Sánchez, un Rambo para Ucrania
Sánchez ya quiso ejercer de esperanza de la humanidad en Kabul, y la tentación de repetirlo contra Rusia es demasiado sexy si con ello tapa sus escandaleras domésticas
La cara de Putin al enterarse de que Pedro Sánchez va a enviar dos fragatas al mar Negro y algún caza a la frontera de Bulgaria no debió de ser muy distinta a la que se le quedó al presidente del Colegio de Abogados al escucharle a Irene Montero, que nunca defrauda, pedirle una justicia de género frente a la justicia heteropatriarcal que al parecer padecemos.
No consta que Vladimiro, que es un hijo de Putin como Sánchez lo es de Sancho y Johnson de Juan; haya prestado especial atención a los planes de nuestro Eisenhower, y mucho menos a los de la Simone de Beauvoir de Galapagar; pero las reacciones de ambos nativos en distintos escenarios sí nos ayudan a conocer, si hacía falta, la calidad de los políticos que nos gobiernan.
Empezando por la ministra de Igualdad, ejemplo personal de la improcedencia de sus denuncias: si alguien es viva prueba de que la mujer en España puede progresar, incluso siendo tan tonta como un hombre, es ella, protagonista de un espectacular salto laboral desde el puesto de ocasional cajera en un híper a un Ministerio que compite con el del gran Garzón por elevar la majadería a categoría de BOE.
Y siguiendo por Sánchez, que parece haber oído el gag de Les Luthiers sobre los problemas fronterizos con Noruega y ha mostrado su disposición a invadir Oslo, si le dan un mapa para situarla en el punto geográfico adecuado.
La rapidez del presidente en alentar una guerra solo es empatada por la diligencia habitual de Podemos en situarse en el lado incorrecto y recuperar, de ese baúl donde Iglesias y compañía guardan el disfraz de libertario ahora tapado por tanto esmoquin, el célebre «No a la guerra», primo hermano del «Sí al sushi» que entonaban, bardeneando, al terminar la movida.
Que España deba alinearse antes con Bruselas, Washington o la OTAN que con el Kremlin es una cosa. Pero que lo haga la primera, para compensar su empadronamiento ideológico con Caracas, tapar sus múltiples vergüenzas domésticas y hacerse perdonar con el tío Biden un poco; otra bien distinta.
En Wag the dog, allá por 1997, Robert de Niro y Dustin Hoffman se inventaban una guerra con Albania para tapar las escandaleras presidenciales y entretener a los americanos con un conflicto alternativo.
Aquí ya intentó algo parecido el Generalito Sánchez con su «Operación Mandela» en Kabul, presentando una vergonzosa huida de Afganistán como una memorable odisea humanitaria en la que él mismo sacó, en brazos y cruzando las líneas enemigas, a unos cuantos traductores, algún cocinero y quizá un primo lejano del perrito Lassie.
La tentación de repetir y mejorar la escenita es ahora demasiado sexy como para no temer que Sánchez nos meta en una guerra con tal de que olvidemos que nuestro principal enemigo, mientras no se demuestre lo contrario, sigue siendo él: no le preocupa lo que ocurra en la frontera de Ceuta ni en la catalana pero sufre mucho por Kiev. Venga, coño.