pisotear principios básicos y aflojar los hilvanes de España. ERC y Bildu no han apoyado los presupuestos por el doblaje de las series de Netflix al catalán y al vasco. Eso son pipas. El precio es mucho mayor y ya se había abonado antes, en un acuerdo entre tinieblas suscrito a espaldas de los españoles. El pago de Sánchez por el sí a las cuentas fue el indulto a Junqueras y sus cómplices y el compromiso con Otegi de que en breve todos los etarras estarán en la calle (y no lo digo yo, lo delató el propio líder de Bildu, que lo contó tal cual en un encuentro con su militancia).

Por razón de cargo, Sánchez hubo de acudir este jueves al acto solemne de la Pascua Militar. En las citas que preside el Rey se le ve siempre alicaído. Su lenguaje corporal denota incomodidad, pues en su esquema egotista no encaja que pueda haber una figura en España de mayor rango que él. Pero este año, a esa circunstancia se añadió el hecho de que Felipe VI hizo una condena muy rotunda de ETA y homenajeó «con gran emoción» a sus víctimas. Mientras Sánchez pastelea con Bildu y ha tendido la alfombra roja para que pronto no quede un asesino etarra en la cárcel (la llave es la transferencia de las prisiones al País Vasco); mientras Sánchez suscribe el argumentario del nacionalismo, según el cual ETA se acabó merced a un súbito rapto de humanidad de los etarras; el Rey se cuida de decir la verdad: a ETA la derrotó el Estado español y fue «una banda terrorista» que practicó una «brutal violencia». Mientras Sánchez ni siquiera es capaz de criticar los homenajes a los sicarios de ETA en los pueblos vascos, ante los que hace el avestruz, al igual que Marlaska; Felipe VI rendía en los salones del Palacio Real su homenaje a las víctimas y ensalzaba su ejemplo de «memoria y dignidad».

Por lo tanto, en el Palacio Real se escenificó a las claras el contraste entre dos «relatos», como dicen ahora los cursis. Por un lado, el del PSOE y el nacionalismo, quienes creen que ETA es agua pasada y que hay que entenderse con naturalidad con Bildu e ir soltando a los asesinos. En la otra orilla, el planteamiento del Rey y la mayoría de los españoles, que pensamos que jamás se deben olvidar las truculentas matanzas de ETA y que las víctimas constituyen nuestra memoria moral, por lo que hay que respetarlas con esmero máximo.

Si yo fuese Sánchez, el socio de Otegi, al escuchar las palabras solemnes de Felipe VI me escurriría avergonzado debajo de la alfombra. Pero estamos ante un político que ni siente ni padece. Excepto en lo que atañe a su ombligo, que es su auténtica brújula.

En resumen, y como siempre: viva España y viva el Rey.

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