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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Biblioteca y el marqués

Me llamó el que era jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno, para comunicarme que el Rey le había concedido a Antonio el título de marqués de Mingote. Le dije que lo de marqués de Mingote se lo tomaría a risa mucha gente, y se quedó preocupado. Al día siguiente me llamó el Rey

Actualizada 01:31

El único placer que procura una gran mudanza –«En tiempos de turbación/ no hacer mudanza» (Iñigo de Loyola)–, es la de ordenar de nuevo una gran biblioteca. En dos años lo he conseguido, de tal modo, que sigo con mi biblioteca desordenada. Conozco los libros y los saludo por sus lomos, más de dos mil de ellos, encuadernados. Y encuentro en sus páginas cartas y tarjetones que me han llevado a muchos años atrás. Cela, que en ocasiones era un poco exagerado, decía que los hombres que se detienen ante los escaparates son maricones. Sólo se admite si el escaparate es de una librería, y si se trata de una librería de viejo, mejor. También decía que eran unos nenazas los hombres que hablaban mucho tiempo por teléfono. Cosas de don Camilo.

En un libro reencontrado –y abrazado–, de Antonio Mingote, me he topado con una bellísima carta que me escribió, quizá la última, cuando el Rey Juan Carlos le concedió el marquesado de Daroca. Me considera responsable de ello. Algo hay de cierto. Una tarde se lo insinué al Rey, y otra tarde me llamó el que era jefe de su Casa, Rafael Spottorno, para comunicarme que el Rey le había concedido el título de marqués de Mingote. Le dije que lo de marqués de Mingote se lo tomaría a risa mucha gente, y se quedó preocupado. Al día siguiente me llamó el Rey. «¿Qué coño de título le doy a Mingote que no sea el de marqués de Mingote?».

Lo tenía pensado. «Marqués de Daroca, señor. Antonio nació en Sitges porque su padre era el director de la banda municipal de Sitges. Pero Antonio se consideraba darocense, y algo más tarde, madrileño». Pocos días después, me llamó Antonio emocionado. «¿Sabes que el Rey me ha concedido el título de marqués de Daroca?»; «ni idea. Me parece estupendo. Si alguien lo merece eres tú». «Joé, ¡qué tío!», exclamó. Me figuro que refiriéndose al Rey.

Y con su grafía perfecta, que era en sí una obra de arte, recibí una carta. Antonio había dibujado una corona marquesal, muy grande, a cuyo lado, en una nube me advertía: «Me ha salido un poco demasiado grande. Tendré que remediar mis ansias de grandeza». Y la carta: «Queridísimo Alfonso. Quiero inaugurar mi correspondencia bajo el membrete coronado que estás viendo, para agradecerte, en primer lugar, el que pueda existir ese membrete, pues tú eres el principal responsable de que lo haya podido dibujar. Y en segundo lugar, para pedirte consejo. ¿Está bien el membrete donde está? ¿Puede ser más grande, o sería ostentación, así como reducirlo de tamaño significaría humildad por mi parte, hipócrita? ¿Se encuentra en lugar correcto o sería recomendable desplazarlo al ángulo superior izquierdo, como suelen presentarse las mercerías y demás establecimientos lucrativos? ¿Basta su aparición como sencillo dibujo en blanco y negro, o resultaría más solemne, además de decorativo, pintarlo al óleo? En fin, espero tus acertadas indicaciones al respecto.

Tú sabes, querido Alfonso, que por muchas bromas (de dudoso gusto algunas, por cierto), que me permita sobre este asunto, he asumido mi nombramiento con indisimulable orgullo y profunda satisfacción. Tanto, que me propongo someter mi conducta a las inflexibles (supongo que son inflexibles) normas por las que deben regirse los nobles (y tiemblo de pavor al escribir esa palabra), por lo que apelo a ti, que perteneces a la nobleza consolidada para pedirte consejo y orientación. ¿Qué hago, Alfonso?

Antes de esta carta he escrito otra al Rey, manifestando mi agradecimiento y renovando mis votos de lealtad hacia la Corona. Por otra parte he pensado nombrarte consejero (sin sueldo) de mi inexperto hijo, para que cuando me ausente de este planeta conflictivo, él, hasta ahora plebeyo ignorante, ajuste su conducta a lo correcto. Aunque si no aceptas el nombramiento, ocupado como estás con tus innumerables compromisos y trabajos, lo comprenderé. Que el muchacho se apañe. Por lo menos espero que te reúnas con él algún lunes en el Club 31, o donde sea, y le enseñes cuál es el camino. Y cómo se manejan los cubiertos del pescado. Un abrazo enorme. Hasta luego. Totón».

Maravillas que se encuentran por desordenar de nuevo una extensa e intensa biblioteca.

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