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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Carta a Feijóo

Siempre hubo amigos, conocidos, adversarios, enemigos políticos y compañeros de partido. Esos que se parten las manos en aplausos, que se las lavan cuando ven que la cosa te va mal, que las utilizan para tuitear bilis en tus peores momentos y vuelven a usarlas para ovacionar tu marcha

Actualizada 03:28

Si al recibo de esta usted ya se ha desayunado con portadas que le pintan de una cosa y su contraria, leído titulares que le sitúan como un peligroso ultra y visto primeras páginas que le tachan de blandito y defensor de la derechita cobarde –augurios que le sitúan entregado a Abascal y vaticinios que le dibujan comiendo en la mano de Sánchez–, es que ya se ha empadronado políticamente en la zona SER de la M-30, esa frontera más vital que vial, que separa la España que va de su corazón a sus asuntos de ese otro lugar donde se libran agotadoras batallas de cenáculo, un espacio desquiciado que ha convertido el hemiciclo parlamentario en un arrabalero foro de baja estofa y las calles, en silentes plazas dolientes de paro y pan.

Sé, porque le oí contárselo a Herrera ayer, que conoce bien la gestión en Madrid, ya que gobernó el Insalud y la empresa de Correos en sus primeros años en la política. Pero no se engañe, Madrid entonces era todavía un poblachón manchego lleno de subsecretarios, como dijo Cela, pero con ganas de sacudirse la polilla política y económica gracias al pacto constitucional, y ahora es el escenario de una guerra interminable entre las dos Españas, que a los ciudadanos nos hiela el corazón, pero a Sánchez le garantiza cama, mesa y mantel en la Moncloa y un bonojet con gastos sin justificar.

Es verdad que no llega al Gobierno a aprender, pues 20 años de gestión y cuatro mayorías absolutas frente al acné político que nos gobierna es un doctorado en Harvard que espero que los españoles sepan valorar en medio del páramo monclovita. Pero debe saber que en el distrito federal de Sánchez, él establece cada mañana quién es el comodín en las tertulias de ruido y furia, quién carga con las culpas –Franco, el separatismo, el paro, Vox, el PP, el virus o Putin– de la ruina que su incompetente gestión reporta, y que cuando pide pista para el Falcon, su refugio libre de humus y transparencia, observa, a 40.000 pies, su reserva de la biosfera electoral vendida a jirones a sus socios, donde caben bilduetarras y separatistas, pero no el Rey que trajo la democracia a España; donde si no pagas una multa te embargan, pero a Junqueras y a Mas les perdonan malversar el dinero de todos.

Y qué decirle, señor Feijóo, de su propia tropa –Rajoy se lo puede contar con frase de Romanones–, que le ha hecho ver en estos últimos días, a usted y a los cinco millones de electores del PP, cosas que no imaginarían, oscuras historias de espionajes cutres contra la estrella del rock que llena los conciertos de votos. Andreotti, perro viejo de la trastienda de la política, cinceló una desgarradora verdad: siempre hubo amigos, conocidos, adversarios, enemigos políticos y compañeros de partido. Esos que se parten las manos en aplausos, que se las lavan cuando ven que la cosa te va mal, que las utilizan para tuitear bilis en tus peores momentos y vuelven a usarlas para ovacionar tu marcha. Casado le podría grabar un tutorial al respecto. En Os Peares, su tierra natal que visité en su última campaña gallega para escribir un reportaje sobre sus ancestros, le dirían aquello tan socorrido de las abuelas: «Hijo, ¿sabes dónde te metes?».

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