Epitafio de Casado
Sus problemas son los de España porque su actual crisis interna, generada por una injustificable guerra fratricida, deja a la mitad de los españoles huérfanos, política y moralmente hablando
Imaginemos que hoy Pablo Casado hubiera acudido a la sesión de control del Gobierno en el Congreso para preguntar a Pedro Sánchez por cuánto más está dispuesto a ceder a sus socios para seguir en La Moncloa. Supongamos que lo hubiera hecho. Estaría el todavía primer partido de la oposición en todo su derecho. Es más, estaría obligado dada la vergonzosa inconsistencia de un presidente entregado a bilduetarras, separatistas y comunistas. Solo hay un problema: el socialista le hubiera espetado que cuánto tiempo estaba Casado dispuesto a aguantar en la presidencia del PP con buena parte de la militancia, su núcleo duro convertido en los diez negritos y sus líderes territoriales exigiendo que cogiera las de Villadiego.
Imaginemos que Casado le hubiera recordado, con todo el fundamento, las corruptelas que anegan a los socialistas y sus socios: Falcon, niñas abusadas en Valencia y Baleares, niñera de Iglesias, fondos europeos, falta de transparencia, Colau y sus adjudicaciones a amigos, Ximo y las suyas, los ERE de Andalucía, el acoso a la Monarquía, el cerco a la justicia, las farras con Kubati, los indultos de golpistas… Sánchez hubiera dado una larga cambiada de libro: preocúpese, le hubiera dicho a Casado, de limpiar los trapos sucios de su casa. Ítem más: le hubiera recordado que ha sido él, el líder del PP, quien los oreó en la Cope, en una declaración suculenta para un Sánchez que no sabía cómo acabar con su peor pesadilla (Isabel Díaz Ayuso), y Casado y Egea se lo pusieron en bandeja cegados por la venganza.
Imaginemos que hoy Teodoro García Egea, en lugar de dimitir como hizo ayer, le hubiera preguntado a Yolanda Díaz que cómo va a defender a los autónomos. Y lo hubiera hecho con una buena parte de sus 88 diputados, sentados a su lado o detrás de él, exigiendo su dimisión. Hasta la Fashionaria del Falcon, el bluf que dedica más tiempo al estilismo y las fotos cosméticas que a reducir el paro, hubiera tenido, usando el recurso dialéctico de la comedia parlamentaria, que salir por peteneras para recordarle al número dos popular que aclarase él antes por qué se ha visto implicado en el espionaje a una compañera que –hay que tener poca pesquis– era el principal activo electoral de su partido y, por tanto, una amenaza seria para su continuidad en el despacho de Génova, 13.
Imaginemos que, y esto sí ocurrió ayer, el alcalde de Madrid, un abogado del Estado sólido que ha hecho una extraordinaria labor municipal y que nunca debió aceptar la portavocía nacional, sometiera la situación de la ciudad, sus recién aprobados presupuestos, su normativa sobre las terrazas, a un pleno en Cibeles y se encontrara con que personajes de la catadura moral de Rita Maestre, que ha ofendido la libertad religiosa de los españoles, le callan la boca con un turbio asunto de su jefe de Gabinete hurgando en la vida personal y familiar de su compañera de ticket madrileño.
El Partido Popular es una formación sistémica. Ya lo fue UCD y dejó de serlo en 1982 pasando de 168 a 11 escaños. Sus problemas son los de España porque su actual crisis interna, generada por una injustificable guerra fratricida, deja a la mitad de los españoles huérfanos, política y moralmente hablando. Era cuestión de escrúpulos: Sánchez no los conoce; pero Casado, al que yo tengo por buena persona, sí. Para demostrarlo, ya ha escrito su epitafio en Génova, 13: «Me voy porque no lo supe hacer».